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Cold Meridian: la pesadilla sensorial de Peter Strickland

cold meridian peter strickland

diana

Para quien haya tenido el gusto o disgusto —según el punto de vista dónde se vea—  de revisar la filmografía del cineasta británico Peter Strickland sabrá que sus historias desarrolladas dentro de la pantalla prescinden, en muchas ocasiones, del modelo aristotélico que indica siempre mantener una lógica narrativa desde su inicio, desarrollo, hasta el desenlace. En su lugar, el autor decide enfocarse con mayor profundidad y pasión en transmitir una experiencia sensorial — especialmente kinestesica y auditiva—  con la que el espectador empatice, aunque dicha ejecución signifique el sacrificio de las convenciones dichas por los géneros cinematográficos. 

En Cold Meridian (2020), cortometraje de apenas seis minutos de duración en formato blanco y negro, se nos presentan a dos bailarines realizar diferentes actividades mientras una cámara postrada en un tripié, inmóvil, captura la rutina que realizan antes de ensayar: lavarse el pelo, revisar el storyboard con el que se guiarán, revisar algunas fotografías. Pronto, el artefacto de grabación se descubre como el intermediario entre ellos y un par de espectadores situados detrás de una computadora quienes los observan absortos. 

Ya en su anterior largometraje, In Fabric (2018), el cineasta exploró, como uno de sus temas centrales y con elementos representativos del Giallo y el cine de serie B, la obsesión por la apariencia con una historia sobre un peligroso vestido rojo. En su última producción hecha poco antes de la pandemia potencia las herramientas del sonido —ya presentes en In Fabric—, elementos que le permiten jugar dentro de un terreno más experimental sin perder de vista el relato sobre la obsesión de observar al otro. 

Sin apenas realizar movimientos de cámara, el relato se construye a partir de planos contra planos que confrontan al espectador (nosotros y los de la historia) con los personajes que son objeto de su (nuestro) interés. Enfrentamiento que sucede justo en cuando uno de ellos decide romper la cuarta pared para dirigirse a quién se encuentre detrás de la pantalla, el extraño ambiente se intensifica y el realizador nos hace cuestionarnos quién observa a quién. 

La manía de Strickland por exprimir las posibilidades que provoca en nuestros sentidos la Respuesta Sensorial Meridiana (ASMR), en esta ocasión se yuxtapone con las imágenes captadas en 18 y 16 mm con el fin de crear una atmósfera incómoda y transmitir la sensación de encontrarnos dentro de una pesadilla que se repite en un ritual cíclico, en la que sólo somos sólo un número (la voz recita que somos el 14.732). 

Su realizador nos invita a reflexionar las dinámicas de consumo que surgen a partir de la tecnología (que funcionan o afectan en ambos sentidos, tanto al espectador como al realizador). Finalmente, la obra, al igual que el valor de las visitas, también se convierte en un número más: una película de entre miles o un libro entre tantos otros que sólo sustituyen el vacío de la pieza anterior. 

El cortometraje realizado para el London Short Film Festival demuestra, sin sentimentalismos de por medio y dejando en segundo plano las fórmulas narrativas, lo efímero de nuestra participación en el mundo digital. Por supuesto, la forma de abordar un tema tan explotado en documentales tan amarillistas como El dilema de las redes sociales (Jeff Orlowski, 2020) encuentra un giro por demás interesante en la extraña producción del realizador de Berberian Sound Studio (2011). 

A veces es necesario recurrir a conceptos menos terrenales para abordar temas tan trillados como lo puede ser la era digital. Peter Strickland realiza un ejercicio cinemático que exige al espectador paciencia y atención, elementos que son difíciles de conseguir actualmente, pero que si se logran mantener, la experiencia resulta grata y hasta filosófica. 

Cold Meridian forma parte de los estrenos exclusivos de la plataforma MUBI.

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