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Encuentro: la vejez, el amor y los lazos familiares

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Por: Sebastián López (@sebs_lopez)

“Lulú, despierta”… con este diálogo se presenta de forma inmediata al personaje principal y al soporte de toda la narrativa del cortometraje. Cuatro polos de los que se compone Encuentro tienen diferentes nombres típicos —diría cotidianos— de México: Lulú, Julián, Fer y Arcelia; pero son sus vivencias las que ocasionan que sean idénticos.

El cortometraje dirigido por Iván Löwenberg se enmarca en la vejez, cuya representación más fiel es la de Lulú, a partir de quien se retrata un día común en esta etapa de la vida; todo a través de una cámara que es amigable con la cotidianidad de una historia íntima.

El montaje es un factor indispensable para situarnos en dicha cotidianidad y revelar facetas de los personajes. Las imágenes se intercambian con planos de espacios que acumulan toda la moraleja y tensión, a tal punto que se llega a percibir melancolía en los encuadres. Los muebles robustos de un café sólido, las mesas con manteles de tela blanca, las flores, los cuadros, los alimentos y las bebidas, son elementos trabajados que incluso suman a la dicción de los diálogos: las habitaciones y las camas reflejan la personalidad del vocabulario que se plantea. Las prendas de vestir son la obviedad de un mexicanismo cotidiano fiel a su propia cultura; es aquí donde se aprecia un cuidado estético que deriva en imágenes bastante naturales y bien logradas, cuyo resultado final es una conexión con el espectador.

Pero Encuentro no sólo alcanza tal conexión por el apartado visual; la seducción que inquieta y atrapa está en su mensaje: la vejez también es un estado seco, en el que las personas son ruines, lo cual no sólo se puede ver con el personaje del abuelo, sino con la mamá, quien se encamina a la vejez y muestra un lado profano, interesándose solamente por una herencia. En segundos manifiesta esa frialdad que la mayoría de mexicanos tiene dentro de su núcleo familiar; se aleja de los paralelismos sentimentales (e incluso humanos) para concentrarse en el dinero y en corromper su entorno.

La historia comienza en partes paralelas. Esta manera de estructurar el guion, así como la forma en que la trama de cada personaje se conecta, convierte en un patrón revelador: hace ver las ideas retrógradas y las relaciones típicas de nieto y abuelo y madre e hijo. La relación más fuerte que se retracta de lo establecido está en el personaje de Julián: joven con aspiraciones de rebeldía, pero a la vez inocente. Hay un punto bastante importante en él, y es su orientación, para lo cual Iván Löwenberg no usa recursos repetitivos o inéditos: con un simple movimiento de cámara y un gesto por parte del actor se da a entender todo. Otro factor a destacar es la honestidad oculta de la madre, quien sabe lo que su hijo es y a pesar de lo ignorante —de manera moral— que puede llegar a ser, lo acepta y vive con ello.

Al término de la explosión y manifestación sentimental, el encuentro de los personajes más humanos se hace evidente; un velorio es una cara sola y apagada de lo que un refrán bastante popular dice: «Avanza y observa quién se queda al final».

Encuentro fue ganador del premio Ojo a Cortometraje de Ficción Mexicano en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM). A partir del próximo 19 de junio formará parte del Festival de Cine QFest St. Louis.

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Crítica

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