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One Night in Miami: cuatro cabezas, una idea

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pleca mauricio

Uno de los movimientos sociales más importantes de la actualidad es el Black Lives Matter, inspiración directa del Movimiento por los Derechos Civiles de los años 60 y el Movimiento Black Power. Aunque esta lucha no se suspendió como tal (probablemente, nunca pueda suspenderse o no al menos en el futuro cercano), el boom de las redes sociales y la mayor inclusión en la industria del entretenimiento la revitalizó.

Este mayor número de espacios trajo consigo una ola de narrativas contadas desde los miembros de la lucha o bien, de la población que busca una reivindicación a través de ella. Cada vez es más común y normal ver estos enfoques para entregar un parecer sobre el racismo estructural que existe en Estados Unidos o de algún punto en particular ligado a ello.

Basada en la obra teatral escrita por Kemp Powers, One Night in Miami (aún sin traducción al español), debut de Regina King en la dirección, mira hacia atrás cuando el Movimiento por los Derechos Civiles estaba en un punto álgido. Durante ese 1964 ocurre una reunión ficticia entre cuatro íconos de la comunidad negra estadounidense: Malcolm X (Kingsley Ben-Adir), cara más visible del Islam entre la población afroamericana; Cassius Clay (Eli Goree), quien en ese momento estaba en la cima del boxeo; Sam Cooke (Leslie Odom Jr.), cantautor de soul y empresario importante y Jim Brown (Aldis Hodge), el mejor jugador de fútbol americano por más de una década. En un feo cuarto de motel de la ciudad de Miami se juntan para celebrar el sorpresivo triunfo del pronto a convertirse en Muhammad Ali ante Sonny Liston, pero la ocasión se torna en todo menos una celebración, pues pronto las diferencias comienzan a surgir en una plática entre amigos.

Antes de comenzar el “festejo”, se brinda un pequeño contexto sobre la importancia de las figuras que veremos y sobre la circunstancia que enfrentan: a pesar de ser prominentes en sus disciplinas, siguen lidiando con el desprecio de sus similares blancos. Conscientes del momento histórico, cada uno interviene como puede… y como quiere.

Es en este agitado intercambio de ideas donde relucen las mayores cualidades del filme, estrechamente entrelazadas: la dirección de actores y la actuación. El confluir de personalidades queda representado con mucha virtud, pues se percibe una armonía caótica de astros que tienen trasfondos y procedimientos diferentes, pero se aprecian y unen en torno a una causa común.

Kingsley Ben-Adir como el activista Malcolm X, se muestra contenido y ofrece destellos de emociones como la ira y angustia, así como se nota mucho más sereno que la versión de Denzel Washington en el clásico Malcolm X (1992) de Spike Lee, en el cual el ministro era un hombre mucho más imponente y duro; Eli Goree como “Cash” tiene, a mi parecer, la interpretación más completa del elenco al llevar de forma excelente al “hombre más bello del mundo”. Despide arrogancia y exhibe una adecuada ingenuidad propia de la juventud.

La dirección de King reluce al mantener el ritmo en complicidad con su elenco, pues inspirada en una obra de teatro, casi todo sucede principalmente en una pequeña habitación, siendo el diálogo y las pequeñas expresiones el soporte principal para conducir su relato. El choque de mentalidades es por demás fascinante. Desde la radicalidad de Malcolm X, quien abiertamente declara al hombre blanco como “demonios” al más matizado Sam Cooke, quien busca en la música sumergir su mensaje para que llegue a la población caucásica. Son ellos quienes sostienen el punto climático y la disputa más virtuosa de la cinta, cuando Malcolm le cuestiona su identidad negra al intérprete, pues alega que quiere, palabras más o menos, “agradar con toda intención a los opresores”. El vaivén de hechos y declaraciones es potente.

Sin embargo, estas virtudes no omiten del todo las carencias estructurales del guion, pues muchos de estos diálogos soberbios provienen de bases un tanto inverosímiles o que no necesariamente responden a la lógica interna de acuerdo a la personalidad de las figuras. Resoluciones convenientes o increíbles (en el mal sentido). Además, hay algunos errores de continuidad notorios y que, de nuevo, detonan situaciones más adelante en la trama.

A pesar de esto, no descarto la nota que ha alcanzado Regina King en su iniciación como realizadora. La pertinencia estaba dada, pues tendría los reflectores con las coyunturas actuales, pero aprovecharlos es de alguien que probablemente tiene un camino prometedor como cineasta. Incluso con las formas esquemáticas y las equivocaciones, hay un discurso que construye toca zonas considerablemente altas con un elenco joven. Esta película bien pasa como documental o, al menos, quisieras que dicha reunión realmente hubiera sucedido.

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