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«Los públicos de cine han quedado completamente marginalizados»: Virginia Rico

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Por: Alfredo Medina Banda

“Ya no sé si el término independiente quepa, o sea suficiente, para describir un proyecto como Ojo Libre porque lo que más hacemos es depender de los demás; dependemos de los públicos, de los espacios, de las personas. Habría que replantear esa concepción de lo independiente”.

La ciudad de Morelia es ampliamente conocida como destino turístico. De hecho, su principal actividad económica se encuentra en ese sector. Existen dos épocas del año en las que la capital michoacana recibe centenas de turistas: una es en noviembre por la celebración de Día de Muertos y la otra es pocos días antes, en octubre, por el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM). En el mundo cinematográfico este evento es considerado como uno de los más importantes a nivel Latinoamérica.

Pero ¿qué pasa las cincuenta semanas restantes del año cuando no hay festival? Lejos de la alfombra roja y los reflectores quizá no haya una ciudad tan cinematográfica como aparece en los carteles publicitarios. Detrás de cámaras nos encontramos con una estructura cultural y educativa débil y una industria cinematográfica local inexistente. Con la intención de reflexionar sobre estos temas y con el objetivo de conocer su visión, opinión y postura respecto al panorama de la divulgación, gestión, difusión y recepción del cine a nivel local platicamos con Virginia Rico, licenciada y maestra en Historia por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH) y actualmente candidata al doctorado en Historia del Arte del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Sus líneas de investigación son la historia del cine mexicano, el cine experimental y el metraje encontrado. Participa en la proyección, programación y difusión de películas, así como en la creación de cursos y talleres en colaboración con otras instituciones. También es gestora cultural y directora de Ojo Libre, proyecto cultural dedicado al encuentro de ideas y personas a través del cine, el cual nació hace más de ocho años como un cineclub que proyectaba películas de la Cineteca en Jeudi 27 y con el tiempo se ha consolidado como un proyecto más amplio y propositivo.

¿Cuáles son las principales dificultades que afronta un proyecto como Ojo Libre no solo en un país como México sino, además, en una ciudad como Morelia, lejos del centralismo de la Ciudad de México? y ¿Cómo ha vencido Ojo Libre estas dificultades?

En el transcurso de ya casi ocho años de trabajo creo que el contexto nunca ha sido el mismo, sin embargo, sí hay ciertas dificultades que se mantienen constantes hasta el momento. Hay dos grandes problemas, uno es la cuestión económica: el dinero que se tiene o no se tiene para generar actividades; y otro es el recurso humano, el tener un equipo de trabajo sólido que permita generar un entorno profesional y colaborativo lo suficientemente empático para procurar que las personas con las que trabajas permanezcan en un proyecto a largo plazo. En todo este tiempo, a pesar de que no tenemos un ingreso fijo, lo que ha permitido que Ojo Libre siga existiendo es justamente el involucramiento y la relación entre personas, el saber que un proyecto siempre se nutre y se hace desde y con los demás. Creo que eso ha ayudado a subsanar esas problemáticas económicas.

También, en un principio, costaba mucho trabajo conseguir los derechos de exhibición de las películas; para exhibir legalmente, aunque sea exhibición alternativa, es necesario la autorización de los productores o de quien tiene los derechos de las películas. Es por esto que las alianzas son necesarias, nosotros podríamos hacer más cosas en colaboración con las secretarías de cultura, la local y la estatal, sin embargo, por ahora no existen dichas alianzas y eso para nosotros significa que tenemos más trabajo que hacer: hay más necesidad de que un proyecto como Ojo Libre esté generando actividades, propuestas de programación, de exhibición, de colaboración, de formación. 

Lo que se quiere ofrecer desde Ojo Libre no tiene la intención de ser lineal o impositivo sino, más bien, de generar confluencias con los públicos, con los creadores locales y con personas que aunque se dedican a otras expresiones artísticas sus aportaciones pueden ser muy positivas para nuestro trabajo. Sin embargo, hemos tenido funciones vacías, donde nosotros creíamos que era una gran programación, pero que a las personas, por una u otra razón, no les llama la atención. Y esto quizá nos está diciendo que nosotros estamos fallando en algo: en comunicar, en difundir, qué se yo… ahí hay muchas aristas, y eso habla de otro tipo de complejidades. El poder generar una suerte de apertura por parte de la sociedad moreliana, es decir, que la oferta de actividades culturales de Ojo Libre sea atractiva para la gente y para los públicos de cine, tanto jóvenes como personas mayores, sin duda ha sido uno de los retos más complicados. 

