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John Wick 4: el honor del samurái | Crítica

john wick 4

John Wick 4 es el inmejorable cierre a una etapa del asesino excomulgado. No solo el personaje ha logrado su libertad, también el director y los guionistas.

Apoyado por La Mesa, El Marqués de Gramont (Bill Skarsgård) asume la misión de aniquilar a John Wick (Keanu Reeves). Para lograrlo, el nuevo villano busca a Caine (Donnie Yen), viejo amigo de Wick, y lo obliga a ir tras el sicario excomulgado, ahora protegido por Koji (Hiroyuki Sanada) en el Hotel Continental de Osaka. Paralelamente, El Rastreador (Shamier Anderson) –un mercenario “freelancer” acompañado por su perro– se une a la cacería del protagonista, aunque su objetivo es también incrementar el monto de la recompensa. 

La cuarta producción de la franquicia (John Wick: Chapter 4) nos entrega un espectáculo visual superior a las expectativas planteadas al final del tercer capítulo; en parte, porque da un paso adelante a la premisa de “el hombre más buscado” que arrancó con la muerte de Santino D’Antonio (Riccardo Scamarcio) y representaba un callejón sin salida para la saga, inconsistentemente ejecutado en Parabellum (2019). Todo mejora en John Wick 4, diversificando el futuro con varias subtramas que amplían la comunidad criminal regida por La Mesa.

El primer tercio del cuarto episodio prescinde del protagonista y nos adentra al Continental japonés, donde la coaccionada traición entre amigos (Caine y  Koji)  transforma a la acción en un bellísimo neo-noir con samuráis modernos, donde morir y matar son cuestiones de honor. La venganza escrita por Derek Kolstad (guionista del capítulo 1 y 2) era magnífica, pero esta nueva entrega eleva la anécdota a un fatalismo trágico que ofrece un sinnúmero de posibilidades por explorar. Según Chad Stahelski (director), el guionista Michael Finch es el responsable de dar esa “naturaleza shakespeariana” a los últimos filmes. 

Superficialmente, se podría decir que en John Wick 4 domina la acción sobre el argumento, mas es todo lo contrario. Sí, evita los redundantes diálogos en Parabellum, pero son cambiados por una narrativa visual (casi silenciosa, de no ser por las armas) donde los personajes hablan con gestos y contacto corporal. Como si se tratara del cine de Jean-Pierre Melville (Le Samouraï, Le cercle rouge), guionistas, director y equipo coreográfico subliman a los personajes en su estadio más heroico, donde el honor y la lealtad son las verdaderas monedas de cambio. Dicho en el filme: “las únicas deudas no son las de los marcadores”. 

Una moraleja hila toda la tetralogía: al menos en la ficción, cualquier acto tiene consecuencias. Con aires de neo western (Sergio Leone es evocado en el desenlace), la película está llena de íntegros caballeros superados por las circunstancias, conscientes sobre las repercusiones y obligaciones de sus actos. La camaradería y los vínculos afectivos tienen una mayor relevancia que en las películas anteriores. Ya sea el amor entre padre e hija o el lazo emocional con un animal, la violencia gráfica está determinada por los trazos psicológicos que componen a cada personaje. Dicha complejidad dramática (oculta entre tantas secuencias de acción) hace posible varios momentos memorables, como John Wick perdonándole la vida a algunos personajes o la escena “Vernita Green” en el Continental de Osaka. 

 

El filme también es brutal en la dirección de los equipos de especialistas y coreográficos, pues está repleto de espectacularidad gratuita, donde el único objetivo es evidenciar lo alto que puede llegar la producción. Ya sea diseñando una secuencia cenital a lo Oldboy o poniendo a Scott Adkins con prostéticos a pelear bajo 40 cascadas, mientras decenas de bailarines coordinan movimientos con las luces parpadeantes, Chad Stahelski demuestra su genio creativo al orquestar increíbles escenarios de pelea, jugando con ángulos, iluminación, montaje, dirección artística y el talento de un magistral ensamble de especialistas. 

Un elemento diferenciador entre John Wick y otras franquicias es su capacidad para elevar la propuesta sin perder la continuidad del personaje, el cual ha conservado su estilo de combate desde la primera entrega, como el característico prensado de piernas o la forma desenfrenada de apretar el gatillo. Pese al virtuosismo técnico del director, el nuevo “armamento” y los enfrentamientos son congruentes con lo antes visto, manteniendo la línea de John Wick (2014). Si bien hay chisperos lanza llamas y un perro asesino, el protagonista continúa siendo el MacGyver de las armas, usando lápices o cartas de póker para matar. 

Es increíble cómo la franquicia ha evolucionado del thriller de “bajo” presupuesto a esta estimulante bestialidad coreográfica de escenas de acción. Previo a la expansión del universo con Ballerina, John Wick 4 es el inmejorable cierre a una etapa del asesino excomulgado.  No solo el personaje ha logrado su libertad, también el director y los guionistas, quienes abrieron la puerta para situar a este vengador en cualquier escenario, con la seguridad de que el resultado será (como mínimo) satisfactorio. 

Tráiler John Wick 4 

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Irving Javier Martínez Ver todo

Licenciado en Comunicación. Redactor especializado en cine.

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