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Tío Yim: un documental con espíritu de lucha y mucha fiesta

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La ópera prima de largometraje documental de la cineasta Luna Marán (Me parezco tanto a ti, 2011) es una búsqueda personal a través de las obras de su padre, Jaime Luna Martínez (como activista y compositor) para entender al hombre que ahora se encuentra en los últimos años de su vida. Es una despedida disfrazada de homenaje, cuya mirada nunca se deja de cuestionar sobre el amor, la libertad y la familia.

En términos generales, Tío Yim (2019) es una ventana hacia la visión y forma de organización que las regiones de la sierra Juárez en Oaxaca han formado durante años a través del concepto comunalidad. La joven directora nos permite explorar junto a ella un poco de la vida cotidiana del pueblo y sus logros, con la ayuda de una figura importante dentro del movimiento: su padre.

Pero las imágenes y entrevistas, tal como lo dice Luna, son un “pretexto para convivir con la familia”, un motivo para ilustrar el retrato de sus padres y hermanos desde una mirada más íntima que difiere del modo observacional explorado de manera brillante por grandes documentalistas durante años en nuestro país. 

La forma en la que se involucran los personajes de la familia Martínez durante el largometraje, incluida la directora cuya voz y rostro aparecen constantemente en pantalla, recuerdan al estilo del cineasta ruso Dziga Vértov (El hombre de la cámara, 1929) y al cinéma-vérité de Jean Rouch y Edgar Morin (Crónica de un verano, 1961); ambas visiones se compaginan con la de Marán, cuya verdad se revela ante la lente en forma de una canción: “y lloró, lloró, las mujeres que perdió”, o en una confesión hecha en la nostalgia del pasado. 

Al compás de la guitarra, el documental ilustra los recuerdos que se desprenden de tales letras; las imágenes mezcladas con la música sirven de catarsis, en diferentes formas y niveles, para los miembros de esta familia. Para Jaime suenan a la energía que destiló en su juventud para luchar por su pueblo; en Magdalena, las melodías evocan el amor y la pérdida, y al escuchar las canciones de su padre, la imagen del trovador ante los ojos de sus hijos es de respeto.

La mirada de Luna se une al trabajo de otros documentalistas como José Buil (La línea paterna, 1995) y Ricardo Castro (Adiós, adiós, adiós, 2019), quienes reflexionan sobre la pérdida paterna o materna… en el caso de la también productora, el trabajo de su padre como activista durante años, y la visión que llevó a cientos de personas, se han quedado en ella, transformándolas en su manera de hacer documental; una perspectiva de comunidad, una propuesta que va más allá de los canones más tradicionales de la antropología visual. 

En esta unión, nosotros los espectadores no podemos más que contemplar el esfuerzo de un pueblo por mantener sus derechos como prioridad ante las autoridades gubernamentales que antes se aprovechaban de sus recursos, una lucha que llevó a los pobladores de la Sierra de Juárez a replantearse la manera de ver al universo de una forma más humana, diferente a la que ofrece la competitividad en las grandes urbes. Somos invitados a mirar la fusión de la naturaleza con el espíritu. 

Tío Yim es una obra personal e íntima en la que el pasado se mezcla con el presente y este con el futuro para perdonar las ausencias y entender los errores de un padre cuya ausencia-presencia estuvo marcada por el alcoholismo y la trova, pero también por las ganas de ayudar. Casi desde el inicio hasta los últimos instantes del largometraje, la muerte se respira en cada instante, pero no como algo tabú y, aunque es inevitablemente dolorosa, la cineasta la aborda como algo natural. 

Es la confrontación del protagonista con su mortalidad un encuentro que él acepta tranquilamente sentado en la sala de su casa, acompañado de su familia y sus recuerdos de aquellos días de fiesta, al lado de su guitarra que tocará una vez más, una última vez.

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Crítica

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