Hasta los Huesos: sobre instintos reprimidos y vicios insaciables | Crítica

En Hasta los Huesos, Luca Guadagnino disfraza de horror sangriento su melodrama más romántico y mesurado hasta ahora.
Tras ser abandonada por su padre, Maren (Taylor Russell) emprende una travesía por Estados Unidos para buscar a su madre. En el camino conoce a Lee (Timothée Chalamet), errático joven que comparte el mismo secreto: ambos son caníbales. No obstante, los viajeros son amenazados por el acoso de Sully (Mark Rylance), otro “devorador” obsesionado con Maren.
Dejando de lado el terror crudo y su condición criminal, como en la estupenda comedia negra Fresh (2022), el canibalismo es un tópico cinematográfico que da paso a reflexiones profundas sobre instintos reprimidos y vicios insaciables. Como metáfora de cualquier adicción, la antropofagia en Trouble Every Day (2001) y Voraz (2016) ya planteaba la disyuntiva entre dejarse llevar por el apetito carnal o frenarlo mediante una “vida normal”, la cual inevitablemente reventaría en sangrienta carnicería tras recaer en la tentación. Como menciona Sully (Rylance) al inicio: una prolongada abstinencia solo llevará a cometer atrocidades.
Hasta los Huesos (Bones and All) va más allá al separar impulso primitivo de sed homicida. A mitad del road trip, Maren y Lee conocen a Brad (David Gordon Green), el antropófago grupi: un caníbal por afición, no por naturaleza. Como quien consume productos animales, pero condena la matanza con fines no alimenticios, los jóvenes huyen al reconocer una perversión que supera a la nata dependencia de comer carne humana. Dicho episodio es fundamental por abordar cómo la condición humana nos lleva a fingir desconocimiento sobre la maldad inherente en actos cotidianos.
¿Hay diferencia entre el asesino por “necesidad” y quien lo hace por placer? Como en adaptaciones previas —Cegados por el sol (2015) y Suspiria (2018)—, David Kajganich (guionista) construye arcos dramáticos con amplios espectros morales que dificultan el juicio a primera vista. Para ambos chicos, los monstruosos padres son el recordatorio de dicha maldad latente en sus mentes; sentirse amados les brinda la esperanza de escapar de los inminentes destinos trágicos que les esperan.
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Olvidando la visceralidad gráfica (menos explícita de lo que se anunciaba), la radio nos da contexto sobre los verdaderos horrores cometidos por la “gente común”. Comparados con las masacres y crímenes cotidianos, incitados por diferentes discursos de odio, los devoradores (y demás monstruos sobrenaturales) apenas y representan la amenaza de un oso hambriento suelto en la ciudad.
Aunque es asociado a narrativas toscas (The Bad Batch, 2016, por ejemplo), Hasta los huesos nos muestra un universo caníbal sofisticado, donde los jóvenes protagonistas buscan una justificación moral sobre quién será la víctima y bajo qué condiciones. Parecidos a los intelectuales vampiros de Solo los amantes sobreviven (2013), estos caníbales buscan la forma “civilizada” y humana de satisfacer el hambre, con el objetivo de mimetizarse entre la multitud.
Guadagnino y Kajganich representan a la comunidad de antropófagos como reflejo de cualquier minoría desplazada, donde la marginación conlleva a la imposibilidad de tener familia o desarrollar lazos afectivos duraderos. La película es sombría y retorcida en un sentido pesimista, pues desde el prólogo (con la amiga perdida y un padre traidor) se anticipa para Maren una vida sin amor, rodeada de peligrosos adultos.
En Hasta los Huesos, Luca Guadagnino disfraza de horror sangriento su melodrama más romántico y mesurado hasta ahora. Siguiendo la línea de Yo soy el amor (2009), cada experiencia “gastronómica” significa un nuevo descubrimiento sentimental para las protagonistas, solo que, mientras Emma Recchi (Tilda Swinton) es llevada hacia un luminoso amor, Maren se aproxima a la más oscura desolación.
El underground caníbal se alimenta bastante de la tradición vampírica popular, al dar connotación sensual al consumo humano, desprovista de la repulsiva atmósfera asociada al género. Incluso los momentos más “desagradables” tienen un matiz romántico que enternece, porque significan un obstáculo más para la “vida normal” soñada por Maren y Lee.
Merissa Lombardo (diseño de producción) y Giulia Piersanti (vestuario) hacen un trabajo espectacular al conceptualizar el gótico sureño centennial de Guadagnino, encontrando belleza en escenarios decadentes de la “América” más miserable, inspirado en la obra de William Eggleston. Los planos naturalistas de Arseni Khachaturan —joven cinematógrafo con la brutal Beginning (2020) en su filmografía— subliman el vacío afectivo que amenaza a los protagonistas. Nada es desagradable o pretencioso en Hasta los Huesos, pues su carácter formal prepondera el potencial dramático del argumento sobre la forma —sin los tremendismos de Suspiria (2018), por ejemplo—, siendo el trabajo más convencional y disfrutable del realizador. En pocas palabras, espectacular estreno en salas para cerrar este año de tremendas propuestas fílmicas.
Tráiler Hasta los huesos
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