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‘Stalker’ y la depurada poesía de Tarkovsky

Stalker Andrei Tarkovsky

Por: Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)

La obra de Andrei Arsenevich Tarkovsky está cimentada en la producción de experiencias. Parte de su fama internacional se debe al momento histórico. Durante la Guerra Fría, Arsenevich vivió en confrontación con otro contemporáneo: Stanley Kubrick. Los paralelismos entre ambos cineastas se veían a partir de sus diferencias (“rivalidad” iniciada con la dualidad de 2001: A Space Odysse y Solaris). No obstante, el distintivo de Tarkovski siempre fueron las propiedades poéticas atribuidas a su obra fílmica.

De acuerdo con el realizador, la dirección de arte “fantástica” de Solaris había representado un “distractor” para la audiencia. El discurso real del director se perdió entre los decorados y la “pretensión visual”. Después de llevar a cabo su proyecto más personal (El espejo, 1975), Tarkovski buscó lograr el lirismo máximo a partir de la depuración de la atmósfera y el lenguaje fílmico.

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Con La Zona (Stalker, 1979), el autor eligió la austeridad fotográfica en beneficio de la profundidad narrativa. En Esculpir el tiempo afirma que su intención era “demostrar que el cine es capaz de observar la vida sin intervenir, con crudeza y obviedad, en su continuidad. Es ahí en donde veo la verdadera esencia poética del cine”.

Ese desinterés por las fórmulas de montaje responde a la obvia y recurrente pregunta: ¿qué es La Zona? En realidad no es nada, pues carece de simbolismo. El verdadero punto de enfoque se dirige hacia las personalidades de los personajes y sus deseos. En realidad, el viaje de los tres hombres es un pretexto para abordar un tema absoluto: la dignidad humana.

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El universo alrededor de La Zona no es muy distinto al de cualquier padre de familia de clase media que ha perdido la fe, debido a las obstáculos del día a día. No obstante, sin saberlo, el guía ya obtuvo su deseo más profundo: el amor. Cercano al desenlace, el escritor y el científico se percatan de tal “milagro” y con sus miradas expresan melancolía ante la salvación del hombre por su esposa e hija.

Los recursos técnicos que caracterizan a La Zona son la simulación de un plano secuencia (en contraste con los brincos temporales y oníricos de El Espejo) y un tono fantástico llano. Tarkovski limpió la obra de efectos especiales (lo cual potencializó lo magistral de la escena del vaso) y centró sus esfuerzos en crear un  discurso clásico (a pesar de la complejidad filosófica).

Una de las huellas de la intención por enarbolar la tradición literaria clásica europea es el soliloquio en el epílogo. Como si se tratar del monólogo de Molly Bloom en Ulises, la esposa del guía rompe la cuarta pared para hablar sobre el estado patético de su esposo. Sin embargo, Tarkovski lo traslada al terreno matrimonial de Bergman u otros contemporáneos y Zhena acepta el sufrimiento a cambio de la felicidad y la esperanza actual.

En La Zona, la segunda incursión en un híbrido de Sci-Fi, el tono filosófico del soviético alcanza su punto más alto, ya que el ensayo visual se vuelve demasiado concreto y con mínimas sombras de su condición autoral (tomando en cuenta que los anteriores y posteriores trabajos de su filmografía son prácticamente memorias en imágenes).

Aunque Tarkovski se negaba a formar parte del canon de la ciencia ficción, el largometraje es una ruptura en la historia del cine de género. Junto con otros autores, como Konstantin Lopushansky, los soviéticos abrieron las puertas del Sci-Fi para dar paso a la hibridación. Hoy, en una cotidianeidad dominada por la tecnología, la película es un buen pretexto para reflexionar sobre la existencia y nuestros deseos más profundos. Una entrega monumental que seguirá siendo referida, una y otra vez, por las jóvenes generaciones de cineastas.

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