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Así se marchitó ‘La Casa de las Flores’

la casa de las flores

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De los cuatro pilares que sostuvieron la primera temporada, sólo uno permaneció al cien: Paulina de la Mora. Virginia murió, pero sólo en lo físico; su personaje se aferró hasta el final de una serie que si no era mediante un repaso a su juventud, no hubiera logrado respirar en sus últimos momentos. La esencia y fortaleza del resto de los personajes parece que se enterró en el ataúd rosado del funeral, y lo que vimos desde entonces fue un loop de sus conflictos, que de arriesgados pasaron a lo infantil. 

Las dos casas también sucumbieron en el final de aquella entrega del 2018, la cual conmovió y gustó por sus personajes matizados y no encapsulados en estereotipos. Que mantuvo la tensión por un guion que sembró y cosechó, que se tomó con cautela y seriedad cada línea narrativa, así como cada nuevo personaje. Un guion que aunque pecó de obviedad con algunos sus diálogos, recurrió a los necesarios para conllevar el drama y aderezar la comedia. 

El desafío era inminente ante una segunda temporada: con La Casa de las Flores perdida, un cabaret en quiebra y la matriarca muerta, ¿de dónde se sostendría la siguiente construcción? Un reto grande, mas no tanto la preocupación: Manolo Caro y el grupo de guionistas habían mostrado sus competencias para sorprender con resoluciones coherentes, que derivaban en más tensión (y por lo tanto más enganchamiento); asimismo, revelaron sus habilidades para elevar a los personajes a un peldaño más entrañable, y también para no dejarlos caer en el maniqueísmo. Pero no se logró, y la serie (después de un conmovedor final en “El funeral”), se empezó a marchitar. La responsabilidad de Paulina de la Mora en la familia se hizo realidad en el argumento: cargó con todo el peso. Sí, existen los personajes principales, pero los secundarios se volvieron más secundarios, a tal grado de no tener la mínima conexión con el conflicto principal, de vivir aislados de los dilemas nucleares de la segunda temporada (ok… ¿cuáles?) y también de aquellos que les dieron un lugar en la casa de la familia de la Mora. 

Vemos a una Micaela que bien podría vivir en cualquier casa, ser hija o no de Ernesto, tener tres hermanos o no. Incluso, el lazo que mantiene con Bruno se siente débil, lo cual muestra la poca intención de salir de la zona de confort: mantener a ciertos personajes sin evolución en los escenarios (pero no en las virtudes) de la primera entrega. Tal vez el asunto no daba para más y podríamos decir ¿qué otras capas tendría Micaela o Bruno (por mencionar algunos)? Pero entonces, quizá la opción era enterrar el pasado del éxito y en vez de dos temporadas más, entregar una digna segunda y final. 

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Ahí mismo está Ernesto (el personaje secundario más insípido). Parece que se cocina un plot twist sustancial con la tentación de cederle todo el dinero a Jenny…y no pasa nada. La línea se desdibuja y entendemos que el personaje femenino se plantó para su uso en una próxima entrega. Y aquí señalo uno de los puntos más endebles de la segunda temporada: se introducen nuevos personajes y situaciones que se conectan débilmente, se abandonan o tendrán importancia hasta la siguiente temporada. Este último punto no es negativo por sí solo, pero no en todos los casos se utiliza de la mejor forma, y en la mayoría ni siquiera desencadena algo en la trama o abona a la comedia (sí, cacas, de bis te que dar te en la pri me ra tem po ra da, qué ne ce si dad). Dos ejemplos en este terreno son Jenny y Purificación; ambas se relacionan con el personaje principal, pero sólo la conexión con Purificación se muestra aducida en la tercera temporada. En el caso de Jenny, su misión pudo caer en manos de cualquier otro personaje; incluso, sin la existencia de tal “misión” el destino de Paulina hubiera sido el mismo, ¿mal?, también la iba a pasar con la presencia de “la chiva”. 

Todo lo anterior provoca que la atención se pierda. Lo que surgió como algo más que una comedia de enredos, se convierte en un drama enredado en el que da pereza detenerse a hilar ciertos temas, como el del dinero. Y no hay por que culpar al espectador: se intuye que ni siquiera los creadores lo tenían bien tejido. 

Quizá la serie hubiera florecido de nuevo al aprovechar elementos sorpresivos que alcanzaron a despertar expectativa, como el testamento de Virginia y el personaje de Alejo. Pero se disuelven en situaciones retomadas sin fuerza ni emoción: el conflicto, ya sin pies ni cabeza, de Julian y Diego, las consecutivas parejas de Elena, los romances de Ernesto, el intento por ser estrella de Micaela. A esto se suma la aparición de la típica abuela malvada, evidencia de la facilidad con la que La Casa de las Flores se inclinó hacia las convenciones de televisión antaña, de las cuales en varios momentos creímos que se salvaba.  

Otro pero es cómo los sentimientos de las relaciones deben expresarse en diálogos para ser demostrados. Del deseo y cariño que emanaba entre Elena y Claudio, pasamos a escenas en las que Elena y “el padre” tienen que recurrir a las palabras para que les creamos que algo existe entre ellos. Y el amigo repartidor, sin comentarios…o sí, un ejemplo de golpes de efecto demasiado obvios y elementales. Si en la primera temporada lo sabían hacer, ¿qué pasó? Que quisieron alargar, sólo por alargar (a.k.a dinero), los conflictos.

La tercera y final temporada introduce el elemento del flashback, mediante el cual se revelan características y naturaleza de varias condiciones y personajes (y se agradece), incluso, toma fuerza por personajes sobresalientes, especialmente el de Pato. Pero el recurso también funciona para el: ¿qué hacemos con tal personaje a estas alturas? Ahí está de nuevo Ernesto y Carmelita con su novio lisiado-nolisiado (quienes tienen la participación más sosa desde la segunda temporada). 

Lo que inició como una entrega arriesgada en su discurso, cayó en un melodrama tradicional que se sostiene hacia final por la curiosidad que despierta el pasado del fantasma de Virginia de la Mora, y en menor medida, por el personaje de Paulina y su relación con la siempre entrañable María José.

Ni con sus grandes momentos musicales, con su cuidado uso del sonido y con una dirección de arte impecable, La Casa de las Flores se recuperó del mismo quiebre que padeció la casa chica. Ojalá que le den oportunidad al final abierto, y que las dudas ante los últimos minutos (¿quién compra la casa?, ¿quién impide el balazo a Paulina?) no se conviertan en guiños para abrir una nueva entrega. Wey, ya. 

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