No te preocupes cariño: ciencia ficción sin originalidad | Crítica

Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles) viven en un suburbio residencial a mitad del desierto; él es ingeniero y ella realiza labores domésticas la mayor parte del día. La rutina de la pareja se rompe cuando una vecina comienza a comportarse extrañamente. La paranoia invade a Alice, quien comienza a cuestionar todo en la microsociedad controlada por Frank (Chris Pine), el CEO del Proyecto Victoria.
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[CRÍTICA CON SPOILERS]
La ciencia ficción ha tenido una particular evolución, que va muy de la mano con las preocupaciones trascendentales del momento. Desde la carrera espacial ligada a 2001: odisea del espacio (1968) hasta la tecnofobia generada por Black Mirror, el buen sci-fi (ya sea como tema principal o subtrama) requiere de un planteamiento filosófico, social o psicológico sobre las consecuencias del surgimiento de un nuevo dispositivo, sistema o realidad. En muchos casos, no es necesario plantear con detalles el “objeto” tecnológico, tanto como el arco dramático de los usuarios y dilemas surgidos por el uso.
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La nueva película de Olivia Wilde es una obra que sigue dicha tendencia y plantea una corporación clandestina dedicada a crear realidades alternativas ambientadas en el pasado. La idea es aún más atractiva cuando descubres que Jack (en crisis por el desempleo) recurrió a dicha empresa para secuestrar a su esposa (talentosa cirujana) y convertirla en ama de casa; en otras palabras, la siniestra defensa de un hombre “derrotado” por el progresismo, exigiendo a gritos su perdido estatus de jefe familiar.
El gran problema argumental de No te preocupes cariño es que todo eso no lo sabemos hasta los últimos 20 minutos y, mientras tanto, el filme oscila entre The Stepford Wives (2004), El show de Truman (1998) y los primeros episodios de WandaVision, sin ninguna referencia (metafórica o literal) al mundo exterior.
El suspenso generado por la secta de Chris Pine y la trama de Margaret son macguffins demasiado intrusivos que dejan poco espacio para lo realmente importante: la relación afectiva entre Alice y su esposo, a quienes apenas vemos interactuar. Olivia Wilde insistió en la relevancia de las escenas sexuales, pero ninguna logra establecer un sólido lazo afectivo entre los protagonistas.
Recordemos episodios de Black Mirror con similar estructura narrativa, como Hang the DJ, San Junipero o Playtest: el simulacro de realidad está directamente alterado por el mundo físico y cada conversación e interacción tiene una conexión directa con la revelación del doble juego. En la película de Wilde, nada cambiará con el despertar de Alice, no hay un viaje de desapego o cualquier mensaje directo para la audiencia, en el entendido de que se vende como una película con trasfondo feminista. El plot twist tiene la misma profundidad que el de Serenity (2019), otra película con el mismo problema narrativo en su giro de trama.
La guionista Katie Silberman, especializada en comedias románticas, no se preocupó en determinar reglas básicas en la realidad virtual. El momento más lamentable es la persecución final en el desierto. ¿Por qué tardan tanto en capturar a Alice? ¿No hay alguien monitoreando el simulacro en el mundo real? ¿Cuándo sí y cuándo no tiene Proyecto Victoria acceso a la vida privada de los habitantes?
La falta de respuestas técnicas a los eventos ocasiona una progresiva pérdida de verosimilitud. Tampoco los conceptos constantes en los diálogos se manifiestan en la puesta en escena. Se habla sobre “la belleza del control y la gracia de la simetría”, pero jamás vemos rastros de una sociedad distópica que nos evoque la paranoia de la protagonista, más allá de unos minios con traje rojo que dejan pasar muchas faltas de Alice.
A pesar de la mala ejecución del género, hay un discurso interesante sobre los riesgos de la nostalgia como vehículo del conservadurismo. La directora menciona que, en ocasiones, la añoranza por “los viejos tiempos” es una discreta resistencia al progresismo. Para no variar, en el final también se revela que Shelley (Gemma Chan), la esposa del líder Frank, es la verdadera orquestadora del Proyecto Victoria.
Similar a la Serena de The Handmaid’s Tale, la mujer cede su autoridad a una figura masculina con el objetivo de respaldar el pacto patriarcal. La estética del american way of life (disfrazada de modernidad) no debe ser idealizada, pues en el fondo oculta una tajante delimitación de roles donde las mujeres y minorías siempre se encuentran en desventaja.
Como las últimas dos películas de Jordan Peele, No te preocupes cariño depende enteramente de la predisposición del espectador a pasar por alto agujeros de guion y arbitrarios toques autorales sin explicación aparente, como las pesadillas inspiradas en la estética de Busby Berkeley. Sí, es una película regular, pero no el bodrio anunciado por la crítica. Quizás la mayor decepción fue no encontrar una continuidad filmográfica a lo visto en Booksmart (2019), la cual ponía sobre la mesa un empoderamiento femenino que se salía de los discursos de folleto.
No te preocupes cariño se percibe como un producto caducado, algo que ya fue contado con mejor precisión y mayor espectacularidad; una insatisfactoria incursión en géneros donde se ignoran las reglas de oro para que la historia resulte mínimamente plausible y emocionante.
Tráiler de No te preocupes cariño
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