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Breve historia de las mujeres cineastas en el cine de terror

mujeres directoras en el cine de terror

Por: Rubí Sánchez (@rubynyu)

Miedo, horror, desesperación, ansiedad y angustia, son algunas de las emociones que el cine de terror busca provocar en el espectador. Y sin ser precisamente del género, el cine lo ha logrado desde aquella primera proyección en la que alguien pensó que un ferrocarril podía salir de la pantalla. 

Un género que rasca en los pensamientos más oscuros del ser humano no puede olvidar a la mitad de la población. El papel de la mujer en este género ha sido esencial para la creación de sus tropos y temáticas; desde ser conductos del mal, pasando por el cliché de la final girl, hasta el desarrollo de temáticas sobre embarazos místicos o la pubertad como inicio de lo monstruoso, la mujer ha estado siempre presente en la historia del cine de terror. 

Clave es el término propuesto por Laura Mulvey: la mirada masculina, mediante el cual explica cómo la conformación de personajes femeninos parte del que posee la mirada (el director), quien construye la imagen (el personaje) que en ocasiones llega al público de una manera sexualizada y deshumanizada, sobre todo en cintas de este género. 

Pero el género no se ha visto limitado a la visión masculina. Desde sus inicios podemos rastrear a directoras que se arriesgaron a emplear elementos de horror en sus películas, tales como partir de la anormalidad, las circunstancias sobrenaturales, atmósferas oscuras, la creación de tensión liberada en “sustos” y una cercanía a la violencia. 

Una de las primeras cintas que despertó sensaciones que después caracterizarían al cine de terror fue Fausto and Mephistopheles (1903) de Alice Guy-Blaché, fundadora del cine de ficción, que con su adaptación de la obra de Goethe sentó algunas de las bases de este género, tales como la presencia de agentes sobrenaturales y el uso de cortes para desconcertar a la audiencia.

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Fausto and Mephistopheles

Más adelante en la historia se encuentra otra cineasta esencial: Ida Lupino, quien coqueteó con el género en su película noir, The Hitch-Hiker (1953), donde destacan algunas escenas donde el suspenso es más cercano al cine slasher; en ellas vemos los planes de un asesino y sus métodos.

Entre los 70 y 80 algunas directoras se acercaron al terror por el lado del cine de explotación, donde se exhibe el erotismo, la violencia o el crimen de maneras exageradas. Aquí se ubica el trabajo de Stephanie Rothman con sus vampiresas en The Velvet Vampire (1971) y Blood Bath (1966), o Roberta Findlay con Prime Evil (1988) y Lurkers (1988) donde hace uso de los precarios efectos especiales para asustar al público.

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The Velvet Vampire

También durante esos años está el trabajo de Mary Lambert en Pet Sematary (1989) y su secuela de 1992, o el acercamiento de Rachel Talalay a la saga A Nightmare on Elm Street en su sexta entrega. Asimismo, se halla el subgénero consagrado de los vampiros, en el cual se encuentra uno de los primeros trabajos de Kathryn Bigelow, Near Dark (1987).

Con la llegada de este mileno el cine se ha diversificado con más mujeres detrás de la cámara y el terror ha presentado la visión femenina con más constancia.  Los 2000 fueron inaugurados con el estilo más refinado de American Psycho (2000) de Mary Harron y Trouble Every Day (2001) por Claire Denis.

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American Psycho

El trabajo actual de directoras se dirige en dos vertientes, una de ella es resignificar temáticas ya clásicas. Ahí están como ejemplos Revenge (2017) de  Coralie Fargeat, reinventando temáticas de violación y venganza, o la adaptación de Black Christmas (2019) por Sophia Takal, así como el cine de vampiros a manos de Ana Lily Amirpour en A Girl Walks Home Alone at Night (2014), entre muchas otras.  La otra vertiente es la de la apropiación de temas femeninos como la maternidad en Prevenge (2016) de Alice Lowe, el descubrimiento sexual en Grave (2016) de Julia Ducournau, la pérdida en The Babadook (2014) de Jennifer Kent, o las tensiones matrimoniales en Honeymoon (2014) de Leigh Janiak.

Por otro lado, hay directoras que sin dedicarse de lleno al género han incorporado en sus propuestas algunos detalles que muestran recursos del cine de terror de los 60 y 70. Dicho es el caso de Anna Biller en The Love Witch (2016), quien usa el estilo clásico para hablar de las relaciones; Satanic Panic (2019) de Chelsea Stardust, quien lleva los ritos satánicos hacia un tono de comedia; o Agnieszka Smoczyńska en The Lure  (2015), un musical con sirenas come hombres. 

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The Love Witch

La presencia de directoras en el cine de terror se ha visto con más fuerza en los últimos años, permitiendo que nuevas experiencias sean retratadas y diferentes perspectivas sean presentadas. Todo este cambio de óptica trae consigo una mayor diversificación en que la no queda más que sumergirse. 

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