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Retrato de una mujer en llamas: la vida en la mirada

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Así como en La favorita (Lanthimos, 2018), la película dirigida por Céline Sciamma tiene como uno de sus principales núcleos subtextuales la exposición/crítica al estilo de vida de las mujeres pertenecientes a la burguesía. La diferencia entre ambas recae en el tratamiento.

Retrato de una mujer en llamas (2019) cuenta sobre Marianne (virtuosamente contenida Noémie Merlant), una joven pintora que es enviada a una isla desolada de Bretaña a crear el retrato de bodas de Heloïse (preciosamente extraña Adèle Haenel), quien acaba de asumir el compromiso de casarse con algún improvisado de la nobleza tras la muerte de su hermana, en quien originalmente caía el casamiento. Ya saben, Siglo XVIII.

Mientras la cinta de Lanthimos gira su trama hacia la disputa entre las dos principales sirvientas de la reina para configurar un raro thriller cómico, Sciamma permanece en el melodrama que después inserta un toque de erotismo, el cual matiza el argumento hacia el romance.

La historia inicia como una misteriosa concatenación -y, aparentemente inconsecuente- de escenas de una chica pintando a alguien a escondidas y aprendiendo sobre sus patronas, para después tornarse en un coqueteo timorato entre dos personas imposibilitadas a estar juntas y que deriva en un tórrido amorío de abrupto final. Es la mirada el elemento más importante; a partir de ahí se configura toda la película.

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Se puede notar la transformación de las miradas. La de Marianne comienza abierta, explorando un entorno desconocido; luego cambia a los ojos que inspeccionan cada imperfecta facción de su objetivo; pasa a los vistazos dudosos del flirteo inseguro por lo peligroso que puede ser, compuesto por ojeadas rápidas que descienden tras ser correspondidas, concluyendo en el vacío del recuerdo. En contraparte, Heloïse inicia desde no mirar a su acompañante por la gran furia que siente al no poder elegir su futuro, cambia a la inspección de su agregada, posteriormente a las rápidas ojeadas que se mantienen tras coincidir y terminan en el vacío del pesado recuerdo. La memoria que pesa. Además, la idea del retrato como pieza central del intercambio de miradas es sumamente inteligente, pues ¿qué no es un retrato, ya sea en pintura o fotográfico, si no una mirada fija en el tiempo? La observación más profunda que se puede hacer.

Para expresar este argumento sobre los ojos y sus capacidades, el diseño fotográfico consiste mayormente en planos cerrados hacia los rostros de las mujeres o bien, cerrados en su interacción, pero siempre enfocados en su intercambio.

El erotismo igualmente es medular. Conforme avanza el filme, la reciprocidad se intensifica, cambia de la timidez a la pasión desbordada. De nuevo, todo parte de los ojos. Construir un argumento desde algo que puede ser tan relativo como la mirada, volverlo determinante y, desde ahí, construir interacciones sensuales no incómodas, no sólo hablan de un guion técnico potente, también de una dirección espléndida.


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Ahora, me fue inevitable notar un abrupto cambio de tono cuando el romance estaba ya consumado, pues varias líneas en ese punto se tornaron súbitamente cursis, siendo que la cinta no lo había planteado en la personalidad de sus personajes. La flaqueza, sin que sea un desperfecto mayor, son los diálogos, muchas veces demasiado predecibles, especialmente en los momentos de crítica hacia la opresión sobre las mujeres de la época.

Retrato de una mujer en llamas está cimentada enteramente en la virtud de sus sutilezas. En una historia que podría gritar muchas cosas por los componentes que tiene, elige plantear desde la sensibilidad y la finura. Un filme que demuestra la sofisticación de la simplicidad.

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