Trainspotting: el tren escocés que partió de la estación en 1996

Irving Welsh escribió a principios de los noventa una de las novelas escocesas más influyentes de la última década del siglo XX. No era común describir con tal detalle el uso indiscriminado de drogas duras, las sensaciones que causan y, sobre todo, el contexto en el que se abusaba de la heroína, droga a la que Lou Reed le cantaba. Esta novela toma el nombre de la afición de observar el paso de los trenes, un pasatiempo muy famoso en los países de la Gran Bretaña: Trainspotting.
Dicho libro fue aplaudido tanto por la crítica especializada, que tuvo una rápida puesta en escena y una posterior adaptación cinematográfica. El encargado de llevarla al celuloide fue una de las promesas del cine inglés: Danny Boyle, quien con su cinta previa, Shallow Grave (1994) fue elogiado en el Festival Internacional de San Sebastián, sin embargo,no tuvo tanta aceptación con el público en general. Esto no detuvo la carrera de Boyle, quien consultó con Welsh la posibilidad de llevar a la pantalla grande la historia de Mark Renton.
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Con actores que en ese entonces eran casi desconocidos, Ewan McGregor, Jonny Lee Miller, Ewen Bremner y Robert Carlyle, Boyle llevó las cámaras a los lugares más deprimentes de la capital de Escocia. Además, se sumergió en una polémica al filmar escenas de sexo explícito, la aplicación de drogas intravenosas y del uso indiscriminado del slang escocés.
Los personajes fueron de inmediato aclamados por la crítica y por los espectadores, quienes vieron en Mark Renton, Sick Boy, Spud, Diane y Tommy a la juventud de final de milenio, no sólo de Escocia, sino del mundo occidental. Personajes que no planeaban a futuro, se salían de los dogmas implementados, buscaban un refugio en las drogas y en la música post punk.
Críticos como Roger Ebert destacaron cómo Boyle retrató los detalles de las andanzas de toda una generación perdida:
Trainspotting conoce esa verdad en sus propios huesos. La película ha sido atacada como prodrogas y defendida como antidrogas, pero en realidad es simplemente pragmática. Sabe que la adicción conduce a una rutina diaria ingobernable, agotadora e intensamente incómoda, y sabe que sólo dos cosas la hacen soportable: un suministro de la droga preferida y la comprensión de los demás adictos.
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Cada personaje tiene un perfil adictivo que no responde necesariamente a las drogas; en algunos casos, como el de Begbie, recae en la doble moral. Esto crea un cóctel de personalidades en el que todos se critican por las costumbres que tienen. Los que usan la heroína, pero también los que son felices mientras consumen sus propias drogas socialmente aceptables.
En su momento Trainspotting fue llamada “La naranja mecánica de los 90” debido a su temática y por la carga visual que presenta Boyle, quien sin temer a las críticas tanto positivas o negativas nos lleva de la mano ante la recuperación de un adicto y su recaída, hasta llegar a la falsa ilusión de poder ser un hombre (“decente”) dentro de la sociedad.
La historia está aderezada con un soundtrack que tiene las influencias del punk de Iggy Pop, el britpop de Pulp y Blur, la música tecno (tan famosa en tal década), el uso de clásicos como Heaven 17 y los infalibles New Order y Lou Reed, quien canta un himno junkie llamado Perfect Day.
Trainspotting se mantiene fresca para las nuevas generaciones. Es una de esas películas de culto que la mayoría se topa en la adolescencia y actúa como una bocanada de aire fresco que nos ofrece una premisa: todos tenemos adicciones, las escondemos y sobre todo somos hipócritas.
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