Mujercitas: coming of age sin boda final

Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
Jo March (Saoirse Ronan) es una escritora a destajo que publica anónimamente (con relativo éxito) en un diario neoyorkino. Después de la dura crítica de su amigo Friedrich (Louis Garrel), la joven entra en una crisis creativa que la llevará a renunciar a su carrera literaria. Tras recibir una carta con malas noticias, Jo debe regresar al hogar de sus padres, donde creció junto a sus hermanas Amy (Florence Pugh), Meg (Emma Watson) y la moribunda Beth (Eliza Scanlen).
Los elogios para Lady Bird (2017) venían de la crítica progre de Estados Unidos, quienes crecieron en la clase media emergente y encontraban en el coming of age un reflejo de sus errantes vidas adolescentes. La película tiene un contexto local y anodino: los exagerados conflictos internos de una chica privilegiada por el simple hecho de ser estadounidense. Mujercitas (segunda producción dirigida por Greta Gerwig) tiene una perspectiva más completa sobre las desventajas sociales que enfrenta una mujer, cuyo único “deber” es casarse y tener hijos. El largometraje se aleja de la típica película de época (con bonito vestuario) para acercarse más al drama sobre infancias interrumpidas de Mustang (Deniz Gamze Ergüven, 2015).
Existen dos grandes puntos positivos en esta nueva versión de la obra de Louisa May Alcott: el racionamiento de la cursilería y la alternancia de las líneas temporales. El filme de 1994 profundizaba demasiado sobre los respectivos romances de las hermanas, aspecto que Gerwig lleva a un segundo plano para dar mayor relevancia a la frustración matrimonial de Meg, las aspiraciones artísticas de Amy, el estancamiento creativo de Jo y la relación de Beth con el señor Laurence (Chris Cooper). En consecuencia, Laurie (Timothée Chalamet), Friedrich (Louis Garrel) y John Brooke (James Norton) –los intereses amorosos de las protagonistas– se vuelven personajes incidentales.
El desenlace tiene elementos que salvan al título de lugares comunes: los personajes rompen la cuarta pared, suceden elipsis abruptas y la protagonista se burla del corazón sentimental de este melodrama (el romance Friedrich-Jo). En los últimos minutos, Jo y su editor (Tracy Letts) comienzan a discutir sobre el final de la novela; después de aumentar el porcentaje de las regalías, Jo acepta casar a su alterego del libro con Friedrich. Esa alteración de la ficción es un guiño a la vida de Louisa May Alcott, “la solterona” a quien hace referencia el señor Dashwood; un cambio tan radical como hacer una adaptación de Crimen y castigo y finalizar con Raskólnikov saliéndose con la suya.
Gerwig juega con los paralelismos entre la actualidad y el ocaso del siglo XIX (con las primeras olas del movimiento feminista). Durante el luto, Jo experimenta un debacle emocional muy parecido a la crisis de “los casi 30” en Frances Ha (Noah Baumbach, 2012), con un anhelo por algo que en realidad no sabe qué es (mismo dilema planteado en Lady Bird, pero de una forma menos consistente). Lo incierto del porvenir de las chicas hace atractiva a esta película para los “millennials”, audiencia sin muchas narrativas empáticas con la fragilidad del adulto joven: sin futuro económico como Meg, egocentrista como Amy y reticente al matrimonio y la procreación como Jo.
No obstante, la película no alcanza la excelencia. Si bien es cierto que desarrolla ideas importantes, cojea bastante al definir las relaciones entre las hermanas March. En comparación con otros dramas de época temáticamente similares, como Orgullo y Prejuicio (Joe Wright, 2005) –donde la lucha por conseguir “buen esposo” destruye los lazos afectivos entre las chicas Bennet–, en Mujercitas vemos demasiada bondad, imposible de creer. Apenas se sugiere la rivalidad entre Jo y Amy, pero se soluciona fácilmente, haciendo de la sororidad algo impostado y bobo (como en las versiones anteriores).
Por otro lado, esa falta de discordia no arruina el melodrama (intensificado con esa maravillosa estructura narrativa). La enfermedad de Beth es un excelente hilo conector del presente y el pasado; esa “ceremonia” (nacimiento, boda, funeral) que obliga a toda familia a desempolvar los malos y buenos recuerdos, como sucede en The Meyerowitz Stories (Noah Baumbach, 2017). Esa ruptura de la linealidad tradicional convierte a Mujercitas en un drama moderno y refrescante (con un oportuno mensaje de empoderamiento femenino).
De Lady Bird a este título existe un incremento en las ambiciones creativas de la directora, aunque aún le falta ese pequeño plus fuera de la zona de confort (del cual Sofia Coppola ya salió con The Beguiled, por ejemplo). La adaptación de Mujercitas aún está en ese estadio hipster de los directores neoyorkinos, ansiosos por ser cool y radicales al mismo tiempo. Con su corta filmografía (incluidos los guiones coescritos), Greta Gerwig se ha esforzado en construir un discurso contundente sobre los desconciertos e inseguridades del adulto contemporáneo y las expectativas no cumplidas, ideas que madurarán en sus futuras películas.
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