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Beau tiene miedo: Ari Aster se consolida en el terror psicológico | Crítica

Beau tiene miedo: Ari Aster se consolida en el terror psicológico | Crítica

Beau tiene miedo es el tercer largometraje de Ari Aster, autor que en esta ocasión se inclina (más que en sus anteriores largos) por el terror psicológico que ha trabajado desde sus primeras producciones independientes.

Ari Aster llegó a su debut en largometraje con un estilo temático y estético muy bien definido, en mayor medida, como resultado de una carrera como cortometrajista con ocho diferentes historias. Estos pequeños metrajes autofinaciados fueron su espacio de experimentación; en ellos encontramos varias de las tendencias que seguiría su cine, como el terror basado en los dramas familiares, la perdida, las locaciones maquetistas y los colores sobresaturados que disfrazan una perversión en el idilio.

El cineasta neoyorquino parece estar al tanto de tales elementos, ya que Hereditary (2018) y Midsommar (2019) incluyen mucho de esa primera etapa, caracterizada por solidas ideas que le motivaron también a readaptar la idea de uno de esos cortos a Beau tiene miedo (2023).

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El protagonista de la nueva entrega es Beau Wasserman (Joaquin Phoenix), un hombre ansioso e inseguro que vive un mal viaje permanente. Su apartamento está en un barrio apocalíptico lleno de personajes que lo rebasan en su irracionalidad y desquicio: criminales super tatuados que le persiguen, asesinos y un hombre que baila salsa incansablemente.

Por si no fuera suficiente, debe lidiar con sus malestares internos que lo obligan a la medicación rigurosa y a asistir con un psicólogo, quien aclara sus angustias intermitentes. La estelar con la que arranca la película es la próxima visita a casa de su madre Mona, una empresaria sobreprotectora, chantajista y controladora. Después de no poder efectuar el viaje en tiempo y forma por circunstancias agobiantes, todo se viene abajo para el personaje.

Aster vuelve a entregarnos una historia de fantasmas. No en el sentido tradicional de espectros sobrenaturales que embrujan espacios o poseen cuerpos, sino en el de remanentes emocionales que se ciernen y aterrorizan a sus protagonistas, en esta ocasión con un proyecto más arriesgado, centrado en analizar los complejos de culpa y la parálisis psicológica que estos pueden desencadenar.

A diferencia de Hereditary y Midsommar, donde los personajes tenían chance ocasional para liberarse del dolor —sin abolir sus horribles destinos—, Beau tiene miedo es propositiva al sostener un juego de apariencias en el que ninguna acción es gentil, donde toda muestra de los sentimientos del personaje, anhelos y frustraciones sirven como una forma de enjuiciarlo por sus defectos o aumentar su vulnerabilidad. 

Al igual que lo hizo en su etapa temprana al encoger el miembro viril del detective Bing Shooter para hacer trizas su seguridad en The Turtle´s Head (2014), en Beau tiene miedo Aster no busca que la audiencia sienta lástima por Beau ni mucho menos; sino que se carcajee a expensas de su tragedia y lo acompañe en su decadente devenir. Esta elección resulta innecesariamente temeraria si consideramos que deja a Beau Is Afraid a merced de una característica ambivalente, que puede provocar que la misma antipatía hacia su protagonista se cree hacia la propia película y su extraño sentido del humor.

Con el mismo ánimo incendiario con el que cambia la forma de tratar a su protagonista, el director busca la expansión de sus convenciones para infundir miedo, al erradicar casi por completo la intervención de los aparatos paranormales sobre los que se apoyaban sus predecesoras películas, obligándose a reposar cabalmente en el terror psicológico. Para ello se recurre nuevamente al shock value, pero esta vez lo aplica de la manera que lo hizo en The Strange Thing about the Johnsons (2011), el más popular de sus cortometrajes, formulando fenómenos conceptualmente perturbadores que quebrantan preceptos morales, y cuyo horror proviene de las disparatadas acciones que estas provocan, y no del evento perse. 

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El cineasta llena sus secuencias de eventos inspirados en ese criterio y los hila como parte de una sola pesadilla en la que lo ominoso hace mancuerna con otros sentimientos, como el temor causado por la pérdida del libre albedrío, para mantener una sensación apabullante de malestar e incertidumbre ante el porvenir. Esto ayuda a que la película recupere el suspenso, relativo como para asegurar que la reconozcamos completamente como una obra escalofriante.

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El único rasgo certero que debilita su progreso es el exceso. Si bien no hay tiempo muerto y podemos afirmar que cada parte abona a su trama, esta se beneficiaría de ser un poco más concisa. Las ansias de su director por elaborar demasiado en una misma escena hacen que algunas se extiendan en una letanía larguísima que termina por perder su sentido original, como por ejemplo, aquella secuencia del teatro itinerante o el angustiante interrogatorio final.

Es debatible si esa radicalidad lleva al despropósito completo del largometraje. En lo personal, me inclino al hecho que son decisiones calculadas más que ser la sintomatología de un director que disfruta de ensimismarse en sus propias ideas, y que se obsesiona con que todas queden plasmadas en un sólo cuadro. De cualquier forma, es inevitable aplaudir la audacia con la que Beau tiene miedo puede triunfar y fallar múltiples veces sin tambalear su seguridad y desfachatez, haciendo que el futuro de su director se divise más emocionante.

Beau tiene miedo continúa en cines de México

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