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Los adioses | Crítica

los adioses

Por: David Ornelas  (@DAVIDORNELASM) 

Todo aquel que se haya enfrentado con dedicación a la escritura como acto creativo, sabrá que para concluir una obra se necesita, quizá más que todo, tenacidad. Basta con un poco de empatía, por otro lado, para imaginar lo tenaz que una mujer debía ser para proponerse sacudir, principalmente con sus palabras, la anquilosada sociedad machista en el México de mediados del siglo pasado.

Son éstos los aspectos en la vida de Rosario Castellanos que Natalia Beristain explora en su más reciente cinta Los Adioses. También es una película sobre el amor, esa cosa extraña que lo rodea todo, que parece unir sin remedio a las personas, aunque no siempre sea para bien.

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La película de Beristain hilvana en simultáneo dos momentos en la vida de Rosario Castellanos: el matrimonio con Ricardo Guerra y sus años de juventud, cuando se conocieron en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Así, entre constantes y largos saltos de tiempo en el relato nos enteramos que previo a que Castellanos se fuera a estudiar a España y Guerra se casara  en México con otra mujer, sostuvieron una relación aparentemente intensa, floreciente entre asambleas estudiantiles, versos, música y librerías de viejo. Años después, cuando Guerra se divorcia y la obra de Castellanos goza de reconocimiento, él la busca, ella lo acepta y deciden casarse.

En Los adioses, el amor parece ser el principio y el final de todo lo que sucede en la compleja relación entre Castellanos y Guerra. El amor romántico, atrevido, intenso, juguetón y deseoso de los años de juventud; el amor nostálgico a la distancia, cuando ella está en Europa pero eso no le impide escribirle cartas apasionadas en las que asegura ser más feliz recordándolo que conviviendo con otras personas; y el amor tenso, resignado y doloroso de los años de matrimonio, ese que se desdibuja entre la incompatibilidad de tiempos y espacios, la opresión de él, los celos de ella y la disputa por un hijo rehén.

Desde los momentos en que la ilusión brilla, hasta los más sombríos de esta relación, Beristain retrata a una Rosario Castellanos fiel a su vocación: la escritura como arte y oficio. Los adioses encuentra así la representación más justa de la escritora, no porque aborde a detalle la profundidad de la obra de una de las autoras fundamentales de las letras mexicanas, sino porque nos muestra con insistencia su dedicación en esa necesaria e impostergable talacha que es la escritura.

De acuerdo al retrato de Beristain, uno de los detonantes del conflicto entre Castellanos y Guerra es la importancia que ella dedica a escribir, por sobre todas las cosas y por encima de él. El resultado en la película es una serie de secuencias de Castellanos aferrada a su máquina de escribir, como para no dejarse arrastrar por esa relación que se hunde de a poco pero sin remedio; una escritora comprometida con sus palabras, que machaca las teclas de su máquina como acto de resistencia, como refugio, como constancia de que existe en un plano individual, a pesar de todo, en un mundo conquistado y reconstruido por ella a golpes de letras sobre hojas blancas.

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Además de la vocación de Castellanos en la literatura, Los adioses intenta explorar la dedicación con la que la autora, dentro y fuera de su obra, luchó por el reconocimiento y la igualdad de los derechos y las libertades de las mujeres, desde el pensamiento y la lucha feminista. Beristain intenta, mediante la acumulación de momentos “clave”, contrastar el discurso público, la obra, las emociones y las ideas de Castellanos en términos de reivindicación feminista, con una realidad de control y opresión, por parte de Ricardo Guerra, en el día a día de la vida matrimonial.

El problema no es si el motivo escogido como eje de la película tiene o no un sustento real, seguramente lo tiene, el problema es que, al no explorar la experiencia previa, posterior o al margen de la relación de Castellanos con Guerra, prevalece la sensación de que la vida pública y privada de la escritora giran en torno al marido y que el total de sus revelaciones provienen, directa o indirectamente, de él; en otras palabras, a fuerza de insistir siempre en el contraste, lo que vemos es a una mujer que parece precisar de un hombre, incluso para imaginar su liberación.

Por otro lado, si bien esa selección de momentos clave en la biografía de Castellanos favorece el tratamiento de los temas fundamentales en la película, en términos narrativos, la cinta se acerca más a una línea del tiempo de interés histórico y social que a un relato biográfico con matices dramáticos. Y no es que las líneas del tiempo estén mal, es que el carácter de ficción cinematográfica de la cinta nos hace echar de menos lo entrañables que solo los relatos bien construidos suelen ser.

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Tomando en cuenta las dificultades que implican las adaptaciones al cine de las biografías de personas destacadas, hay que decir que ninguno de los dos señalamientos anteriores demerita la importancia de recuperar para la memoria a una de las mujeres fundamentales para la literatura y el pensamiento feminista en México, constantemente olvidada, como muchos otros asuntos importantes en este país. El cómo reivindicar nuestra historia y cómo construir sus relatos, lo dejaremos, por ahora, en la lista de aspectos perfectibles para el cine mexicano.

David Ornelas Trabaja en el departamento de difusión de la Cineteca Nacional y ha escrito sobre cine en algunas publicaciones digitales.

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