Érase una vez un genio: el intermedio fantástico al universo de Mad Max

Por: Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
La solitaria Alithea (Tilda Swinton) es una erudita narratóloga que viaja a Estambul para dar una conferencia. En un bazar turco compra una botella y, al tratar de limpiarla, libera al genio atrapado (Idris Elba), quien le ofrece tres deseos. Por temor a las consecuencias, ella se niega a realizar sus pedidos, pero él contará la historia sobre su cautiverio para convencerla de formular tres sueños por cumplir. George Miller, su director, se refiere a Érase una vez un genio (Three Thousand Years of Longing, 2022) como un descanso al universo de Mad Max, filmada en estudios australianos durante la pandemia.
Este año ha sido excelente para la fantasía: desde el multiverso fractal de los Daniels hasta el terror en tono absurdo de Jordan Peele. Pareciera que el cine alcanzó tope narrativo y los creadores cinematográficos escarbaran en el terreno de lo ilógico para encontrar nuevas premisas en universos distantes de los imaginarios populares. En otras palabras, existe una urgencia por renovar el “bestiario” contemporáneo, en su mayoría, alimentado por las fobias de la hipermodernidad. Basada en un cuento de A.S. Byatt, Érase una vez un genio arranca con un prólogo que defiende el poder de la ficción, en especial la fantasía, como elemento imprescindible para la humanidad.
¿Cuál es el propósito de contar historias? Según Alithea (alter ego de George Miller), la ficción es necesaria incluso cuando no hay algo que contar, pues la tradición oral de compartir narrativas ha dado coherencia a la naturaleza, sentido moral a las acciones y muchas cosas más. Para sobrellevar la soledad infantil, la protagonista creó un amigo imaginario llamado Enzo, con una detallada hoja de vida que volviera verosímil a su invención. La humanidad hizo algo parecido al armar mitologías y alegorías que dieran sentido a abstracciones, emociones y todo aquello inexplicable. Se nos dice al inicio: “será más creíble si lo narro como cuento de hadas”, un guiño al carácter metaficcional de la película.
Érase una vez un genio no es una historia de amor, sino un cuento sobre la resistencia humana al olvido. El verdadero miedo del genio y la narratóloga es ser olvidados, sin dejar testimonio de participación en la gran obra colectiva llamada humanidad. Avanzada la trama, la protagonista siente inquietud por hacer partícipe a la sociedad (dos ancianas vecinas) de su historia de amor, pues de no ser así, los momentos con el genio se tambalearían entre sueño y delirio, como sucedió con su matrimonio y Enzo. Lo anterior podría ser metáfora de las redes sociales y la necesidad de crear “tramas” personales y mostrarlas a desconocidos.
Al inicio, Alithea menciona que “la ciencia suplió a la mitología”, pero más tarde descubre que el exceso de tecnología (básicamente, las ondas electromagnéticas) ha llevado a la magia a su extinción. En forma simbólica, George Miller expresa su preocupación por la desmemoria de los grandes relatos fantásticos. Ya sea mediante superhéroes o sagas neomedievales (a veces denostados como ficción para geeks), lo místico puede sobrevivir en un mundo saturado por los simulacros de “hiperrealidad” ofertados por la tecnología y medios digitales. La relación entre la protagonista y el genio es una conciliación entre razón y magia, donde el “deseo de amar” es la sed humana por lo sobrenatural e inexplicable, apagando la incredulidad para dejarse llevar por la fantasía.
Los tres episodios basados en alteraciones históricas (El olvido de un genio, Dos hermanos y una gitana y La consecuencia de Zefir) son digresiones sobre cómo la versión oficial desprovee a la memoria colectiva de todo rasgo humano, pareciendo que el amor, la venganza, el odio o la ambición no fueran motivos suficientes para los personajes históricos más conocidos. Parecido al ejercicio de relato enciclopédico de Lars von Trier en Ninfomanía (2013), cínicamente contradictorio en todo momento, la película tiene una atmósfera de mentira prolongada iniciada por la etiqueta de “cuento de hadas” mencionada por Tilda Swinton. ¿Es realidad toda la trama o una invención alimentada por la soledad? Para Miller, eso es una recreación de la tradición oral, viva por la variedad de versiones y evolución constante de los eventos, según la cultura y el tiempo.
El tono feel-good movie es intencionalmente impostado, para (según el director) darle un estilo noventero “pasado de moda”. Similar a En compañía de lobos (1986) o La princesa prometida (1987), donde también se explora la fantasía como tesoro intangible, hay cierta frialdad en la puesta en escena; si el espectador busca la acción ágil de Mad Max, dicha rigidez podría afectar su experiencia, ya que Érase una vez un genio es todo lo contrario. Parecido a leer un libro infantil con bonitas ilustraciones (muy bien diseñadas por CGI, cabe señalar) el filme es un cambio de registro sin aspiraciones a obra trascendental, una nota al margen en la filmografía del director con ideas acumuladas a través de los años.
Tráiler de Érase una vez un genio
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