En una entrevista previa dices “pensé en Ojo Libre como un proyecto integral que ante todo pudiera poner en el centro a los observadores” ¿Qué significa poner en el centro a los observadores y que implicaciones tiene esto? ¿De qué forma se consigue esto?

Se suele decir que ‘el cine es una herramienta de transformación social’, pero ¿qué conlleva eso? A mí me causa conflicto esa frase porque es muy problemática y ya se ha convertido en parte de un discurso dominante, todo el mundo dice que el cine es una herramienta de transformación social, pero luego no somos muy conscientes de que significa eso. Lo primero que se tiene que poner sobre la mesa es el por qué se quiere transformar una sociedad, cuáles son las problemáticas; como historiadora del cine he descubierto, en el ámbito historiográfico, que los públicos de cine han quedado completamente marginalizados, los han mandado a la parte más oscura de las historias del cine en nuestro país. Es un trabajo que está súper pendiente para poder redefinir la relevancia que tienen las películas en un país como México, y vuelve obligatorio el tener que hablar de los públicos de cine, de los observadores de cine, y no tanto de las comunidades dedicadas a la creación cinematográfica. Ya se tiene que dejar de lado la idea de la industria cinematográfica para hablar más de las personas que ven cine o de las que no ven cine, de los que se declaran cinéfilos; hablar de los observadores implica hablar de intersubjetividades más complejas y que no son tan fáciles de asir. 

Quizá yo no me dedique a investigar los públicos de cine pero, al menos en la práctica, desde Ojo Libre sí se piensa en que uno de los objetivos principales es descubrir a los públicos que existen, tratar de entender por qué van a ver películas o por qué no van; saber qué les mueve o les provoca las películas que programamos, qué les dice, cómo se vinculan con la imagen o cómo se vinculan a través de la palabra. ¿Dónde están los públicos de cine mexicano? Resulta que no están en las salas de cine porque el cine mexicano no está siendo exhibido en Cinépolis. Hay que pensarse a uno mismo como parte de esos observadores e identificar dónde estamos ubicados como públicos y dónde está aquello que queremos ver específicamente de nuestras cinematografías.

Hablar de cine es hablar de muchas cosas, es un concepto polisémico. Hablar de cine implica una multiplicidad de posibilidades. En Ojo Libre decidimos pensar que el cine es el punto de partida, pero no es el objetivo, no es a donde queremos llegar, es de donde queremos partir. Queremos crear relaciones sociales afectivas y sensibles, procurar entornos más involucrados en subsanar estas ausencias y abogar por pensar desde el cine en qué se puede hacer. 

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Virginia Rico | Foto: Cortesía

Me parece muy relevante la afirmación que haces en otra entrevista, dices que “la industria cinematográfica ha obnubilado este otro terreno que es la cuestión de la mirada, la recepción, el análisis y el estudio, que no aplica si no se trata de crítica o de periodismo cinematográfico”. Pienso que es muy acertada esta puntualización, hay otras formas de relacionarse con el cine: desde la historia, la conservación, la restauración, el análisis, etc. ¿Cómo acercar al espectador a estas otras formas de pensar e interactuar con el cine?

Creo que no hay una sola respuesta para esto, no sería lo mismo responder esta pregunta en la Ciudad de México que en Tijuana, Zacatecas o Morelia. Se requiere ser más específicos; un proyecto como Ojo Libre, u otros que existen en el país, tienen que estar vinculados con sus entornos para intentar responder estas preguntas específicas. No se trata de pensar de manera impositiva y decir “estas películas que vamos a programar son las que necesita ver”. 

En primer lugar es necesario observar muy bien y estar en constante diálogo entre las personas que se dedican hacer cine, las que lo investigan y quienes lo vemos, esto para saber qué es lo que se está haciendo tanto en el ámbito cinematográfico como en el educativo o cultural y así identificar qué es lo que no se está haciendo. También te puedes fijar en lo que se hace desde la gráfica o en el teatro, para ver si sus dinámicas de integración y la planeación de sus actividades inspira un poco el trabajo que uno puede realizar desde el cine.

