Manuel Puig y el cine en ‘El beso de la mujer araña’

El cine fue una constante en la vida de Manuel Puig, desde su infancia como pleno entretenimiento hasta conformar un aspecto esencial de muchas de sus obras literarias.
Hablar del cine que nos gusta no es en vano. Al conversar sobre las películas que nos han marcado, aquellas sobre nuestros temas predilectos o las que guardamos profundamente como objetos preciados, nos revelamos de manera sutil ante los demás. Cuéntame tu película favorita y te diré quién eres, podríamos decir. Contar historias es una de las formas de la empatía, y a través del acto de narrar logramos conocer en buena medida a los otros.
La literatura de Manuel Puig guarda una relación íntima con el cine. Como tema, como estrategia narrativa o bien como una mera referencia, el cine permea las novelas de Puig en distintos grados de complejidad, pero siempre en relación con la vida de sus personajes. El beso de la mujer araña (1976) es un ejemplo de este vínculo especial en donde lo cinematográfico se desarrolla a la par de la construcción psicológica de sus protagonistas. Estas características de su obra nacen de su vida personal y, particularmente, de su experiencia infantil con el cine en General Vallejos, su pueblo natal en Argentina.
Junto a su madre, Puig vio su primera película en el cine a los cuatro años: La novia de Frankenstein (1935). Desde entonces el mundo de las películas fue el espacio secreto para huir de su realidad hostil en la Pampa seca. La sala de cine del pueblo exhibía principalmente los melodramas clásicos estadounidenses, por lo que el niño Puig desarrolló un gusto especial por la sensibilidad y la elocuencia de este género. La ficción cinematográfica era la esfera que lo distanciaba de un contexto de machismo exacerbado en donde los roles de género sometían a las mujeres y privilegiaban la violencia sobre otras formas de interacción humana.
Nací en un pueblo de la pampa donde la vida era muy dura, muy difícil —diría casi de Far West—. El prestigio de la fuerza. El machismo no se cuestionaba para nada. La autoridad tenía el mayor prestigio posible. Se practicaba un catolicismo de conveniencia. Esas eran las coordenadas. La debilidad, la sensibilidad no tenían ningún prestigio. Un mundo que yo rechacé. En ese pueblo había un modo de escapar de la realidad: el cine.
Manuel Puig. Entrevista (Saúl Solnowski)
Norma Shearer, Eleanor Powell, Ginger Rogers, Greta Garbo, entre otras estrellas del cine norteamericano, eran la luz que iluminaba la fantasía del escritor argentino. Desde esa época infantil Puig empezaba a observar su entorno de manera crítica y cuestionaba las convenciones sociales que determinaban la vida de las personas; posteriormente, las películas formaron parte de sus novelas y le sirvieron también como medio para señalar aquellos aspectos de la sociedad que debían ser superados. Puig logró reunir el melodrama, la novela rosa, el pastiche y lo kitsch para desarrollar un estilo particular de narración en donde el lector tiene un papel activo para conocer las dimensiones de sus personajes.
De Villegas a la Metro-Goldwyn-Mayer
Dicha educación estética y sentimental lo llevó a creer firmemente que su futuro estaba en la creación cinematográfica. Por esta razón, se dedicó a aprender los idiomas del cine, es decir, inglés, francés e italiano, ya que ansiaba conocer ese mundo que le mostraba la MGM en la pantalla y deseaba huir de su pueblo para vivir entre las estrellas del séptimo arte. Sus padres le recomendaron estudiar una carrera y él decidió ingresar a filosofía. Su talento le llevó a ganar una beca en 1956 para estudiar en el Centro Sperimentale de Cinematografia en Roma; ahí tuvo la fortuna de trabajar en producciones de De Sica, Rossellini, Visconti, René Clément, entre otros.
Sin embargo, muy pronto Puig descubrió que se trataba de una falsa vocación cinematográfica alimentada sólo por el deseo de vivir en la fantasía de aquellas películas de la infancia. “A mí lo que me gustaba era ir al cine, no hacer cine”, declaró en una entrevista con Joaquín Soler en 1977. El trabajo en el set como asistente le resultó intolerable porque no lograba ser una figura de autoridad frente a los demás miembros del equipo. Pronto el sueño se derrumbaba e intentó rescatarlo al dedicarse a escribir guiones originales para cine, pero igualmente fue un desastre. Cuenta el autor:
Después de dar con la cabeza contra la pared me di cuenta de que haciendo cine lo que me daba placer era copiar. Crear no, no me interesaba para nada. Lo que me interesaba era rehacer cosas de otra época, cosas ya vistas. Re-crear el momento de la infancia en que me había sentido refugiado en la sala oscura.
