Párpados azules: una película para los solitarios

Por: Emmanuel Tovar (@emmanueltovar_)
La soledad dentro de las grandes ciudades es un tema recurrente en el cine. Estar rodeado de personas todo el tiempo, y aun así no tener una conexión con ninguna de ellas, puede hacerte sentir el ser más solitario sobre la tierra. Pero ¿qué ocurre cuando dos personas solitarias se encuentran por azar? Marina Farfán (Cecilia Suárez) y Víctor Mina (Enrique Arreola) nos ofrecen una respuesta en Párpados azules (2007).
Tras seis cortometrajes, cuatro largometrajes y haber sido presidente durante dos años de la Asociación Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC), es interesante volver a revisar la ópera prima de Ernesto Contreras, quien apenas en 2018 ganó seis premios Ariel por su más reciente película Sueño en otro idioma (2018). A lo largo de su filmografía, Contreras ha buscado explorar las distintas caras del amor usando como vehículos a personajes solitarios, oprimidos socialmente e insatisfechos con sus vidas. En esta primera película, dichos elementos los presenta y los explota en el mejor sentido.
Párpados azules trata la historia de Marina Farfán, quien tras ganar un viaje de lujo y todo pagado para dos personas a playa Salamandra, se da cuenta que no tiene a ninguna persona a la cual invitar, ni siquiera a su hermana, quien con chantaje emocional trata de quedarse con el premio para ella y su esposo. Un día, y por cuestiones del destino, Marina se encuentra con Víctor, un excompañero de la secundaria de quien no guarda ningún recuerdo, pero que aún así decide invitarlo. Él acepta, y en los días restantes al viaje, ambos se dan una oportunidad para conocerse más. A partir de aquí se desenvuelve el resto de la trama.
Ernesto Contreras nos entrega un drama antirromántico, con el cual se cuestiona si el amor es algo que se busca simplemente para no estar solos, donde se revierte el dicho popular “más vale solo que mal acompañado” por “más vale mal acompañado que solo”, y es que los protagonistas (ambos interpretados magníficamente con una contención necesaria) viven todo el tiempo encerrados emocionalmente, aislados en su vida y en su timidez.
Mientras avanza la historia, por momentos logramos observar una evolución en la relación de los personajes, pero, al final siguen siendo dos desconocidos que se acompañan para evitar la soledad sabiendo que, paradójicamente, solo se tienen el uno al otro.
Contreras se aleja completamente de los grandes gestos románticos del género y le quita a la trama toda la manipulación sentimental que pudiera poseer, aun cuando vemos a los personajes en los escenarios más clichés de las películas románticas: una cena en un restaurante elegante, un picnic en el parque, una cita en el cine o incluso una noche de baile. Porque una cosa es tener todos estos momentos con alguien, y otra es sentirlos. Inteligentemente, Contreras busca en la simpleza lo real, lo identificable, lo imprevisible y por qué no, hasta lo cómico en algunas situaciones.
Con una puesta en cámara sobria el director nos introduce al mundo de cada uno, donde los personajes siempre se ven consumidos por el espacio… solos. Sumando esto a que explota la paleta de colores de una gran metrópoli como lo es la Ciudad de México; colores fríos, opacos, grises y ocres que nos sumergen en la soledad de los protagonistas. Por momentos se muestran leves destellos de conexión romántica entre ambos que nos recuerdan a las cámaras lentas de In the mood for love (2000) de Wong Kar Wai, sin embargo, el cineasta mexicano los extiende hasta la incomodidad o los interrumpe con un golpe de realidad, de su solitaria realidad.
Indudablemente, Párpados azules nos dejó claro el espléndido futuro que tendría Ernesto Contreras en el cine, un director que sabe contar lo que quiere. En 2007, con el estreno de esta película, el director ganó varios premios y reconocimientos, entre ellos el Ariel de Plata a mejor Ópera Prima.
Esta crítica es resultado del Taller de redacción y periodismo cinematográfico, impartido por Zoom F7.
Categorías