Lo que un proyecto puede proponer quizá no va a solucionar nada, creo que lo más honesto es ser humilde en cuanto al alcance que las actividades planeadas pueden llegar a tener, eso te permite abrirte a la sorpresa cuando las cosas funcionan. En Ojo Libre, considerando que somos parte de esta comunidad de observadores, se aboga por pensar en cómo, desde el ámbito cinematográfico, podemos sumar a esto que somos; sumar desde esta postura que es reconocerse como parte de algo más. 

Me llama mucho la atención un término que utilizas en otra ocasión cuando dices “me gusta pensar en esta suerte de cinéfilo militante que resiste y que exige lo que merece ver” ¿Cómo concibes esta figura del cinéfilo militante? ¿En qué consiste y cómo se llega a serlo?

Lo concibo como algo muy intuitivo aunque sí lo he intentado delinear desde la investigación histórica. Tiene que ver con un posicionamiento político de la mirada. Históricamente hablando hay una preponderancia que une a los observadores de cine con posturas más críticas o subversivas de la creación cinematográfica. Por ejemplo, el fenómeno de los nuevos cines que se dio durante los años sesenta fue un poco desde el punto de vista de los cinéfilos que no estaban satisfechos con el mundo cinematográfico que les antecedió.

El asumir una postura como observador de cine, como cinéfilo sobre todo, es asumir una postura ante tu forma de ver el mundo. Es una resistencia ante las programaciones de las grandes cadenas, una resistencia a no quedarse en casa a ver la televisión o Netflix y más bien ir a buscar lo que quieres ver; estamos acostumbrados a que se nos de todo, a que otras personas hagan la programación y que otros decidan qué es lo que tenemos que ver.

El mundo está parcelado pero hay algo que nos une: que todos somos observadores. El entablar relaciones desde el cine, el decidir qué ver, cómo verlo, dónde y con quién verlo también es un vínculo con la sociedad y eso es la política. El definir una correlación entre el cine y el mundo (que no es lo mismo pero que tiene un vínculo inherente porque también el cine habla de la vida y de lo humano), el encontrarte en el cine, el dejar que te afecte o que no te produzca nada. Lo político en México está muy desvirtuado, pero la política de a diario tiene que ver con eso: cómo habitamos el mundo, cómo reconocemos a las personas que viven en él y de qué forma nos vinculamos con ellas.

Parece que existe una dicotomía, muy asimétrica, entre la gran industria cinematográfica hegemónica y todas los demás formas de cine que existen por fuera de ésta. Quizá podríamos pensar en esta industria como una máquina generadora de interacciones, principalmente comerciales, que establecen una relación vertical producto-consumidor ¿Cómo podríamos subvertir este orden y plantear una relación más horizontal? 

Hablar de la industria cinematográfica es complicado. El término o la idea de “Industria cinematográfica” es de lo más reproducido en la historia del cine en nuestro país; actualmente se piensa que está hecha por las películas de Eugenio Derbez, Martha Higareda o Manolo Caro. Sin embargo, no se puede hablar de una industria cinematográfica única, depende mucho del contexto. Por ejemplo, la industria puede estar delineada por los parámetros del Estado mexicano que, a fin de cuentas, es el mayor inversor en cine de nuestro país, entonces, en México, la industria tiene una relación muy compleja con el Estado. Por otro lado, a nivel local, en Michoacán no existe una industria: no hay productoras consolidadas que tengan sus estudios (hay una que otra pero no es una estructura fuerte), no hay asociaciones de directores, productores, distribuidores o exhibidores. Se ha intentado, pero no se llega a mucho; sólo hay grupos reducidos de personas haciendo cosas y algunos de ellos colaboramos, entonces depende de lo que se hable.

También hay una idea dominante, con un posicionamiento muy peligroso, y tiene que ver con una industria de las convenciones narrativas internas, de las dinámicas estéticas del cine mexicano. Entonces, también está esa gran estructura que teme perder el lugar privilegiado que tiene y que se mantuvo reticente ante el cambio; esta gran estructura juzga que el audiovisual no es cine, que las prácticas comunitarias de realización cinematográfica sólo hacen “videitos”, que el cine experimental no tiene porque entrar a las convocatorias de largometrajes, etc. Esa es otra discusión de una industria que tiene miedo de expandir su visión y de ser internamente distinta, entonces, creo que hay varias capas de las que se puede hablar cuando se habla de industria cinematográfica.

