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Auge y ocaso de la comedia ranchera

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Por: Cuauhtémoc Juárez Pillado (@cuaupillado)

Son las siete de la mañana, el sol se asoma por el horizonte y un caballo cruza las veredas a todo galope, acercándose a una barranca. En su lomo lleva montado a un jinete vestido de charro, quien detiene al animal, se baja de la montura y desde la orilla de la cañada observa el paisaje mientras se acomoda el sombrero. Esta imagen del ranchero mexicano aficionado al canto y a las mujeres es un estereotipo que al día de hoy no hemos erradicado.

Parte de esa imagen viene de medios como el cine y la televisión, los cuales produjeron durante décadas contenido que impulsó este arquetipo. La representación no sólo generó un público consumidor, también fomentó una percepción idealizada de México ante el extranjero y de pasada sirvió a los intereses del gobierno como un elemento para la identidad nacional.

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La llamada Época de oro del cine mexicano es fundamental en tal construcción. Con el estreno en 1936 de Allá en el rancho grande, del director Fernando de Fuentes, hubo una explosión de historias desarrolladas en el campo y que se conocerían como “comedia ranchera”. Este género llenó salas y atrajo al público al cine durante algunas décadas. La gente no sólo empatizaba con las historias melodramáticas, también deseaba ver de cerca a aquellos ídolos que interpretaban sus canciones favoritas. Tito Guizar, Jorge Negrete y Pedro Infante, los protagonistas más importantes de este cine musical, fueron elevados a la categoría de súperestrellas por las multitudes; a ellos se les unirían después intérpretes como Miguel Aceves Mejía, Jose Alfredo Jiménez, Javier Solís y Lola Beltrán.  

alla en el rancho grande
Allá en el rancho grande

El auge y la realización masiva de estos filmes derivó en un conjunto de perfiles que marcaron al mexicano ante el mundo: las locaciones rurales pintorescas, los protagonistas vestidos de charro, las mujeres enamoradizas, el espíritu romántico –pero extremadamente machista- de los hombres y el exceso de tequila o de canciones con mariachi. El ejemplo más claro es la imprescindible Dos tipos de cuidado del director Ismael Rodríguez, una película que aborda una serie de enredos amorosos que afectan la amistad de Jorge Bueno y Pedro Malo (personajes interpretados por Jorge Negrete y Pedro Infante, respectivamente) y donde podemos observar una representación bastante clara de ese galán idealizado, muy macho pero de corazón noble y bueno para la cantada.

Después de la época de oro, los estudios siguieron con la producción de películas con esta fórmula-ya muy gastada por el paso del tiempo- al punto de realizarse filmes bastante mediocres con cantantes de dudosa calidad histriónica (aunque sumamente populares entre el público).

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Por ello, en los años 70 y 80 vieron la luz un sinfín de comedias en las que intérpretes como Vicente Fernández y Antonio Aguilar hacían gala de su talento musical. Tales melodramas ya no contaban con historias entrañables, guiones con cierta propuesta y una fotografía impecable; en cambio apostaban por la picardía y por el humor absurdo propio del cine de ficheras que dominaba la pequeña producción cinematográfica del país. Películas como El albañil (José Estrada, 1975), La ley del monte (Alberto Mariscal, 1976) o Por tu maldito amor (Rafael Villaseñor Kuri, 1990) gozaron de cierto éxito y solamente reafirmaron la popularidad de los solistas y sus canciones con el público mexicano.

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La ley del monte

Para el final del milenio, la comedia ranchera prácticamente ya no se producía. La creciente popularidad de géneros musicales como la cumbia, la balada grupera o la norteña abrieron espacio para que músicos como Rigo Tovar, Los Temerarios o Los Tigres del Norte mostraran en películas y videohomes sus éxitos para las nuevas generaciones que ya no escuchaban música ranchera. Además, el llamado “nuevo cine mexicano” también traía nuevas propuestas cinematográficas acorde con las inquietudes y los problemas de fines de siglo, por lo que el melodrama musical ya se sentía bastante obsoleto.

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Sin embargo, ha habido intentos recientes por revivir la comedia ranchera: Una última y nos vamos (2015), del director Noé Santillán-López, juega con los estereotipos del género e incluso se burla de ellos; no obstante, la historia del grupo de mariachis que deben arreglar sus problemas entre ellos para poder ganar un concurso musical, tuvo un desempeño en taquilla relativamente modesto ($11.90 millones de pesos y poco más de 290 mil personas en asistencia). 

Como caído del cielo (2019), la producción estelar de Netflix para Latinoamérica y dirigida por José Bojórquez, se aproxima a la comedia ranchera insertando a Pedro Infante en un contexto contemporáneo: al revivir el ídolo de Guamúchil, éste debe de cumplir con una serie de pruebas para resarcir el daño que hizo en vida y por fin ganarse la entrada al cielo. Aunque la producción juega con eventos sobrenaturales y aborda levemente el tema del feminismo para “deconstruir” al galán ranchero y mujeriego, es en la parte musical donde se percibe un acercamiento más sincero a la comedia ranchera, aunque con sus errores y aciertos.

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Como caído del cielo

De acuerdo con Netflix, Como caído del cielo se posicionó como la tercera producción más vista de su catálogo en México (y la primera en idioma español), a una semana de su estreno en diciembre de 2019. Aunque son muy buenos números para la plataforma de streaming, el éxito de la película queda un poco lejos de aquellos melodramas rancheros del cine de oro, capaces de inmortalizar a sus protagonistas y a sus canciones.

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