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Los asesinos de la luna: el despojo como mito fundacional

Los asesinos de la luna: el despojo como mito fundacional

Por: Carlos Carrizales 

En el corazón de la construcción de Estados Unidos como país, existe la idea del mérito como concepto unificador. El gran mito estadounidense del self made man, el sujeto que se supera a causa de su esfuerzo y tesón, a menudo reivindica a un individuo singular que acumula bienes y prestigio porque “los gana”. En su más reciente trabajo como realizador, Los asesinos de la luna, el genio de Martin Scorsese da un golpe sobre la mesa para responder en contra de esa idea: su nación se construyó de lo robado. La lógica de la mafia es la lógica de su política.   

Los asesinos de la luna transcurre en los años 20 del siglo pasado, cuando la nación indígena Osage se convirtió en una de las más ricas de Estados Unidos gracias a sus yacimientos de petróleo. Esto detonó una serie de asesinatos de mujeres Osage que se casaban con hombres blancos que sólo buscaban hacerse con las herencias y las propiedades de sus familias, exterminándolas poco a poco en una operación en la que estaban coludidos banqueros, médicos, políticos y empresarios. En este marco, el joven Ernest Buckhart (Leonardo DiCaprio) llega a una comunidad Osage para trabajar con su tío, William Hale (Robert De Niro), en el  negocio de casarse con mujeres indígenas para robarles su dinero y matarlas. Ahí se casará con Mollie (Lily Gladstone), con quien hará una vida aparentemente normal, mientras contribuye al exterminio sistemático de la comunidad

En sus obras de gánsteres, que constituyen una de las vertientes recurrentes en su filmografía, Scorsese se ha preocupado por retratar lo imbricados que están los grupos mafiosos y las lógicas del despojo en la historia de Estados Unidos, tanto la reciente como la de origen. En Gangsters de Nueva York (2002), por ejemplo, planteaba la idea de que los fundadores de su nación eran tanto los pandilleros que se dividían el territorio como los inmigrantes que disputaban un espacio. Es decir, las agrupaciones informales, las del bajo mundo. Este tema resuena fuertemente en su nueva película, ya que mueve el foco para hablar de la primigenia disputa de espacio: la de los nativos americanos contra los blancos colonizadores. Aunque no se sitúa en aquel periodo fundacional, el tema es, por supuesto, evocado.

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En este sentido, Scorsese apunta a proponer una visión que modifica la representación de la criminalidad en su cine. La aleja de las clásicas armas, de los tugurios a oscuras, de la sordidez permanente. Aquí, se concentra en la acumulación de poder y en la usurpación de espacios a través de mecanismos más bien sociológicos: el enamoramiento, la formalización de relaciones, la fachada de simpatía y buena vecindad, la amistad, las relaciones de parentesco y la legitimidad social. La idea es aplastante porque muestra que el cañón de un arma es inmediato y útil, por supuesto; pero que asegurar una herencia es duradero. El esfuerzo puede prolongarse, sí, pero el resultado será de largo alcance.  

Es digno de señalar que Scorsese no se regodea en el colonialismo o el racismo como temas principales, porque los da por supuesto; es lo que se encuentra en la base de este desequilibrio relacional que establece este llamado a la agresión y al robo. Si los blancos quieren quitarles el dinero a los Osage es porque, en primera instancia, no les corresponde tenerlo. El orden está mal, hay que corregirlo. Lo mismo sucede con el patriarcado y el machismo del que se sirve toda la operación; son hombres blancos los que conquistan mujeres Osage utilizando cualquier supuesto sexista a su favor, porque saben que las relaciones de parentesco y las herencias se arreglan entre hombres. Porque saben que un hombre viudo puede volverse a casar sin tanto estigma social. Porque saben que un marido puede asesinar a su mujer. 

Los asesinos de la luna critica
Los asesinos de la luna

Para imprimir esta sensación de depredación constante, el director toma distintas decisiones estéticas para retratar a los blancos, que constituyen en Los asesinos de la luna un colectivo unificado en la rapiña: los filma desde los ojos de Mollie, que los ve bajar de los trenes como invasores con rostros suspicaces, sospechosos; bajo fondos negros y luces tenues que destacan lo aperlado de su piel como una frialdad bajo el rostro; en las calles como cuerpos que se desplazan buscando cualquier forma de obtener dinero. La afrenta a la blanquitud es directa y palpable, como recordándole al espectador que, aunque se quiera regatear todo lo concerniente a la cuestión racial, no es casualidad el color del rostro de los ladrones (ni el de los despojados o asesinadas). 

Existe una exploración de los mecanismos ideológicos y cómo inciden directamente en las prácticas. Scorsese nos muestra cómo actúa la ideología; no como una “falsa consciencia”, sino como un quiebre fundamental entre cómo se piensa que se vive y cómo realmente se vive. Buckhart (ese tonto funcional que DiCaprio interpreta estupendamente en la medianía de ser humano que es), Hale (un De Niro que captura toda la obscena ambición del emprendedor estadounidense) y todos los hombres blancos establecen relaciones afectivas con sus parejas y con sus vecinos. Perfectamente pueden llamar “amigo” o “amor” a alguien a quien están planeando matar al día siguiente o dentro de un tiempo. Hay un quiebre entre su consciencia y lo que hacen, pues los personajes no vinculan esas dimensiones. Existe un velo de conocimiento práctico en torno a cómo consideran que se debe ordenar el mundo y no son capaces de traspasarlo, porque ni siquiera lo notan. Saben que lo que hacen no es bueno, pero tampoco creen que sea completamente malo. 

No obstante, en esta cuestión Scorsese toma una decisión ética importante, que lo coloca en contraposición a los productos populares sobre criminales: nunca se hermana con ellos. Y, sobre todo, no conduce al espectador a hacerlo. Por el contrario, hacia el último tercio de Los asesinos de la luna, todo gira en torno a los particulares conflictos de consciencia de su protagonista, Ernest Buckhart. El director lo coloca en el banquillo de todos aquellos que pueden acusarlo y se dedica a revelarnos su verdadero rostro: el de un hombre con apenas un sentido de consciencia que, enfrentado a las consecuencias de sus actos, sencillamente no sabe qué hacer, oprimido por múltiples fuerzas que lo obligan a torcer el rostro, hablar en balbuceos, contener llantos. Si durante más de tres horas de metraje hemos visto a este personaje cometer todo tipo de delitos y asesinatos viles, hacia el final lo vemos como el vil humano que siempre ha sido.

Esto reitera, finalmente, otra tesis del cine de Martin Scorsese, una que se encontraba en el final de Gangsters de Nueva York, en el final de El irlandés (2019) y en esta ocasión: la futilidad de la vida criminal al añadirle perspectiva y tiempo. El anticlimático cierre de una vida desenfrenada que, cuando llega la vejez o se confronta con la mirada y la pregunta de una esposa, se deshace en pedazos mientras cae al olvido. 

Con Los asesinos de la luna, Scorsese decide hacer una condensación de los grandes temas que han obsesionado toda su filmografía, entregando una de sus obras mayores no tanto por su escala, sino por su riqueza temática, su sagaz forma de tejer finamente y por su lenguaje cinematográfico depurado y preciso. En su muestra de un pasaje de la historia no tan vieja de los Estados Unidos, exhibe que su nación tiene una sola gran obsesión: el dinero. Que su mito fundacional no debería ser el mérito o la libertad, sino el despojo

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