Temblores: un magistral señalamiento a la represión de la homosexualidad

Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
Tras salir del clóset y ser expulsado de casa, Pablo (Juan Pablo Olyslager) se refugia con Francisco (Mauricio Armas Zebadúa); como respuesta, su ultraconservadora familia amenaza con denunciarlo por abuso infantil si no abandona la “vida homosexual”. Pablo resiste, pero el amor hacia sus hijos y la imposibilidad para encontrar trabajo (debido a las malas recomendaciones divulgadas por su madre) lo harán reconsiderar el ingresar a una religiosa terapia de conversión.
Ya lo decía Nerea Pérez en un video de Los Prieto Flores: “si ya es difícil salir del armario, imagínate saliendo entre el sillón Chester, la cómoda de Luis XIV, la lámpara araña de cristal, el padre con las botas de montería y tu madre con el camafeo heredado”. La nueva producción de Jayro Bustamante explora ese entorno rancio, donde la alta sociedad reprime toda “desviación” de la norma, bajo defensa de las apariencias y los prejuicios religiosos. Pero Temblores no se parece a otras obras en similares contextos; tiene una desconcertante atmósfera viciada y decadente, simulando un viaje al purgatorio lo más jodido y asfixiante posible.
Sin embargo, la homosexualidad no es el único tópico, el filme está compuesto por múltiples capas temáticas de clasismo, racismo y opresión evangélica. Según el director, la homofobia en Guatemala es parte de un “proceso antiprogresista”, el cual busca frenar los avances en derechos humanos, con el fin de preservar el Estado federalista. La salida del clóset del protagonista es un pretexto para reflexionar sobre los terribles problemas de la nación, resultado de la falta de instituciones gubernamentales que garanticen la dignidad del individuo; de hecho, las películas de Bustamante conforman la trilogía de los “Insultos guatemaltecos”: “indio” (Ixcanul), “hueco” (Temblores) y “comunista” (La Llorona, también premiada el año pasado).
El largometraje nos muestra al oscurantismo en su versión contemporánea, cuando los discursos de odio (por ejemplo, el vínculo entre homosexualidad y pederastia) son convertidos en verdades y constituyen normas sociales incuestionables. Bustamante no se queda en la superficie dual de víctima/victimario, pues hace a todos los personajes partícipes de la violencia ideológica (una especie de “autosometimiento”), debido al pasado dictatorial de la nación y la asimilación del dolor cristiano como forma de vida. El mismo protagonista desprecia a otras identidades no heteronormadas –resultado de la homofobia interiorizada que lo aqueja– y las mujeres normalizan el machismo en sus conductas, vicios morales acentuados por la cultura patriarcal presente en toda Latinoamérica.
Las organizaciones religiosas aprovechan esa vulnerabilidad para recuperar terreno en el adoctrinamiento masivo. En Temblores, las terapias de conversión aparecen de forma silenciosa en la trama: imperceptible al inicio (apenas se sugiere una religiosidad exagerada), para rematar con su cara más enferma y aterradora en el desenlace. Pese a parecer distante el adinerado círculo familiar de Pablo, el director hace reconocibles en la ficción a nuestros propios intolerantes cercanos, ya que toda persona LGBTI+ ha escuchado alguno de los absurdos argumentos que pretenden convertir a la homosexualidad en amenaza para la familia nuclear. Madre (Magnolia Morales), esposa (Diane Bathen) y pastora (Sabrina De La Hoz) son las principales enunciadoras de dichos argumentos intolerantes.
El guion contiene una trampa para los espectadores fachas, al incluir un grado de toxicidad y codependencia en la relación con Francisco (quien tiene negocios un tanto clandestinos). Sin embargo, Bustamante vira la primera impresión negativa hacia una redención del personaje, convirtiéndolo en la única puerta de escape del opresivo puritanismo. En tal mensaje anticlasista se plantea al conservadurismo como una exigencia para ingresar al pequeñísimo grupo de personas que retienen la riqueza; al tratarse de un país con alto porcentaje de pobreza extrema, es consecuente la presión familiar por la “reconversión” del protagonista, necesaria para mantener el nexo con la poderosa familia de Isa (Bathen). Francisco y Rosa (interpretada por María Telón de Ixcanul), pertenecientes a sectores pobres, son los únicos fuera de dicha mecánica (y a quienes defiende el cine de Bustamante).
Como en México lo fue Las niñas bien (Alejandra Márquez Abella, 2018), Temblores busca evidenciar las vulnerabilidades en un patético gueto clasista y el miedo a la expulsión de la burbuja de privilegios. La deslucida fotografía de Luis Armando Arteaga remarca la decadencia en esa microsociedad, donde las sectas religiosas han encontrado una fisura para recuperar el control moral en las dinámicas sociales. Bustamante hace un magistral trabajo autoral, abriéndonos ventanas hacia escenarios aterradores de la naturaleza latinoamericana, caracterizada por el repudio a la sangre mestiza y su dependencia al fanatismo.
Temblores está disponible en la plataforma Mowies (sólo para el público de Guatemala).
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