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“Hacer una película sin miedo es una banalidad”: Alejandro González Iñárritu en la UNAM

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denise roldan

En octubre de 2019, Alejandro González Iñárritu compartió sus experiencias profesionales con estudiantes de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas de la UNAM. La plática de más de tres horas, guiada por Fernanda Solórzano, llevó un rumbo cronológico (desde su etapa como locutor de radio, sus años en la publicidad con la productora Z films, sus inicios cinematográficos) hasta que los alumnos comenzaron a involucrarse más e Iñárritu contó las anécdotas, pensamientos y retos que lo han formado.

Con una actitud muy amena, el director se dispuso a rememorar su carrera para serle útil a los alumnos que inician en estos caminos. De sus años formativos se refirió a lo aprendido en WFM, a los ejercicios narrativos breves que hizo en publicidad, a la que considera una ocurrencia. También platicó de su primer reto más allá del marketing con la serie Detrás del dinero, y continuamente traía de vuelta al gran mentor que tuvo, Ludwik Margules, con quien estudió teatro por tres años.

Parte fundamental de sus aportaciones fue la comparación entre la música y el cine. “Los músicos se elevan mientras que los cineastas nos arrastramos como cucarachas”, expresó el realizador ante el auditorio. De la música valora la abstracción y el lenguaje que tiene para transmitir la creación de manera más fiel a través de la partitura, mientras que destaca esa imposibilidad en el cine desde las limitaciones del guion. Para el mexicano, la experiencia espacio tiempo del cine no se puede poner en papel; no hay una partitura para el cine que todos puedan leer, todo está en el director. A falta de esto, recurre al mapeo emocional para recordar la progresión emocional y compartirla con los actores y el equipo.

La música juega un papel significativo en su proceso creativo. La concepción de una película tiene que ver con un género musical. Amores perros debía sonar como Sticky fingers de los Rolling Stones, mientras que Biutiful fue un réquiem y 21 gramos un jazz fracturado.

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Ya sobre su experiencia dirigiendo, recalcó que comenzó de manera irresponsable y en el camino aprendió el verdadero compromiso que tiene un director con sus colaboradores y con la idea; el equipo no está al servicio del director, sino de la película; además resaltó la importante tarea que es conocer de todos los departamentos del cine y, al mismo tiempo, reconocer la ignorancia para darle paso a más conocimientos. Para Alejandro González Iñárritu el cine no es un arte complicado, la gramática visual es accesible, la batalla está dentro de uno mismo; llegar al set con una estrategia para bajar toda la teoría y conocimiento a una ejecución, ahí está lo complicado.

A lo largo del encuentro, salieron a relucir las preguntas que se debe hacer un cineasta en cada producción, por ejemplo, desde qué punto de vista filmar, algo que exploró bastante con Amores perros, a la cual se aludió más, pero se mencionó gran parte de su filmografía haciendo referencia a diferentes áreas de la producción de un filme.

Con su ópera prima se habló sobre qué dice el rostro de un actor para formar parte del casting, nombrando a Gael García Bernal y Emilio Echevarría; o cómo darle textura a la película a través de la fotografía, en este caso de Rodrigo Prieto.

Con 21 gramos se abordaron los retos que se autoimponen los realizadores al comenzar un proyecto más allá de los límites conocidos. Además del trabajo con los dos tipos de actores que él considera existen, los que trabajan de adentro para afuera, como Benicio del Toro, y los que trabajan de afuera para adentro, como Sean Penn; y la importancia de compartir el gusto actoral con el editor que se trabaje, como le pasó con Stephen Mirrione.

Se habló del rompecabezas narrativo y de producción que fue Babel. Un paso más allá en la constante búsqueda de abarcar más posibilidades y de potenciar sus capacidades. Y la enseñanza que le dejó acerca de cómo exponer un personaje en poco tiempo.

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Birdman salió a colación para discutir el desarrollo del personaje con Michael Keaton, y el crecimiento personal y profesional que implicó un cambio técnico, temático y de género. La necesaria renovación para seguir explorando.

Se lanzaron grandes sentencias sobre el cine: “Estamos en el negocio y el arte del artificio”; “Hacer una película sin miedo es una banalidad”. Iñárritú señaló que hacer una película es trabajo de dementes, que el presupuesto nunca es suficiente, y de la edición, su gran poder, donde a sus ojos, ahí está el ritmo y ahí está dios, ahí está todo. El ritmo interno de una película es el misterio más grande que hay, y se descubre dilucidando el objetivo general de la película y de cada escena, así como el punto de vista.

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Iñárritu no se considera un director de documentales, pero está consciente de los momentos en los que no queda de otra más que rendirse ante la realidad que no puedes ficcionar. El tema se desarrolló aún más con su colaboración en 11’09″01 – September 11 del que rescató el valor del audio, la pureza de la emoción desde la voz; y con su trabajo en VR, Carne y arena. Su experiencia con la realidad virtual la describió como un trabajo de dios porque es en 360 grados; es una labor de creación de un mundo y de manipular para que la gente vea lo que tú quieres que vean. Carne y arena, la tecnología más grande con las personas más humildes, un grupo de migrantes reviviendo sus historias.

Para el cineasta, el documental cada vez más supera a la ficción porque ésta está cayendo en fórmulas. Al cine, comenta, lo amenazan, la racionalidad, la televisión, la imitación de la literatura, y la ilustración de un drama literario. Se está perdiendo la sensación de ver algo que no se puede leer, que no está hecho ni con razones ni palabras.

Hacia el final, Inárritu dijo a los alumnos que no hay autocensura si se es fiel a sí mismo; se despidió aconsejándoles desaprender y tener miedo, pero que éste no los paralice.

Aquí te dejamos la charla completa:

 

 

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