La academia tiene sus propias fallas estructurales, quizá una de las más evidentes es que el conocimiento suele quedar encerrado en las mismas burbujas donde fue producido ¿Cómo lidias con dicho problema? y ¿De qué manera conjugas la investigación académica con la gestión y difusión? ¿Cómo se relacionan o complementan estas actividades?

La investigación es parte del proceso de gestión, de la programación de la elección de películas. Me gusta pensar en la programación con enfoque histórico porque cuando tienes claro el panorama, por ejemplo, de este enfoque, sabes qué tipo de película se puede programar, sabes quién puede tener los derechos, las instituciones que pueden interesarse en colaborar. Es algo que se ha hecho desde Ojo Libre, por ejemplo, en el Festival de Nuevo Cine de Durango programamos películas consideradas relevantes para el cine mexicano dentro de las ediciones del propio festival. Aquí en Morelia hicimos una retrospectiva del primer concurso de cine experimental en México cuando se cumplieron 50 años en el 2016. También programamos un homenaje a Juan Rulfo en el marco de su aniversario número 100; se incluyeron películas que históricamente han tocado la vida y obra de Rulfo, que han estado inspiradas en sus cuentos o aquellas en las que él ha sido parte de los escritores. 

La investigación tiene muchas variantes, muchas facetas; no es solamente hacer investigación del pasado sino, también, pensar en cómo se ramifica el cine en el presente: rastrear, sospechar, imaginar. Entonces yo pienso que esto está completamente ligado a la práctica que hace Ojo Libre.  

¿Cuál es el panorama actual de las actividades relacionadas al cine en la ciudad de Morelia? ¿Qué y cómo se está haciendo? ¿Hacia dónde va o cuáles son las expectativas?

Creo que a pesar de que la pandemia llegó a cerrar salas y pausar producciones, la ciudad es sumamente activa culturalmente hablando. En la UVAQ se oficializó recientemente una licenciatura en cinematografía, el año pasado inició la primera generación. Hay muchos planes para la segunda mitad del año, pensando en que ya estará todo repuesto y habrá más permisibilidad; ojalá que sí, eso sería algo muy bueno. Sin duda, creo que cuando esto mejore y podamos volver a salir (cuando ya no esté prohibido nuestro encuentro ) habrá “orgias culturales”; todos vamos a querer estar reunidos viendo y discutiendo películas. Creo que eso es lo que tiene que suceder, y de ser así habrá una oferta mayor porque será mucho el deseo de organizar cosas, como no sabemos si va a llegar otra pandemia y cuánto tiempo va durar o si nos vamos a morir, se va a sentir más esta necesidad de idear cosas. 

También pienso que se van a perfilar más los grupos de trabajo, que se va a tomar más a conciencia esa decisión de con quién se quiere trabajar y con quién no; y eso para mi es algo positivo porque quiere decir que estos grupos se van a convertir en grupos afectivos. Estos es algo que estudié para la tesis de maestría: pensar en el cine como creador de comunidades afectivas. Ojo Libre también aboga por tomarnos el cine como un acontecimiento afectivo que tiene un efecto sensible, emocional en ti y que es compartido con otros. 

Estaría muy bien que se creara en Michoacán una escuela de cine que dejara de lado las competencias institucionales y fuera abrazada por el CUEC, el CCC. el FICM y otras escuelas o proyectos importantes en el ámbito cinematográfico. Ojalá algún día pase, que las intenciones institucionales dejen de ser intermitentes; espero que se pueda hacer más cine michoacano. Por ejemplo, hay un cineasta purépecha llamado Dante Cerano que yo no conocía, llegué a él a través de un curso de cine latinoamericano que tomé hace poco en Oaxacacine. Me pregunté ¿quién es él?, eso habla de que no sabemos qué se está haciendo aquí en nuestro estado. No tienes porque saberlo todo, y uno tiene que ser consciente de eso, pero quizá si somos más observadores vamos a conocer un poco más de lo que se hace aquí. 

Para conocer más de las actividades de Ojo libre visita su Instagram y Facebook.

Esta entrevista es resultado del Taller de redacción y periodismo cinematográfico, impartido por Zoom F7. 

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