The White Tiger: la India donde no existen concursos para hacerse millonario

Por: Iván Guzmán
Tres jóvenes enfiestados y evidentemente alcoholizados recorren en automóvil las calles de Nueva Delhi a toda velocidad. Sentado en la parte trasera, ataviado como la clásica caricatura del indio, observamos a Balram Halwai, quien ríe mientras sus dos acompañantes hacen suyas las calles de esta urbe sin miramientos de su entorno. Del lado izquierdo vemos la Gyarah Murti, del lado derecho una pequeña familia pobre sin hogar. Más adelante, se verán involucrados en un accidente que está por regresarlos a sus respectivas realidades, lo cual se revelará más adelante pues, aunque compartan risas y automóvil, no comparten la misma realidad.
Así comienza The White Tiger la nueva película de Ramin Bahrani, director estadounidense responsable de la más reciente versión cinematográfica de Fahrenheit 451 (2018) y cuya película, Chop Shop, se encuentra enlistada en el top 10 de las mejores películas de su década según el crítico Roger Ebert.
En The White Tiger, Balram Halwai (Adarsh Gourav) narra su historia mediante un e-mail que busca hacer llegar a Wen Jiabao, importante político chino quien está a punto de visitar su país para conocer a “jóvenes emprendedores”, élite de la cual nuestro protagonista se asume. En dicho e-mail conoceremos su historia de éxito, de cómo pasó de ser una persona de barrio bajo a un exitoso empresario.
A simple vista la película pareciera ser una contestación a la India dibujada por Danny Boyle en su Slumdog millionaire (2008), la referencia resulta evidente y podría considerarse cliché, de no ser porque esta intención queda clara mediante un diálogo del protagonista: “Aquí no existen concursos donde uno mágicamente se hace millonario”; en la India de Ramin Bahrani nadie vence a la pobreza por obrar bien o con ayuda del amor.
En la India de Bahrani, que es en realidad la India de Aravind Adiga, autor del libro homónimo y ganador del Man Booker Prize de 2008, la pobreza sólo puede ser vencida pasando por encima del otro, aprovechando el prevaleciente y milenario sistema de castas; aquel que tiene dinero lo ha obtenido al utilizar a quienes lo rodean.
A nivel visual la película no propone mucho, utiliza las clásicas contrapicadas para empoderar a algún personaje, o las inversas para someterlo. Sin embargo, es muy probable que el genio de la película no resida aquí, sino en su narrativa, la cual cuenta la historia de la India a través de la vida de Balram, enunciando y demostrando los estragos que trajo la globalización a dicho país. Es el inclemente capitalismo el que no permite a Balram abandonar su condición de barrio bajo o, como él la describe, “un inmenso gallinero donde todos observan al otro siendo masacrado pero no hacen absolutamente nada para liberarse”. Aparece también la figura de “Gran socialista” a manera de sátira, pues ella se beneficia la globalización al recibir sus sobornos.
Balram intentará, a cualquier costo, romper con lo predestinado para su familia: casarse y heredar el oficio de su casta. Para esto, encontrará en Ashok, un empresario recién llegado de Nueva York e hijo de uno de los caciques más importantes de la región, un modelo aspiracional, un modelo a seguir porque es el primero, en toda su vida, que sin pertenecer a su casta lo trata como un ser humano.
Destaca el papel de Pinky, esposa de Ashok y quien es la desencadenante de todo el conflicto entre amo y esclavo, o entre Ashok y Balram. Al no poder apegarse al modo de vida de la India, donde se le exige ser sumisa, callada y no tomar partido de los negocios de los hombres, decide regresar a Nueva York; no hay espacio en el capitalismo para la mujer.
La película termina por ser la trayectoria del héroe aplicada a Balram, pero de una forma bastante torcida, pues éste, más allá de redimirse, se corrompe y asume, sin ningún aparente remordimiento, los costos de su nuevo estilo de vida y su paso de ser gallina en el gallinero a ser verdugo más dispuesto a descabezar a quien se le ponga enfrente.
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