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5 sangres: la guerra como herida transgeneracional

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pleca mauricio

“Después de que has estado en una guerra, te das cuenta que realmente nunca termina. Ya sea en tu mente o en la realidad, son sólo grados”. Estas líneas se dicen en un momento de quietud antes de un punto climático y sirven para expresar uno de los meollos de Cinco sangres (Da 5 Bloods), vigésimo cuarto largometraje de mi maestro Spike Lee.

De nuevo, el cine estadounidense mainstream (honestamente, lo es) dedica una producción cinematográfica a la Guerra de Vietnam, incluso con décadas de concluido el conflicto, demostrando que es una llaga que no terminará de cerrar jamás. En esta ocasión, el buen Mookie elabora alrededor de los Bloods, un grupo de veteranos que vuelven a ‘Nam para recuperar los restos de su líder caído, pero también para recobrar un tesoro de lingotes de oro que enterraron en una operación durante sus años de servicio.

Antes de iniciar con la ficción, hay algunos fragmentos de material de archivo para contextualizar al espectador acerca de las atrocidades del conflicto: el uso de napalm contra niños, los botes de refugiados y Muhammad Ali declarando la célebre “ningún vietnamita me ha llamado negro”. Es decir, mediante esta corta secuencia de referencias, se matiza el combate para apartarse de una visión unidimensional a la vez que se toma una posición antibélica.

Al iniciar el relato, el planteamiento gira en torno a la confrontación de estos exmilitares contra sus vidas pasadas, marcadas por una disputa que “nunca debió suceder”; es decir, la memoria dolorosa. Si bien se les ve alegres por reunirse de nuevo, en los diálogos –un tanto inverosímiles– recuerdan los días en el infierno y dan clases de historia, pues otro de los grandes puntos del desarrollo (y marca estilística de este cineasta) es recordar las injusticias contra las personas afroamericanas en una revisión no sólo historiográfica, sino a manera de homenaje. Cuando sucede esto, de forma didáctica, el metraje se ve interrumpido con una imagen que ilustra al sujeto que estén mencionando con fecha de nacimiento, deceso y todo.

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El diseño interno de los señores es similar al de una road movie, pero uno destaca sobre los demás. Todos poseen ciertas personalidades no exploradas en demasía, pero es la figura de Paul (excelente Delroy Lindo) quien sobresale de los demás al ser el más dañado y en quien recae una parte fuerte del subtexto político y emocional de la película. Como sus amigos, es un hombre viejo veterano y negro, pero él tiene como gran pecado creer en el presidente de “los falsos espolones”: el Donald. Al estar en una mesa de bar –llamado Apocalypse Now, por cierto– con los demás mientras se quejan de los soldados negros enviados a morir para salvar a los blancos de una amenaza creada por ellos mismos, Paul declara haber votado por el innombrable, estar a favor del muro y de la expulsión de los inmigrantes ante los comentarios incrédulos y burlones de su pandilla. Uno de sus camaradas se mofa y le dice que seguro él era ese “negrito sonriente de los mítines”; de inmediato, se corta al clip verdadero del susodicho a quien se le señala con una flecha brillante y cubren los ojos –eso realmente no protege su identidad por completo– como para ridiculizarlo.

Este es uno de los aspectos ideológicos más interesantes, pues en la obra de Lee usualmente sólo se reconoce un bando “bueno” oprimido, no se identifican tonalidades mentales ni simples disidentes en sus lados. Aquí vemos a un sujeto afroamericano seguidor de Trump que termina de marcar más adelante su preferencia política al usar una gorra roja de “Make America Great Again”, símbolo incuestionable de esta época para identificar el odio y el racismo. O sea, enemigos dentro de los tuyos. Aunado a esta incorporación idiosincrática, hay otros momentos de enfrentamiento directo -en la diégesis- e indirecto, más menciones al prez al punto de llamarlo “klansman en la oficina oval”.

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El tercio final gira hacia la memoria entrañable y al amor. Avanzado el argumento se revela qué sucedió con Norm (francamente impresionante Chadwick Boseman), el líder caído de los Bloods y la necesidad de reconciliarse con el pasado complicado y las vivencias cercanas a los disparos. El encaro al odio y la fuerza al no desaparece, pero el tono sanador y optimista se apodera de los últimas escenas con momentos conmovedores como abrazos familiares, con el plano de doble dolly más tierno en la filmografía de Spike con una pareja sonriendo o un vistazo a un cuartel de Black Lives Matter, donde el director militante regresa en otro llamado a la acción. No es el único que hay, pues antes ocurre un monólogo donde Delroy Lindo luce su interpretación con líneas que oscilan entre el desquicio propio de su rol y un discurso real de resistencia negra ante los abusos de poder.

Con maravillosas referencias a Apocalipsis ahora (Francis Ford Coppola, 1979), obra máxima sobre Vietnam, donde maniobra con la relación de aspecto (aspect ratio para los exquisitos) para indicar un cambio temporal y otras virtudes técnicas en el montaje, 5 sangres contiene marcados contrastes entre los sentimientos que la guerra puede generar durante y después de ocurrida. Spike Lee, lamentablemente recluido en streaming por ya saben qué, entregó lo que es mi parecer es la hermana espiritual de El infiltrado del KKKlan (2018) por las tramas ubicadas en polos opuestos. Una película contundente y, aún así, conciliadora.

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