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La belleza en lo monstruoso en ‘El hombre elefante’ y ‘La forma del agua’

la belleza en lo mosntruoso

Por: Francisco Franco

A lo largo de los años, el cine nos ha regalado historias cuyos protagonistas se encuentran marcados por una anomalía, tergiversando su rareza por encima de su humanidad. Seres que son rechazados y repudiados por la sociedad, o bien, verdaderos monstruos; criaturas fantásticas cuya peculiaridad es motivo de terror, terror a lo ajeno y a lo desconocido. Dicho sentimiento enajena a los que gozan de normalidad, entendida ésta como algo “que por su naturaleza, forma o magnitud se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”. Lo normal, como muchas otras concepciones culturales, tiene una definición subjetiva que se apega a las reglas establecidas por grupos definidos, algunas adoptadas de manera sistemática y otras mutando según las percepciones individuales; la normalidad como concepto totalitario es inexistente.

Pero cuando algo se aleja de las convenciones sociales, el rechazo, la aversión y la indiferencia no escapan a los ojos de individuos incapaces de entender la disimilitud; en consecuencia, estos seres son forzados a encajar en las  formas convencionales o bien, son apartados o maltratados. No obstante, también existe la empatía a partir de la comprensión, cuya esencia sobrepasa su percepción física, apelando no sólo a su entendimiento, alcanzando la armonía entre un individuo y otro  a través de la otredad. 

Lo monstruoso apela a dos componentes que se dividen según su naturaleza: lo fantástico y lo mundano, cada una según las características en las que la rareza es representada; a partir de lo fantástico son seres fuera de la realidad, fuertemente ligados a la mitología y la ficción, mientras que lo mundano yace en la propia humanidad a partir de lo físico, cuando el individuo no se adapta a los cánones estéticos de su entorno. La forma del agua (Guillermo del Toro, 2017) y El hombre elefante (David Lynch, 1980) retratan la monstruosidad desde un origen distinto, permitiendo captar la belleza en donde otros suelen ver esperpentos. 

Los monstruos han acompañado al director mexicano Guillermo Del Toro durante toda su filmografía. En su más reciente película se vale de la fantasía, y mediante esta filtra un hecho poderoso: la mezquindad de quienes pertenecen a lo normal, y en caso contrario, está la visión de quienes empatizan con esos seres, quienes de alguna manera ya han sido desplazados de dicha normalidad. Eliza (Sally Hawkins) mujer tímida y muda de nacimiento, Giles (Richard Jenkins) su vecino homosexual y Zelda (Octavia Spencer) una mujer negra que trabaja con ella, son quienes logran ver la belleza en este ser; aquellos que son señalados constantemente son capaces de amar más que el resto de los individuos. Esta película es una oda al amor a lo monstruoso, a la rareza. Se trata de un grupo de inadaptados que salen a defender a una criatura de los abusos de Richard Strickland, un hombre conservador que trabaja para el gobierno, cuya mezquindad dada su posición sale a relucir no sólo con los que le rodean, sino con la criatura que, sin dañar a nadie de manera consiente, es torturada por Strickland, quien representa lo peor de la sociedad. 

Las cualidades del monstruo residen en su inocencia y el instintivo conocimiento del bien y el mal; es un ser cuyas acciones esta condicionadas por su entorno, pero cuenta con cierto grado de conciencia que le otorga la capacidad de dirigir sus actos, conciencia que en ocasiones es secuestrada por sus instintos que lo llevan a devorar un gato y mostrarse tímido ante Eliza cuando intentaba alimentarlo. Eliza al igual que él no consigue comunicarse, pero construyen una conexión que trasciende las palabras. 

En este caso, la belleza en lo mostruoso fue comentada por el propio Guillermo del Toro en entrevista con Fotogramas. “Se trata de una narrativa apasionada que se preocupa en llegar a tocar la sensibilidad del público. No forzando su empatía con lo que ve, sino abriendo ante él un abanico de estímulos. Por ejemplo, el ser marino: debería provocarnos rechazo, pero nos atrae, es bello, es la llave que abre esa puerta de deseos y cosas reprimidas”.

En el caso de la película de David Lynch se ven peculiaridades físicas que impiden la interacción social del ser “anormal”, en consecuencia, este alejamiento social afecta su percepción del mundo. La película que cuenta la historia de Joseph Merrick, un hombre que debido a una evidente deformidad facial es exhibido ilegalmente en un circo por el  brutal Bytes (Freddie Jones) bajo el sobrenombre de “el hombre elefante”, apodo que lo desprende de su humanidad, creyendo él mismo ser un monstruo. A medida que la historia avanza, Merrick recupera la humanidad que de pequeño le fue arrebatada gracias al doctor Frederick Treves (Anthony Hopkins), quien decide sacarlo del circo y brindarle comodidades a las que por su condición no se le permitía acceder. Pasa de ser tratado como un animal, maltratado, enjaulado y constantemente humillado, a ser tratado como un humano más que sin importar el rechazo que sufrió a lo largo de su vida, Merrick lo cobija con amabilidad y con una gran bondad, que por encima del resto nos muestra su verdadera belleza.

Quienes dicen aceptarlo caen en la falsedad; la curiosidad los hace acercarse a él pero el desprecio permanece, fingen comprender y aceptar las peculiaridades de Merrick, sin embargo, su desdén es evidente. La  falsedad de estos individuos es cuestionada por la jefa de enfermería, la señora Mothershead (Wendy Hiller), quien se indigna ante el desfile de gente de clase alta que acude al hospital a visitar a Merrick, quienes son corteses sin mostrar un interés real por él, a diferencia de la vieja que lo baña alimenta y cuida sin recibir celebración alguna. El doctor Treves sostiene que dichas interacciones hacen bien a Merrick, lo cual es cierto: le permite mostrar su verdadera esencia, que a pesar del infierno y las sentencias sociales que sufrió desde pequeño, perdonó y fue capaz de aceptar a los verdaderos monstruos, empeñados en señalar su rareza aun así tratarlos con bondad. Y es justo ahí donde yace la belleza de Merrick.

Ambas películas son un ejemplo de cómo la superficialidad de la belleza impide el entero reconocimiento del ser. Esta superficialidad maximiza el rechazo, extrayendo la barbarie y la mezquindad, despojando ese mismo sentimiento de humanidad de quienes no se apegan a una forma determinada. 

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