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Los Fabelman: el cine como terapia | Crítica

Los Fabelman: el cine como terapia | Crítica

Un diálogo tan sincero entre el presente y el pasado hace que Los Fabelman se sienta como el equivalente cinematográfico de una alta terapéutica, que con una cantidad limitada de coordenadas reales consigue una explicación fidedigna de un cineasta legendario.

El sociólogo francés Pierre Bordieu sentenciaba en su texto Cuestiones sobre la sociología que “nuestros gustos nos expresan o nos traicionan más que nuestros juicios”. En una reinterpretación de sus palabras aplicada al mundo del cine, los temas que cuentan los cineastas, así como su manera de abordarlos, no son más que un reflejo de su espontáneo mundo interno.

Esta idea nos puede ayudar a desarmar a los creadores con trayectorias más dispersas, como es el caso de uno de los directores más importantes de la historia, Steven Spielberg, quien no se ha caracterizado precisamente por explorar sus intimidades en pantalla, al menos no de manera tradicional como lo han hecho otros de sus contemporáneos. A simple vista, la espectacularidad en sus historias sobre seres del espacio exterior, sus cruzadas por tesoros o la gravedad de sus epopeyas históricas pueden percibirse ajenas; simples oportunidades para entretener y ejercer las habilidades narrativas de un verdadero mago del séptimo arte.

Sin embargo, eso no significa que su obra sea impersonal. Durante más de 50 años se ha dedicado a pintar un autorretrato a través de sus películas, casi siempre ligadas a familias fracturadas, a la inevitable —y lamentable— existencia de víctimas y victimarios en todos los entornos, reflexiones sobre las implicaciones sociales e históricas de pertenecer a un grupo vulnerable o a sujetos moldeados por enormes e incontrolables fuerzas.

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Con los temas puestos sobre la mesa, se podría pensar que Los Fabelmans (2022) reúne y explica los atisbos presentes en el marco de su filmografía. No obstante, su verdadera naturaleza se sostiene en contra de las expectativas del público, al encontrar en ella un relato dulce sobre el egoísmo, el perdón y el cine mismo.

Se trata de la historia de Sammy, un joven judío que vive junto a su familia en un pequeño suburbio norteamericano. Un día sus padres lo llevan por primera vez a una función de cine; experiencia que lo deja impresionado y lo lleva a descubrir la que será su más grande pasión. Al crecer, el niño convertido en un incipiente cineasta vive de rodaje en rodaje de ambiciosos cortometrajes con sus amigos y hermanas menores. Además de las obvias satisfacciones creativas que trae concluir cada proyecto, el chico se fascina por las posibilidades que cada uno le ofrece para manipular la realidad, pues ve el cine como un microcosmos donde puede tener control del caos cotidiano.

Y en su hogar sucede todo lo contrario. Las cabezas de su familia son dos fuerzas antagónicas con cada vez más dificultades para convivir en paz y que establecen un ambiente silenciosamente disfuncional. Por un lado, su padre es un ingeniero en informática, cuadrado e inflexible de pensamiento como todo hombre de ciencia, y en el extremo opuesto está su madre, una pianista prodigiosa increíblemente sensible, dulce y soñadora. El descubrimiento de un sorprendente secreto hace que su familia comience a desquebrajarse hasta llegar a un punto sin retorno, y es en ese panorama donde Sammy deberá luchar por mantener la cordura mientras busca con empeño la manera de alcanzar su sueño.

 

Es importante mencionar que antes que una estrella, Spielberg es un narrador comprometido con entregar la mejor versión posible de sus historias, privilegiándolas aún por encima de sus deseos o, incluso, de las decisiones más sensatas. Como ejemplo tenemos el escándalo que causó su supuesta condescendencia al terrorismo en Munich (2006), una decisión motivada por una necesidad narrativa que lo llevó a enemistarse con diversas asociaciones judías en Estados Unidos.

Hago énfasis en esto porque, con todo y su condición completamente personal, Los Fabelman no se atreve desobedecer esa regla autoimpuesta por su director, quien nos entrega un relato ligeramente infiel con su pasado, pero argumentalmente convincente y redondo. Ahora bien, esto no implica que haya cedido la veta personal para complacer al público: sus necesidades logran empatar con sus anhelos, y al deshacerse del enorme obstáculo que representan las temporalidades exactas es que el filme consigue trascender los cánones establecidos por otras obras autobiográficas.

El contar su vida desde los ojos de un alter ego hace que Steven Spielberg pueda desarmar libremente pedazos de su historia sin mermar su significado. El autor tampoco se aferra a elementos que estorban dentro de la obra como conjunto, permitiéndole así deconstruir y analizar minuciosamente cada uno para poder llegar a conclusiones más certeras sobre sí mismo y sus influencias. Aquí es donde entra un recurso que en manos de otro realizador hubiera tenido un aporte puramente anecdótico, pero que en Los Fabelman hace las veces de hilo conductor y detonante de sus epifanías personales: los hallazgos del pequeño Sammy con respecto al quehacer cinematográfico.

Cada escena dedicada a sus primeros encuentros con la dirección o el montaje no son únicamente para mostrar su ingenio innato que, a su vez, postula algunos de los valores que hacen a un buen cineasta; cada descubrimiento técnico se transforma en una nueva herramienta para afrontar su día a día dentro de la ficción y diseccionar su vida fuera de ella.

Es así como la película se presenta como un derroche de generosidad, donde el director se libra de caprichos y auto indulgencias para poder subsanar en pantalla su relación con las figuras que dieron forma a su carrera, entre quienes destaco, quizás, a las más importantes, y a la vez los verdaderos protagonistas: sus padres. A pesar de juzgarles con severidad y pintarlos como seres egoístas con una enorme capacidad corrosiva, Spielberg hace algo a lo que pocos se atreverían al buscar la imparcialidad para discernir entre las verdades inamovibles y las distorsiones propias de la inmadurez juvenil, especialmente, para verlos como seres humanos tan defectuosos como cualquier otro.

Al conjugar esto con su ojo experimentado tras las cámaras, el cineasta logra redimir a las personas detrás de sus padres con apenas unas cuantas viñetas, aceptando la imperfección de cada uno: tanto la del hombre frágil y abnegado que falló al balancear sus deseos con los de su familia, como la de una mujer frustrada con su labor como madre, quien tenía derecho a priorizar su propia felicidad.

Ese diálogo tan sincero entre el presente y el pasado hace que Los Fabelman se sienta como el equivalente cinematográfico de una alta terapéutica, que con una cantidad limitada de coordenadas reales consigue una explicación fidedigna de un cineasta legendario, que pone de manifiesto la mayor virtud que le pudo proveer el cine: la opción de sanar y crecer mediante él.

Trailer Los Fabelman 

 

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