Manuel Puig. Entrevista (Saúl Solnowski)
Luego de ese golpe de realidad se encontró en el limbo entre literatura y cine, pues no tenía experiencia ni relaciones en el mundo editorial, y el cine ya lo había decepcionado como creador. Sus guiones no funcionaban para filmarse y sus notas previas al guion se convirtieron en el esbozo de su primera novela; de esta forma Puig acabó por decantarse hacia la literatura sin dejar de lado el cine y sorprendió por la propuesta formal con la que daba estructura a sus novelas. Al rehuir de la tercera persona por falta de confianza en su lenguaje, Puig experimentaba con el relato a través del diálogo, diarios íntimos, soliloquios, reportes policiacos, cartas o bien, meras descripciones objetivas.
El cine en El beso de la mujer araña
La cuarta novela de Manuel Puig constituyó la unión de estos elementos y, por supuesto, la inclusión del cine como parte fundamental para la estructura de la obra. Así como en la infancia del autor, las películas representan un escape de la realidad brutal que viven sus personajes. La construcción es aparentemente simple: Valentín y Molina son dos presos en la misma celda de una cárcel en Argentina.
El primero es un preso político que intenta ocultar toda información que pueda delatar las actividades de su grupo rebelde. El segundo es un homosexual preso por corrupción de menores que desea salir para cuidar a su madre enferma y le cuenta películas a Valentín para pasar el tiempo del encierro. Como bien observa García Ramos, es indiscutible su vínculo con clásicos como Las mil y una noches y El Decameron, de Giovani Boccaccio, en donde el relato de ficciones funge como salvavidas.
Molina se convierte en un relator de películas con un estilo particular; con su buena memoria para los melodramas logra cautivar a Valentín con la trama de seis filmes durante los días que conviven presos. Molina narra las acciones de los personajes, describe la atmósfera y los espacios, mantiene la intriga y da la información suficiente para que Valentín se convierta en lo más cercano a un espectador en la sala de cine. Tres de estas cintas son plenamente reales: Cat People (1942) y I Walked with a Zombie (1943), de Jacques Tourneur, y The Enchanted Cottage (1945), de John Cromwell. Las demás historias son invenciones propias de Puig, pero basadas evidentemente en géneros como las películas de propaganda nazi o los melodramas mexicanos de la Época de Oro.

Valentín, sin embargo, no se queda en silencio con las películas proyectadas por la voz de Molina; interviene para criticar algún elemento de la historia o las acciones de los personajes. De este modo conocemos sus personalidades, sus valores y se revelan ellos mismos a partir de la narración de las cintas. Es sólo a través de su conversación que los caracterizamos y podemos formarnos una imagen más compleja de su carácter. Sobre todo, esta charla fortalece poco a poco el vínculo entre ambos hasta formar un lazo tan profundo como el de los melodramas que Molina relata a Valentín.
Como señala Francisco Rocamora en ‘El cine como elemento temático en las cuatro primeras novelas de Manuel Puig’ (Anales de la Universidad de Murcia), la novela se compone de tres planos narrativos ligados entre sí. El primero constituye la propia conversación entre Valentín y Molina dentro de la celda, sus pesares provocados por las condiciones precarias de su cautiverio. En el segundo plano se encuentra Molina siendo narrador de las películas en las que Valentín participa incidentalmente. El tercer plano incluye una serie de notas al pie de página en donde se desarrolla a manera de ensayo el tema de la homosexualidad desde el psicoanálisis y sus diversas interpretaciones, así como la respuesta de la contracultura. En este apartado se citan autores como Freud, Marcuse, Fenichel, Otto Rank, Dennis Altman, entre otros.
