Ruido: sobre impunidad y duelos eternos | Crítica

Ruido es un demoledor descenso al purgatorio de quienes no tienen un cuerpo al cual llorar.
Por: Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
Desesperada por la ineptitud del fiscal (Adrián Vázquez), Julia (Julieta Egurrola) inicia por cuenta propia la búsqueda de su hija Ger, desaparecida durante un viaje vacacional. Con la ayuda de Abril (Teresa Ruiz), una amiga periodista, buscará información en la zona donde la joven fue levantada, pero las autoridades (controladas por el crimen organizado) obstaculizarán la investigación.
Sin lugar a dudas, No quiero dormir sola (2012) es una de las mejores películas mexicanas de la década pasada, principalmente, por su conmovedor retrato sobre las relaciones intergeneracionales, donde abuela y nieta se acompañan en los peores momentos de sus vidas. En un contexto menos luminoso, la madre protagonista de Ruido (2022) es un vehículo para conocer cómo mujeres —tan diferentes en edad, nivel socioeconómico e ideología— se unen con el fin de rastrear a familiares desaparecidos o confrontar a las corruptas autoridades. En el fondo, cualquier acción (búsquedas y protestas) significa un “acuerpamiento” para hacer menos amarga la cruda verdad: quien es levantado jamás regresa.
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Sean buscadoras, periodistas o manifestantes, todas combaten en la misma lucha, siendo esa lectura reivindicativa del activismo en las calles lo más potente del largometraje. En el mismo tenor de 120 latidos por minuto (2017), recuperando la ACT UP en su forma menos condescendiente, Natalia Beristáin (directora) remata su narrativa con una furiosa recreación del 8M, logrando un “hermoso” mensaje sobre cómo, envueltas en esa atmósfera iracunda de caos y destrucción, las marchas son el último espacio seguro para las mujeres, arropadas por la colectividad.
Para los convencionalismos del cine mexicano, más inclinado hacia la apología del crimen y la miseria, dicha secuencia es un statement disruptivo que pone a la protesta callejera (el aspecto más difundido y cuestionado del movimiento feminista) como única arma para enfrentar al Narco-Estado sin morir en el intento. Es interesante el encuentro entre Julia (exitosa artista de galería) con ese círculo de mujeres enardecidas, ya que parece haber vivido en una burbuja de privilegios hasta la muerte de Ger, viendo las pintas y cristales rotos como algo desconocido y distante. Las interacciones con el colectivo construyen un puente generacional entre madres buscadoras e hijas encapuchadas, todas compartiendo el mismo dolor.
Ruido también aborda la indiferencia colectiva, asimilando a la corrupción y al crimen organizado como males inexorables; de hecho, la película arranca con Julia enfrentando el duelo en soledad, puesto que los hombres en su familia (esposo e hijo) prefieren pasar página. En contrapunto, las mujeres de Voz y Dignidad o tantos periodistas asesinados arriesgan sus vidas por causas “ajenas, absurdas e innecesarias” para el indolente grueso poblacional.
Es tan importante el trabajo realizado, que Beristáin suspende la ficción (muy al estilo de Alonso Ruizpalacios) y da paso a un intermedio documental, mostrando a las madres buscadoras sin el filtro tremendista de otras producciones recientes. Eludiendo la imagen del dolor desbordado, explotada por los noticieros, el largometraje se aproxima más a un retrato empático y respetuoso del duelo eterno.
Dicho por la cineasta, “las violencias están amarradas unas con otras”. Evitando el collage de titulares, los guionistas involucrados (Beristáin, Diego Enrique Osorno y Alo Valenzuela) logran capturar el terror de vivir en México, alcanzando su punto más siniestro con una escena interpretada magistralmente por Teresa Ruiz. Si bien la película se filmó en San Luis Potosí, la directora dibuja un territorio sin nombre que representa a México como un salvaje infierno infinito, donde la única vía de sobrevivencia es el silencio y la corrupción, ya que —como documenta Tatiana Huezo en Tempestad (2016)— cualquier intento de búsqueda significa una amenaza para las familias de los desaparecidos.
No obstante, pese a todas sus virtudes, Ruido se queda en un terreno simbólico (demasiado metafórico) que no cierra contundentemente la oscura odisea de Julia, donde (por ejemplo) poco se explora la relación con su hija, más allá de escenas viendo el último video mensaje en su celular. Siendo la principal consigna “no son cifras, son personas”, es algo contradictorio no tener una imagen más amplía de Ger, aunque se entiende que el largometraje está centrado en las consecuencias emocionales de una ausencia. Como conclusión, Ruido es un demoledor descenso al purgatorio de quienes no tienen un cuerpo al cual llorar; un nuevo capítulo (el más sombrío) que da continuidad al brillante universo femenino de Natalia Beristáin.
Tráiler de Ruido
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