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Taxi Driver: dualidad y autosacrificio

taxi driver

Por: Miguel Sandoval

Un profeta y un vendedor de drogas. Mitad verdad, mitad ficción. La más pura contradicción.

Betsy sobre The Pilgrim, Chapter 33, de Kris Kristofferson.

Un auto atraviesa los vapores nocturnos de los setenta neoyorquinos. Vemos los créditos iniciales por su parabrisas y suena la música del compositor Bernard Herrmann, suave y amenazante, que anticipa la dualidad del protagonista a quien seguimos en este filme: su nombre es Travis, hombre licenciado con honores del cuerpo de marines que a causa de su insomnio consigue un empleo nocturno como conductor de taxi. 

La semilla de Taxi Driver surgió de manera catártica cuando el escritor Paul Schrader fue llevado a urgencias debido a una úlcera. Era una época en que además frecuentaba cines porno, deprimido por una separación reciente. El también cineasta reconoce como influencia Memorias del subsuelo de Fiódor Dostoievsky, no obstante, el título es eclipsado por la obra de otros dos autores: John Ford y Robert Bresson.

Con relación al primero, el taxista de Schrader comparte afinidades con Ethan de Centauros del desierto (1956): ambos fueron a la guerra, tienen tendencias racistas e impulsos violentos. Con relación al segundo, y quien aporta las bases de este ensayo, las referencias son El carterista (1959) y Diario de un cura rural (1951), las cuales prefiguran la existencia de Travis, distinguida por el entorno postvietnam. El ladrón y el sacerdote del realizador francés bosquejan la ascética habitación de Travis, su soledad y una combinación de mezquindad piadosa.

La historia del personaje encarnado por Robert DeNiro presenta a un hombre atormentado, quien hace largos viajes encontrándose con clientes de diverso estatus social. Entre sus intensas jornadas, como tratándose de los protagonistas de Bresson, escribe un diario mediante el que manifiesta sus anhelos y desilusiones: la apariencia de la mujer de sus sueños y la inmundicia que corroe las calles de Nueva York, lo mismo que sus pensamientos como individuo que no encaja en sociedad tras su regreso de la guerra.

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Al ahondar en las entradas de este cuaderno, advertimos que en él efervesce (como antidigestivo en agua) una furia hacia los sectores más marginados de su ciudad, sensación que, sin embargo, es paliada por la figura de Betsy. Contra las imágenes de prostitutas y afroamericanos ligados al crimen, la ensoñadora mujer en vestido blanco, cual ángel redentor, aparece para inspirar esperanza a nuestro protagonista. He aquí una conexión con el carterista bressoniano, quien encuentra alivio en una mujer que simboliza la pureza.

No obstante, las contradicciones del taxista salen a flote, pues pese a su reiterado disgusto con la suciedad que lo rodea, lo descubrimos en cines porno, guardándose licoreras en la chamarra y conteniéndose con dificultad afanes violentos. Todo es intuido por Betsy, cuando, en su primera cita y en referencia a una canción de Kris Kristofferson, evoca su lugar en el mundo: el de alguien en busca de pulcritud, pero que en sus actos halla corrupción. Y lo que es peor, alguien incapaz de ver su propia mentira, ya que empuja su enamoramiento hacia un final incómodo. 

Cabe agregar en este punto que durante su idilio conoce a Iris, niña de 12 años explotada sexualmente a quien se propone rescatar del proxeneta (Matthew), lo cual contrasta con su objetivo de asesinar al candidato presidencial, Charles Palantine, como una forma de dañar a Betsy —su promotora política— por rechazarlo; una acción valiente de cara a una acción desmedida pone en marcha el autosacrificio del taxista, proceso que lo lleva a aislarse para planear todo, en clara señal de alienación.

Pocos muebles, ropa en un lazo y flores marchitas adornan la habitación blanca de Travis, disposición que recuerda a los espacios del ladrón y el sacerdote bressonianos, a diferencia de que el protagonista de Taxi Driver debe ir más lejos: para purificar el mundo, primero necesita purificar su cuerpo; para lograr sus cometidos necesita destruir poco a poco su individualidad, entregándose sin reparo a sus tareas. De este modo, y con goce casi vouyerista, la dirección de Martin Scorsese capta a DeNiro ejercitándose y armándose al son de un reloj como inicio del ritual. 

Bajo esta nueva actitud, el deterioro emocional del taxista es palpable, ya sea mediante cortes sobre el plano en los que repite sus movimientos y discurso de odio, o al verlo observar unos zapatos vacíos al centro de una pista de baile donde todos tienen pareja. Asimismo, su autosacrificio avanza cuando, rapado casi por completo, acude a un evento público de Charles Palantine para dispararle, pese al fracaso de sus intenciones.

Luego de una breve parada en su departamento, el protagonista de Schrader y Scorsese emprende la misión de salvar a Iris, burlándose de Matthew y dejándolo malherido para subir al cuarto de hotel donde está ella con un cliente. La luz es opaca, Travis entra por los angostos pasillos con un disparo al portero, después de lo cual recibe un balazo del reanimado proxeneta, hecho con que disocia la realidad: a través del montaje nos es mostrado el letargo de sus acciones a comparación de la velocidad de sus enemigos, aunque venciéndolos para llegar a la menor.

De rodillas y sin más que perder, el taxista intenta suicidarse sin éxito; no obstante, al igual que el sacerdote de Bresson en su historia, Travis da “un milagro de sus manos vacías” cuando entrega la salvación a la pequeña interpretada por Jodie Foster, tal como un regalo que no posee para él mismo. Enseguida, la policía abre la puerta, mientras nuestro protagonista culmina el ritual con el que pierde su individualidad por completo a través del ademán de un arma sobre su cráneo.

Por otra parte, resulta destacable que Travis no es un héroe, sino un hombre azarosamente conducido a la justicia, ya que también pudo conseguir su objetivo con Palantine. Tampoco hablamos de su redención a la manera del ladrón bressoniano, puesto que, si bien hay un último encuentro con Betsy a bordo de su taxi, la ensoñación con que nos es presentada la escena (a través del retrovisor del auto) evidencia una distancia. Al final, el taxista es el mismo, con la violencia interna persiguiéndolo en un juego sonoro inquietante, y, probablemente, la soledad.

Un comentario sobre "Taxi Driver: dualidad y autosacrificio" Deja un comentario

  1. ¡Hermoso análisis! En vídeo se pierde mucho la información recibida, así se interioriza. ¡Genial!
    Estaría muy bien una relación entre Taxi driver y Días de santiago, la segunda es una película peruana maravillosa y tienen unos paralelismos interesantes.
    Saludos y gracias por escribir!

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