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El ombligo de Guie’dani: la falsa generosidad de una familia acomodada

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Por: Eduardo Reyes (@EduardoReyesSer)

Suena el timbre, una mujer abre la puerta, sonríe y deja pasar a las visitas. Se presentan y cruzan el jardín hasta llegar al interior de la casa. Las paredes blancas hacen del espacio un lugar frío, casi estéril. 

La anfitriona les muestra cada rincón: una sala pequeña, un cuarto de ensayo y un baño de visitas; le sigue otra sala más amplia, la cocina y una bodega. Suben por una escalera de caracol hasta encontrarse con un pasillo tan reducido que parece intransitable. Al final hay una habitación pequeña que contrasta con los amplios espacios recién recorridos. Guie’dani entra, se quita la mochila y, junto a la maleta de mano que cargaba, la coloca sobre la cama. Con mirada curiosa echa un vistazo, pero no hay mucho que ver: sólo más paredes blancas y un silencio que hace de éste un lugar invisible.

Así, el director Xavi Sala presenta la llegada de Lidia y su hija Guie’dani al nuevo lugar de vivienda y trabajo de ambas. Han viajado desde Xadani, un lejano pueblo de Oaxaca, hasta la Ciudad de México para desarrollar labores domésticas en la casa de una familia acomodada.

El ombligo de Guie’dani (Xquipi’ Guie’dani, 2018) es la ópera prima de este cineasta nacionalizado mexicano, pero de origen catalán, quien desde hace varios años se interesó en la población indígena de nuestro país y su compleja relación con las sociedades urbanas. Como ha confesado en diversas entrevistas, se sintió identificado especialmente con la comunidad zapoteca, pues él también vivió su infancia en el seno de una población rural española. 

En 2018 la película se presentó en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), en 2019 tuvo algunas exhibiciones más y a principios de este año se programó en un pequeño circuito de salas de la ciudad. Finalmente, a partir del 3 de junio se estrenará en diversas plataformas digitales en México y Latinoamérica.

Pese al poco alcance mediático (provocado quizás por sus proyecciones intermitentes), esta potente historia muestra la enorme desigualdad social del país y, aunque todos la conocemos, pocas veces nos sumergimos en las entrañas de quienes la padecen.

A Sala le tomó dos años encontrar a la niña que diera voz a su protagonista, hasta que conoció a Sótera Cruz. Pero más que dar voz, la joven actriz brinda silencios y una mirada profunda resultado de la inocencia propia de su edad, la intimidación de convivir con una familia distinta a la suya y el golpe de identidad que la coloca entre la precariedad de su pueblo natal y la esclavización de una sociedad frívola y amenazante de la Ciudad de México.

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Sin embargo, a lo largo de la película, Sótera mantiene una actuación contenida, casi tímida, que pierde fuerza por lo menos la mitad de la cinta. A su vez, el desempeño de Erika López (la actriz que interpreta a su madre) ocurre sin sobresaltos; ambas son actrices no profesionales y esto representa un reto para el director, el cual notablemente no superó, pues la relación entre madre e hija se percibe fría, con falta de química y casi sobreactuada.

Lo mismo sucede con la familia acomodada, encabezada por la madre (Yuriria del Valle) y el padre (Juan Ríos); sus intervenciones son protagonizadas por un distanciamiento interpretativo y difícilmente hace que se perciban como matrimonio. Y esta ausencia de cercanía se enfatiza por un diseño de arte inconcluso y una escenografía impersonal: mientras vemos fotos familiares pegadas en el refrigerador, otros espacios tan íntimos como la sala o las recámaras carecen de elementos que los vuelvan realistas. Más adelante también encontraremos errores de continuidad y mezcla de sonido que no pueden ignorarse: objetos que ‘misteriosamente’ cambian de lugar entre cortes, o diálogos mal ecualizados entre personajes que comparten el mismo espacio físico.

Sin embargo, lo destacable del guion es su interés por mostrar una familia que ‘integra’ a sus empleadas a un mundo ‘civilizado’, todo ello como un acto de supuesta generosidad. En una escena, Guie’dani y su mamá comen silenciosamente en la cocina, lejos de la vista de todos; entra la anfitriona y observa cómo usan los dedos para formar porciones con las tortillas, entonces abre un cajón y en tono cálido les indica: “aquí están sus cubiertos”… un intento por despojarlas de sus costumbres e introducirles hábitos de ‘vida moderna’.

Por su parte, Lidia (como persona adulta) es quien tiene más interiorizada la diferencia de clases pues, como muchas mujeres indígenas, carga y asume los estigmas que la sociedad le inyecta. Pero tampoco es fácil para ella abandonar su hogar, olvidar su historia e instalarse en una ciudad completamente distinta, donde es objeto de burlas debido a su lengua materna.

Si bien el director Xavi Sala tiene un camino de aprendizajes técnicos y de dirección por recorrer, su visión aguda plantea interesantes reflexiones en torno al racismo y clasismo característico de nuestra sociedad mexicana. La historia de estas mujeres que resisten para sobrevivir en un mundo atroz que atenta contra su identidad es, en sí mismo, un mensaje que urge ser escuchado.

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