Estos niveles de la narración están interconectados por la conversación entre los personajes y los temas que tocan a partir de las obras cinematográficas que Molina refiere a Valentín. Por ello el cine es un elemento fundamental para dar estructura a la novela; la ilusión en la que se adentran gracias a la ficción de las películas los libera por unos minutos de su prisión y da pie para confesar inquietudes y secretos. Molina revela poco a poco su perspectiva acerca de su homosexualidad y Valentín intenta cuestionar su perpetuación de los roles de género impuestos por la sociedad. Por otro lado, Valentín pierde gradualmente su caparazón y se abre para reconocer sus debilidades y sus dolores. En fin, la paradoja de la novela radica en que su condición de presos les permite liberarse de maneras insospechadas.
Manuel Puig en el cine
Más allá de la novela, la obra de Manuel Puig trascendió la literatura para lograr uno de sus sueños: llegar a Hollywood junto a las grandes estrellas de su infancia. Pero antes de ello participó en proyectos ligados con el cine latinoamericano. En 1973 el director argentino Leopoldo Torre Nilsson le pidió los derechos de Boquitas pintadas (1969), otra de sus novelas, y el mismo Puig se encargó de la adaptación del guion. Posteriormente, en 1977, Arturo Ripstein le pidió que adaptara la novela El lugar sin límites, de José Donoso. Puig cuenta que tuvo un grato entendimiento con el director mexicano.

Sobre su colaboración para la película protagonizada por Roberto Cobo, el escritor comenta:
Acepté con entusiasmo, pero la película se filmaría al principio del nuevo Gobierno y se rumoreaba un cambio desfavorable en la censura. Si ese guión era mutilado podía resultar sexista, una burla de la homosexualidad. Por eso, al no tener ningún control sobre el producto final, pedí que mi nombre no apareciera. El rumor fue falso. La película salió buena y no sufrió cortes. Me arrepentí de no haberla firmado cuando la vi ya estrenada.
Cronología anotada de Manuel Puig (Graciela Goldchluk)
A pesar de esta decisión, la película de Ripstein obtuvo el Premio Especial del Jurado en la edición 26 del Festival de San Sebastián en 1978. La colaboración con Ripstein continuó aun después con otra adaptación del cuento El impostor de Silvina Ocampo, que en su versión cinematográfica fue El otro (1984). Incluso en 1983 volvieron a colaborar cuando el cineasta mexicano dirigió la puesta escénica de El beso de la mujer araña en México.
Ya en 1985 se estrenó la adaptación cinematográfica de El beso de la mujer araña, una producción brasileña-estadounidense dirigida por Héctor Babenco y escrita por Leonard Schrader. La cinta tuvo su estreno en el Festival de Cannes, donde estuvo nominada a la Palma de Oro, y William Hurt ganó el premio a mejor actor por su papel como Molina. En los Premios Oscar compitió por el premio a mejor película, director, guion adaptado, y Hurt volvió a obtener el premio a mejor actor.
La influencia de Puig en el cine traspasó las fronteras; el mismo Wong Kar Wai ha declarado su admiración por la obra del autor argentino. No es casualidad que el director de In the mood for love (2000) tenga una predilección por los boleros, el tango y la cultura latinoamericana en general, cuyos elementos aparecen recurrentemente en sus cintas. En una entrevista con Elsa Fernández a propósito de 2046 (2004), el cineasta hongkonés dijo lo siguiente:
A Manuel Puig lo leí cuando estaba en el instituto. […] Me inspiró su manera de contar las historias, no el contenido sino la forma. Yo apenas utilizo un guión, tomo notas y luego hablo mucho con los actores, de la película y de la historia que quiero contar. En la literatura de Puig hay algo indefinible que me gustaría transmitir con mi cine.

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En fin, el cine fue una constante a través de la vida de Puig desde su infancia como pleno entretenimiento hasta conformar un aspecto esencial de muchas de sus obras literarias. La colaboración con distintos cineastas lo acercaron a la industria cinematográfica, rubro en el que tuvo grandes logros. Puig es una de esas personalidades para las que el cine lo era todo y en su mente no cabía más que la ilusión de la sala oscura de frente a la pantalla grande.
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Édgar Rodríguez López Ver todo
Édgar Rodríguez López (Chihuahua, 1997). Ha publicado cuento y ensayo en revistas digitales como Marabunta, La Colmena, Tintero Blanco y Tenso Diagonal. Admirador de lo fantástico y las historias de la infancia.
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