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Divino amor: la línea entre la fe y el fanatismo 

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Brasil, 2027. Luego de su popular aumento derivado de la política e ideología dictadas por el presidente ultraconservador, Jair Bolsonaro, la iglesia evangélica ha permeado más que ninguna otra religión en la sociedad brasileña, pues ha sabido  transformar su imagen a conveniencia de los tiempos futuros, utilizando la cultura pop como una táctica para incorporar en sus filas el mayor número de adeptos. Entre ellos se encuentra Joana (Dira Paes), mujer de 42 años y participante activa del grupo religioso Divino amor. Su férrea creencia en Dios la hará testigo de un milagro que fortalecerá su fe, sin embargo, contrario a lo que se pensaría de un país sumamente religioso, tal manifestación divina no será motivo de celebración para su congregación, ni siquiera para su matrimonio. 

En su tercer largometraje ficcional, el cineasta Gabriel Mascaro (Buey Neón, 2016), construye un relato sobre la fe vista por encima del fanatismo dentro de un mundo distópico, en el que la delgada línea entre ambos conceptos se pueden confundir y mezclar de manera peligrosa. 

La trama se desarrolla sólo siete años en el futuro, en un estado que presume aún ser laic,  aunque su fiebre religiosa demuestra que las cosas son todo lo contrario. Joana es presentada como una mujer de fe inquebrantable, que utiliza su profesión como burócrata dentro de un registro civil para convencer a quienes llegan ahí para divorciarse que lo piensen dos veces y se den una segunda oportunidad. Ella posee un alma caritativa y busca, a través de sus acciones, llevar bienestar a su alrededor. 

Más que criticar la fe de sus protagonistas, el cineasta brasileño prefiere, acertadamente, reflexionar sobre la manipulación que las instituciones religiosas realizan a sus simpatizantes aprovechándose de su espiritualidad, controlando sus cuerpos con reglas y valores disfrazados de prácticas liberalespor ejemplo el intercambio de parejas sexuales que el matrimonio de Joana y Danilo realizan como parte de un proceso ritual– pero en el fondo no pueden negar el machismo y el profundo sentimiento de culpa que ha dominado sus estructuras dogmáticas desde su creación. 

Aun así, para la protagonista no existe mayor alegría que el presente, pues al expandirse masivamente las enseñanzas de la iglesia “no se necesitaban templos cubiertos. Se hablaba directamente con dios mirando al cielo”, tal como lo describe una misteriosa voz infantil. Un sueño idílico que Mascaro confronta todo el tiempo con la realidad: lo que dice el pequeño narrador– relatado por el infante en tiempo pasado– contrasta con los escenarios abigarrados por luces neón y música ensordecedora que abarca todo Brasil. 

La estética neofuturista (relacionada actualmente con el cine de N.W. Refn) y muy bien lograda por la fotografía del mexicano Diego García (Nimic, 2020), es asociada a la imagen del clero y sus organismos, principalmente la que le da título a la película para crear una correlación simbólica derivada del uso superficial que ambos conceptos significan para el autor: la mera plasticidad de la imagen y lo vacío del discurso ideológico, ambos en conjunto para atraer al público, hipnotizado por las luces y lo armónico de las palabras, e invitarlo a permanecer en un abismo que ahoga su propia fe. 

Durante una de las secuencias que se desarrolla dentro del grupo de ayuda al que asiste la protagonista, la luz artificial que ilumina el lugar es tan intensa que logra oscurecer a los demás personajes que aparecen en pantalla. La “luz divina” que sigue a Joana a lo largo del fime –concepto utilizado por Robert Bresson en sus largometrajes– desaparece cuando acude a dichos templos, cuyas intenciones aluden a prácticas hegemónicas que pretenden unificar la fe en una sola y única fórmula e invisibilizar cualquier otro tipo de expresión espiritual. 

En general, cuando se abordan temas sobre la fe en el cine se suelen relacionar con títulos como Dios no está muerto (Harold Cronk, 2014) o Inesperado (Cary Solomon, Chuck Konzelman, 2019), obras que pretenden dogmatizar al espectador en lugar de mostrar una visión más allá de las lecciones morales, sin embargo, autores del tamaño de Roberto Rossellini, el ya mencionado Bresson, Andrei Tarkosky, Alice Rohrwacher, muestran su espiritualidad a través de la forma, ejercicio que también logra Gabriel Mascaro con Divino Amor, largometraje que a pesar de no apegarse al lenguaje poético de los cineastas antes enlistados, destaca cinematográficamente por la sutileza de su discurso crítico.

La película forma parte de la 68 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional. CONSULTA FECHAS Y HORARIOS AQUÍ.

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Crítica

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