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El Menú: “talásica” experiencia de comedia negra | Crítica

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El valor de El Menú está por encima del suspenso constante, un plot twist bien justificado o su inmejorable ensamble actoral. La trama juega con el espectador, al hacerlo preguntarse: ¿Qué tipo de cliente soy?

Margot (Anya Taylor-Joy) y Tyler (Nicholas Hoult) asisten a la degustación gastronómica de Hawthorne, exclusivo restaurante en una remota isla. El excéntrico menú del chef Julian Slowik (Ralph Fiennes) es estropeado por un hecho: Margot no está en la lista de adinerados clientes. La tensión entre cocinero y comensal irá en aumento, debido a que la chica se niega a comer los platillos. 

La alta cocina se ha convertido en sinónimo de explotación, prepotencia y esnobismo. Pig (2021) o Boiling Point (2021) han reflexionado sobre el tóxico vacío resultante de una burbuja inflada por pretenciosos foodies; sin embargo, ningún título es tan corrosivo como El Menú (The Menu, 2022). Pese a tratarse de formal suspenso con final girl, esta comedia negra es un arrebato antiburgués sin tacto en el exterminio simbólico de las clases altas. Parodiando Chef’s Table (Netflix), los guionistas Seth Reiss y Will Tracy (Succession) crearon un buñueliano escenario donde el capital humano castiga el privilegio de los ricos (entitlement), “parásitos” codiciosos que ignoran las horas de trabajo en cada lujo consumido. 

Lo común es ver películas con críticas generalizadas sobre el consumismo, donde todos contribuimos a la perversa maquinaria capitalista. El Menú elude dicha tibieza y dirige el juicio contra las altas esferas sociales. El chef Slowik divide al restaurante en dos bandos: “quienes toman” (ricos) y “quienes dan” (staff), pero la presencia de Margot (al margen de la aristocracia culinaria) evidencia que el segundo grupo contribuye a la perduración de desigualdades y exclusiones.

Similar a El Ángel Exterminador (1962), no es homogénea la clase trabajadora: los inconformistas son indultados (como Margot) y el condescendiente queda atrapado con los ricos, intentando complacer a un “amo” que ni siquiera recuerda su nombre. Es ahí donde la (supuesta) justicia poética en Hawthorne comienza a tambalearse, pues todos (excepto la desconocida comensal) pertenecen a la misma casta. 

Para acrecentar el suspenso, Mark Mylod (director) convierte al staff en siniestra secta, una representación análoga al maltrato laboral en cualquier establecimiento con estrellas Michelín. Humillaciones y hambre de reconocimiento han originado la descomposición del arte gastronómico, ocasionando explotación laboral orquestada por un líder que sustituye la personalidad de sus trabajadores por culto al chef. En El Menú esa violencia sale de la cocina y estalla frente a los opulentos comensales, quienes se creían inmunes. Parecido al terror in crescendo en Midsommar (2019), “la cena” se desenvuelve como ritual folclórico, donde la “fotografía de producto” sacraliza los platillos (imitando realities gastronómicos), preparando terreno para el espectacular postre. 

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A nivel argumental, comedia negra y carácter edificante son mezclados a la perfección, puesto que toda esa “crítica” social jamás cae en el sermón o falso progresismo. Como en Parásitos (2019), Exile (2020) o The Square (2017), filmes sobre desigualdades, la violencia está en manos de un verdugo con propios vicios y orgullos. No es la rebelión de clases el principal motivo para Julian Slowik y staff, sino la frustración originada por un golpe de consciencia sobre lo efímero de su arte. Desean crear algo estéticamente trascendente, sin importar los medios. 

La suma de psicópatas cocineros y comensales prepotentes da al filme un toque de placentera tortura psicológica de millonarios; en broma, los guionistas ubican la isla Hawthorne en los mares de Gotham (DC), con Joker como principal inspiración. El egocéntrico Slowik no es un villano plano, su oscura psique reconoce en Margot un “cliente” diferente al resto. Como ‘La Valkiria’ (Silvia Pinal) de Luis Buñuel, la comensal debe solucionar el enigma del chef-esfinge sobre dónde debe morir: “¿eres de los que da o de los que toma?”, pregunta Slowik.

El guion de Reiss y Tracy plantea cómo los conflictos e injusticias en las relaciones transaccionales (transactional relationship) son magnificados cuando intervienen clientes de alto poder adquisitivo. Mientras Margot solo espera comida deliciosa, para los ricos es la oportunidad de presumir su privilegio y poder. 

El valor de El Menú está por encima del suspenso constante, un plot twist bien justificado o su inmejorable ensamble actoral. La trama juega con el espectador, al hacerlo preguntarse: ¿Qué tipo de cliente soy? ¿Seré parte del problema cuando compro costosos cafés en Starbucks o al consumir en restaurantes con ética laboral cuestionable? El filme de Mark Mylod es placentero por poner a la burguesía contemporánea en el patíbulo, con estereotipos muy cercanos a la realidad, siendo condenados por cada acto de arrogancia. En pocas palabras, es una de las mejores películas del año.

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Irving Javier Martínez Ver todo

Licenciado en Comunicación. Redactor especializado en cine.

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