Un blanco, blanco día: la muerte moral y sus consecuencias

Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
Tras la muerte de su esposa, Ingimundur (Ingvar Eggert Sigurðsson) descubre que ella fue infiel con un vecino del pueblo. La revelación le ocasiona un trauma y despierta en él deseos de venganza. Sólo su nieta Salka (Ída Mekkín Hlynsdóttir) da a Ingimundur un refugio en medio de la crisis emocional, ocasionada por las dudas sobre tantos años de matrimonio.
En el arte, la muerte física lleva a un duelo menos doloroso que la muerte moral, porque supone el fin del romance sin resentimientos ni confrontaciones posteriores a la ruptura. Un blanco, blanco día (2019) se mueve en la idea de la infidelidad bergmaniana, en la cual el celoso amante se siente traicionado tras descubrir que el hogar feliz sólo era una ilusión en su cabeza. En la línea de 45 años (Andrew Haigh, 2015), Hlynur Pálmason aborda los rencores en pareja, el desencanto afectivo y cómo los acuerdos conyugales más convencionales (la monogamia, por ejemplo) no son determinados por el amor.
El título de la película hace referencia a un dicho islandés sobre los “días blancos”, cuando los vivos pueden hablar con los muertos, debido a que el cielo y la tierra nevada no tienen línea de separación en el horizonte. En la tradición de Rebecca (Alfred Hitchcock, 1940), la esposa muerta es un omnipresente personaje “retornado” del más allá, porque su ausencia trastoca la felicidad ciega del protagonista con cada huella dejada en vida. Como en el cuento de terror narrado por el abuelo a su nieta, los recuerdos son una tumba abierta cada día más fétida en la mente de Ingimundur, pues las revelaciones sólo contribuyen a distorsionar la memoria de la esposa, situación que lo llevará a perder el control. Sin embargo ¿sòlo el desamor motiva dicho arranque de furia o pesa más el orgullo herido?
El “amor a la antigua” tiene diferentes grados de toxicidad, codependencia y candados sexuales disfrazados de romanticismo y lealtad. La aflicción del protagonista es un prolongado y violento ¿Y cómo es él? lanzado al aire, para descubrir su posición en el corazón de la amante desaparecida, desencadenando una pelea entre machos cabríos con un solo jugador: el esposo despechado. El desarrollo dramático de Hlynur Pálmason hace de la entrega una melancólica historia sobre el amor conyugal más allá de la fidelidad, pues el resentido hombre deberá afrontar su fragilidad masculina y aceptar que el secreto de su esposa no puede destruir tantos momentos compartidos.
La pequeña nieta (Salka) sirve de catalizador a las emociones del protagonista. Según el realizador, esto responde a una concepción personal del amor en pareja (“complejo, íntimo, animal y único”) y el amor familiar (“simple, puro e incondicional”) como dos fuerzas afectivas distantes; a medida que transcurre la película, la relación entre abuelo y nieta va pasando del primero al segundo (en sentido metafórico), porque la chica se convierte en el bote salvavidas del hombre y en quien proyecta todos los sentimientos coléricos despertados por la muerte de su esposa. La discusión entre ambos y posterior solución (con sangre de por medio) es una hermosa forma de convertir el implícito afecto paternal en un pacto más íntimo y fuerte.
En sus dos largometrajes, Pálmason ha demostrado excelente talento en la escritura de relaciones familiares y desarrollo emocional de los personajes, con verosímiles e intensos arcos dramáticos. Lo anterior no sólo lo obtiene del trabajo interpretativo en la dirección de escena, también se debe a sus interesantes experimentos visuales, como el magnífico prólogo que ilustra el paso de las estaciones (filmado dos años antes de la producción) o las luminosas composiciones de Maria von Hausswolff (multipremiada directora de fotografía emergente). A la altura del Yasujirō Ozu más inspirado, dichas metáforas evocan legibles conceptos elevados sobre la naturaleza humana: la leche sustituyendo la sangre, la visión onírica al ritmo de Leonard Cohen o el túnel bloqueado, múltiples elementos que juegan doble papel en esta pasmosa narración.
Hlynur Pálmason no es desconocido en México, puesto que su anterior película (Winter Brothers, 2017) logró llegar a salas de la Cineteca Nacional el año pasado; largometraje en el que el blanco es un elemento cromático dominante, pero con otra simbología igual de potente. Un Blanco, blanco día supone un paso adelante en su autoral estilo explosivo en emociones, el cual inicia de forma contemplativa para reventar en un memorable cierre dramático, coronado por la tremenda interpretación de Ingvar Eggert Sigurðsson. ¡Obra bellísima de principio a fin!
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