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Casi famosos: el gran fracaso de la película de Cameron Crowe

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diana

“De ninguna manera se escuchará música rock en nuestro hogar” estas fueron las primeras palabras que salieron de la pluma de Cameron Crowe para un supuesto artículo de 1996 para la revista Live! Su intención: la de reflexionar a través de la memoria sobre la importancia que siempre tuvo el rock en su vida y en la de su hermana; escuchando en la habitación de su natal San Diego los grandes discos de Jimi Hendrix o The Beatles, entre un centenar más, pero eso sí, siempre atentos a que el ritmo no sobrepasara los decibeles que podrían delatarlos ante sus padres.

Recuerdos que, aunque no pudieron ser publicados debido a que el joven escritor cuadriplicó el número de caracteres permitidos, resonaron en su cabeza, y este primer borrador sólo confirmó lo que venía deseando desde varios años atrás. El artículo había significado un portal hacia al pasado, en especial a aquella noche en la cual asistía a su primer concierto al lado de su madre; aunque la experiencia escuchando al Rey, Elvis Presley no fue del todo satisfactoria para ambos, fue el comienzo de un vínculo formado gracias al rock entre madre e hijo, memorias que se convertirían cuatro años más tarde en la historia de William Miller, alter ego del escritor cuyo talento plasmó en un puñado de páginas bajo el titulo de Casi famosos.

Crowe, ya conocido en la industria hollywoodense por sus anteriores largometrajes, con Jerry Maguire confirmó que desde hace mucho tiempo el público había convertido sus obras cinematográficas y personajes en referentes de la cultura pop americana, e incluso fuera de esta. Aunque su interés por estudiar en una escuela de cine nunca se concretó, pues su amor por la música y su prominente trabajo en la revista Rolling Stone lo desviaron sólo un poco de ese primer camino, su inquietud lo impulsó a tomar una cámara y comenzar sus primeros cortos; su formación académica sería el cine, en concreto la filmografía de Billy Wilder. Inspiración que sería el empujón final para comenzar la producción de su película más íntima e importante, por la que sería recordado aún después de perder esa sensibilidad cinematográfica en sus posteriores trabajos.

Durante el rodaje de Casi famosos, Crowe fue la pesadilla de los productores de Dreamworks Pictures, su presupuesto de 60 millones de dólares fue exorbitante, tomando en cuenta los 45 millones acordados con los que iniciaría la producción.

Sin embargo, los gastos aumentaron debido a la regrabación de escenas, a las horas extras al cast, a la contratación de un mayor número de extras, y finalmente, la música, cuyo presupuesto superó los 3 millones de dólares. El cineasta no había hecho otra cosa mas que seguir, quizá de manera demasiado literal, las palabras que Steven Spielberg, entonces cofundador de Dreamworks, le había dicho meses antes luego de leer su guion: “filma cada palabra”.

Los estragos ocasionados por tales excesos presupuestales de un cineasta apasionado se reflejarían tiempo después; el 21 de septiembre del año 2000, fecha de estreno en las salas de cine de los Estados Unidos. Su primer fin de semana de exhibición parecía marcar el decepcionante fracaso para todo los involucrados en el proyecto, sobre todo para Crowe, pues sólo se logró reunir dos millones trescientos catorce mil dólares, algo así como un 4% del total ocupado para su realización.

Los motivos de peso para que la taquilla fuera tan injusta con la historia de William Miller fueron principalmente dos. La primera: Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA), encargada de clasificar las películas según el nivel de su contenido sexual, soez o violento, decidió que la película tendría clasificación “R”.

Esto significó que los jóvenes a, quienes en su mayoría estaba dirigida la película, no pudieran ingresar y con ellos se fuera gran parte de sus espectadores. La otra mitad preferiría el reestreno en pantalla grande de uno de los fenómenos de terror más importantes en toda la historia cinematográfica. El exorcista programó el estreno de la versión “nunca antes vista” en las salas de Estados Unidos ese mismo fin de semana. Las salas se abarrotaron por ser testigos de los cambios y mejoras que Friedkin le había realizado a su obra maestra. Una experiencia que según el crítico Roger Ebert tampoco era tan necesaria.

Después de cinco semanas en cartelera, se consideró a Casi famosos un fracaso total de taquilla; la compañía productora se mostraba indignada ante las perdidas económicas, se negaban a creer todo el dinero invertido en el cineasta y “su pequeña película personal”. Fue el final de la relación laboral entre Dreamworks y Crowe. Por supuesto, las perdidas económicas ni nada de eso impidieron que la crítica convirtiera al largometraje en una de las películas mejor valorada de ese mismo año.

El cineasta filmó una carta de amor dedicada a la música, depositó varias de sus inquietudes surgidas durante sus años como periodista de rock: los cambios que se desarrollaban en la industria, la dicotomía entre el arte de escribir música y el glamour de las cámaras, pero sobre todo el poder conciliador que ella genera. A pesar de ya existir películas que le daban un importante papel como por ejemplo High Fidelity, estrenada también ese mismo año. El largometraje protagonizado por Patrick Fugit se siente íntimo desde incluso la secuencia inicial de los créditos, dentro de la historia, la música y su poder unificador son el núcleo central; sin ella Stillwater no seguiría como banda, ni la familia de William resolvería sus diferencias, que por años los mantuvo alejados.

Casi famosos cumple 20 años desde su atropellado estreno. A lo largo del tiempo se convirtió en un clásico de películas musicales o sobre la música que seguirá formando parte del imaginario colectivo de generaciones, aún cuando lleguen a ella años después. Las decisiones que en su época parecerían suicidas ahora se miran como un acto de un director que arriesgó lo justo por algo que se convertiría en parte de su legado.

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