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El diablo a todas horas: el bien, el mal y sus acentos

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pleca mauricio

A pesar de que el bien y el mal son conceptos estrictamente religiosos, no podemos omitirlos tan fácilmente. Lo que es bueno y malo depende de diversos factores: ubicación geográfica, religión, educación parental, grupo étnico… Las variables son muchas y la noción muy amplia como para explorarse a cabalidad. Nos han enseñado —y hemos aprendido— a distinguir entre lo que es social y personalmente bueno, así como lo que no lo es. Pero, ¿cuántas veces notamos cuando se entremezclan ambas ideas?

Basada en la novela homónima de Donald Ray Pollock, El diablo a todas horas cuenta diferentes historias ubicadas en el sur de Estados Unidos. El hilo central aborda la vida de Arvin Jones (mayormente interpretado por Tom Holland), niño tímido que sufre la muerte de su madre a causa de enfermedad y el suicidio de su padre (efectivo Bill Skarsgård) —quien lo ve como un débil— por no poder evitarlo. También, vemos lo que sucede con Sandy (Riley Keough) y Carl (Jason Clarke), una pareja de asesinos seriales que matan por complacer la necrofilia del esposo, así como el involucramiento del sheriff, Lee Bodecker (Sebastian Stan), hermano de Sandy.

Lo anterior es un intento de sintetizar el relato, pues éste sostiene más ramificaciones; todas con sentido y suficiente desarrollo para volverlas interesantes y relevantes en conjunto. El mecanismo narrativo de las subtramas completas, y que enlazan a todos los personajes de una forma u otra, es la más grande virtud tanto de la novela original como de la película. Suceden en localidades aledañas, en ambientes similares y donde las mentalidades son parecidas debido al entorno socioeconómico, lo cual dota de verosimilitud. Además, tienen una asociación temática: el peso de los traumas familiares y las ideas religiosas como catalizador.

En las primeras secuencias vemos uno de los primeros shocks por los que pasa Willard, el papá de Arvin, quien ve a un compañero de batallón crucificado aún vivo y bañado en sangre. Esta puede considerarse una experiencia religiosa, pues involucra directamente un ícono judeocristiano y sirve como sacudida personal. Es algo que, obviamente, nunca se olvida. Te acerca a Dios, o bien, a su contraparte con una acción terrenal. El símbolo de la cruz lo marcará por el resto de su vida y lo transmitirá a su hijo con fervor, pero el pequeño lo rechaza porque no tiene identificación con ello; además (no adelantaré cómo) pero le causa daño. A través de la oración y del contacto que tienen los demás en su vida con la religión es que Arvin nunca podrá cerrar como tal la llaga que abrió su padre. La acción del bien más puro, el cual sería estar cerca de Él, como el del mal que ve a su alrededor causado —directa o indirectamente— por Él, es una de las formas en las que el argumento demuestra excelentemente la ambigüedad de ambos conceptos y sus constantes amalgamas a lo largo de la vida. ¿Se puede vivir el mal por acción del bien o hacer el bien a través del mal?

Una trama de tales ambiciones, y que requiere la manifestación de un rango amplio de emociones y estados pesados como es la desesperación o el desconcierto, no podría haberse logrado sin una dirección estupenda ni un desempeño actoral notable. Por esto, debo decir que la sorpresa absoluta del elenco es Tom Holland. Aunque su carrera está dando los primeros pasos y cuyo eslabón más notorio es ser El Hombre Araña en el Universo Cinematográfico de Marvel (lo que, histriónicamente, no es decir mucho), el tipo demuestra tener condiciones actorales admirables. Lo indefinido de su rol que encierra tantas pugnas internas pero trata de no consumirse por éstas incluso si debe obrar así, es lo que destaca su interpretación. El manejo de su lenguaje corporal, gestos e incluso el acento son por demás provechosos.

Al hablar de acento sureño, no se puede omitir el trabajo de Robert Pattinson, quien ya está sobrado de elogios para este punto. Si bien, su papel de cura ventajista puede considerarse secundario, tiene injerencia para el desenlace. La secuencia climática final que tiene contra Arvin es formidable. La representación escénica del punto central del asunto.

En los atributos técnicos, el montaje funciona de manera óptima para no hacer confusas las acciones al espectador y dejar claras todas las derivaciones en esta antología malévola de facto. Asimismo, el diseño fotográfico trabaja para capturar los semblantes usualmente desorientados de los personajes a la vez que los encierra con planos abiertos en los enormes bosques del sur de Estados Unidos. Hace evidente que forman parte de un ambiente físico y espiritual del que es imposible escapar.

El diablo a todas horas es una tremenda exhibición de potencia fílmica y narrativa por los medios con los que expone ideas complejas de la sociedad humana: el yugo de los juicios religiosos y morales a través de las conexiones sanguíneas. Transforma las arboledas sureñas gringas en un auténtico infierno y envuelve en tensión y ofuscación al público con tales imágenes y resoluciones. Demuestra que el diablo no es tan rojo ni está tan oculto, sino que aparece de vez en cuando si se ajustan los estímulos (in)correctos.

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