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Belfast: el peso de la nostalgia | Crítica

Belfast: el peso de la nostalgia | Crítica

Por: Rubí Sánchez (@rubynyu)

Los recuerdos son ese juego mental que nuestro cerebro crea para cobijarnos, enfrentarnos o  revivir el pasado. No obstante, la gran falla es que el pasado nunca regresa y nuestra mente crea su propia versión de este. Aún sabiendo esto, siempre volvemos a nuestros recuerdos con ese deseo de añoranza. Belfast, la más reciente película del director y actor Kenneth Branagh, sobrevive por esa nostalgia.

La cinta se estrenó en el 48 ° Festival de Cine de Telluride y se llevó el premio del público en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF). Después de llegar por primera vez a nuestro país al Festival Internacional de Cine de los Cabos, se estrena en cines nacionales. Momento perfecto para verla en el marco de los premios de la Academia, en los cuales compite por siete nominaciones;  incluida Mejor Película y Mejor Director.

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Su historia se enfrasca en 1969 en un punto clave del conflicto entre nacionalistas que derivó en una lucha entre irlandeses católicos y protestantes en la ciudad de Belfast, lo cual llevó al despliegue de tropas británicas. Pero en Belfast el foco lo tiene Buddy (Jude Hill) un niño de 10 años que vive esos enfrentamientos de primera mano junto a la temible idea de abandonar la ciudad.

La película ha sido comparada con Roma (2018) de Alfonso Cuarón, y aunque comparten el volver al pasado, el uso del blanco y negro, así como el telón de fondo de un suceso histórico violento, el gran contraste entre ambas es el punto de vista. Si en Roma la mirada auto ficcional permitió que la memoria del director construyera el pasado a partir del personaje de Cleo, en Belfast el director nos envuelve en su visión infantil.  Contrario a Roma, donde Paco (alter ego de Alfonso Cuarón) era un personaje con breves intervenciones cuasi metafísicas, en Belfast Buddy es el que nos lleva durante el viaje y de quien recibimos su visión.

Sin embargo, dicha visión resulta edulcorada, lo cual es el gran tropiezo de Belfast; la película está repleta de momentos adorables donde la inocencia es la protagonista, como en los intentos de Buddy por conquistar a la niña que le gusta, sus pequeños deslices con la justicia o sus debates internos al cuestionarse el proceder de Dios. También se atiborra de guiños y referencias del pasado y presente fílmico del director, que van desde Chitty Chitty Bang Bang  (Ken Hughes, 1968), One Million Years B.C. (Don Chaffey, 1966) o un guiño textual a Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), además de una mirada al futuro con un descarado primer plano de un cómic de Thor.

Belfast: el peso de la nostalgia | Crítica

Es pues en su lenguaje cinematográfico donde se evidencia, sobre todo en las tomas de la calle en la que ocurren la mayor parte de enfrentamientos violentos; estas son cerradas y con movimientos de cámara descendentes que advierten la entrada a un mundo de fantasía en exceso artificial. Esto, junto al uso excesivo de travellings, da más un sentido casi televisivo en lugar de uno donde resalte la situación de opresión; las escenas se conciben como un set de televisión al que entran los personajes para interpretar a la familia feliz. En otros casos vemos juegos de cámara donde, luego de un punto clave, se enfoca a Buddy, quien con su mirada parece entablar una conversación con el público, sin embargo, al romper la cuarta pared termina con el ambiente festivo o de tensión al demostrar su necesidad de reconocimiento.

Por su parte, la música es clave para la historia, dándole este tono nostálgico y de añoranza; en su mayoría, la voz de Van Morrison (otro originario de Belfast) acompaña la infancia idílica de Buddy.  El momento musical cumbre sucede con Everlasting Love de Love Affair, aunque igualmente revestido de fantasía por Buddy, cuando mira a sus padres de nuevo enamorados perderse en la melodía.

En cuanto al aspecto actoral, el cuarteto principal se construye con Jamie Dornan y Caitriona Balfe como padre y madre de Buddy, junto a Ciarán Hinds y Judi Dench, quienes hacen el papel de los abuelos. El conjunto funge como esas figuras idealizadas que para todo momento tienen retazos de sabiduría para el pequeño, y que a pesar de sus fallos paternales, se miran como héroes.

Finalmente, en Belfast el tema detonante del conflicto conocido como The Troubles se pinta desde un enfoque neutral. La familia protagonista no toma un lado, las explosiones violentas que se viven a lo largo de la cinta no resuenan, y ese ir y venir de memorias edulcoradas le quita el peso a las vivencias que pudieran ser traumáticas, permitiendo que la cinta, más que neutra, se vuelva indiferente a la violencia.

Se trata de una película personal que consigue sobreponerse de sus trabas narrativas a través de cuadros añorantes, música acogedora y tiernas ideas. Sin duda, Belfast es para pasar un buen rato, pero no para profundizar en el contexto de su historia.

Trailer de Belfast 

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