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Elvis: la melomanía de Baz Luhrmann en el siguiente nivel | Crítica 

Elvis: la melomanía de Baz Luhrmann en el siguiente nivel | Crítica 

En sus últimas horas, “coronel” Tom Parker (Tom Hanks) recuerda los días como representante de Elvis Presley (Austin Butler), desde su descubrimiento hasta la agonía física y creativa en Las Vegas. El largometraje revisita tres momentos importantes en la carrera de “El Rey”: el concierto en Memphis tras la prohibición de su baile, el especial navideño de 1968 y el inicio de la eterna residencia en el International Hotel. A partir de esos eventos cúspide, Baz Luhrmann construye el vertiginoso musical sobre un artista que rechaza la condición de producto comercial y busca la autenticidad de su personalidad escénica. 

En 2019, el Oscar a la Mejor Edición de Bohemian Rhapsody fue uno los premios más cuestionables: demasiado ritmo analítico para una película que poca referencia hacía a la discografía de Queen, la cual ameritaba un montaje sinérgico con el barroco tracklist de la agrupación; incluso, Edgar Wright realizó mejor uso de Brighton Rock en Baby Driver (2017). Esto viene a colación porque rara vez nos topamos con películas biográficas que basen el argumento en la faceta  performativa y no en morbosos conflictos personales. Obviamente, Elvis es esa excepción. 

Más que biopic, es una radiografía del contexto que determinó la anatomía artística del cantante, muy en la línea monográfica de The Get Down. Alejándose del drama convencional sobre los peligros de la fama (porque la vida oscura de Elvis da para eso y más), Baz Luhrmann filma un histérico tributo al rockabilly de Presley. En ese aspecto, el largometraje se acerca más al homenaje de 24 Hour Party People (2002) que al tendencioso conglomerado de tabloides en Bohemian Rhapsody. Varios críticos han valorado “superficial” el desarrollo del contexto histórico en Elvis, no obstante, todo el contenido se encuentra condensado en el montaje visual y sonoro, con refinado estilo post-MTV ya mostrado en El Gran Gatsby (2013).

Siguiendo la escuela de Jill Bilcock, la montadora de los primeros títulos de Luhrmann, el filme hiperboliza la imagen de Elvis mediante el uso caótico de tomas que llevan la melomanía de Moulin Rouge! a otro nivel, ya sea con tracks propios o música de contemporáneos, como el sampleo de Come Together colado al inicio del filme. Las apariciones de B.B. King, Sister Rosetta Tharpe y Little Richard (con momentos muy estelares) expanden el universo musical donde Elvis es una estrella más, aunque beneficiado por el privilegio blanco… porque la crítica al apropiacionismo cultural también es un tema abordado. El joven Elvis en éxtasis por godspell es imagen central del filme, pues ayuda a explicar la deuda del intérprete con la cultura afroamericana en la cual convivió, siendo más una nota al margen para la audiencia (sobre las raíces musicales) que una proclamación del Elvis “white savior”.  

El largometraje tiene suficiente información, pero no en la típica convención del “Papa en la piscina” (the Pope in the pool); las imágenes y la música hablan por sí solas, en un viaje muy acelerado que simula el éxtasis de aquellas chicas eufóricas con los bailes del protagonista. Más adelante, el 68 Comeback Special sirve de oportunidad para citar los cambios en la industria musical, trastocada por las revoluciones sociales de los 60s, la Guerra de Vietnam y la aparición de The Beatles, quienes contribuyeron a la asociación de Elvis como viejo ídolo del Estados Unidos más conservador. 

En cierto modo, la trama concluye su espectacularidad musical con la primera presentación en el International Hotel, pasando por alto momentos tan oscuros como la perturbadora reunión con Richard Nixon o el declive artístico en Las Vegas. Al respecto, la película se declara en todo momento sin objetividad alguna, acentuando la cínica imagen hiper idealizada del ícono, según el director, convirtiéndolo en un “superhombre” con los valores progresistas actuales, incorrectos para el “patriotismo americano” que luchaba contra la roja amenaza “hippie”.

Apenas como hilo narrativo tenemos la voz en off de Tom Hanks, una personificación del depredador star system devorando al artista, capaz de comercializar hasta el odio de la audiencia. En un sentido arquetípico, Elvis es igual al Capitán Marvel Jr. y Tom Parker es el villano, una narrativa básica propia del toque Luhrmann. Sin embargo, el filme no está producido desde la frivolidad coreografiada de un video musical o la publicidad (como varios apuntan). La visión del director australiano es “sacralizar” al ídolo mediante la imagen más entrañable de Elvis que alberga en la memoria colectiva; nada más alejado de la realidad, pero sí cercano a los recuerdos y al amor por la música. 

Tráiler de Elvis 

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Crítica

Irving Javier Martínez Ver todo

Licenciado en Comunicación. Redactor especializado en cine.

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