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Sorry We Missed You: cine de terror para la clase media

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Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)

En búsqueda de mejorar la economía familiar, Ricky (Kris Hitchen) comienza a trabajar en una empresa de mensajería, bajo contrato de cero horas (modelo laboral muy usual en Gran Bretaña); el problema es que deberá vender el automóvil de su esposa (Debbie Honeywood), enfermera a domicilio, para comprar una furgoneta de carga. Los cambios en las dinámicas, rutinas y los horarios del matrimonio ocasionarán conflictos en el hogar y problemas en la comunicación con sus dos hijos adolescentes.

Nadie es más rojo en la industria que Ken Loach. En esta ocasión, el cineasta centra su atención en las “nuevas” formas de explotación, resultantes del actual orden económico. Con el reinado de Amazon (y empresas del mismo rubro), surgió una fauna de empleados no regulados por el Estado. De acuerdo con el realizador, la idea del filme surgió durante la preproducción de Yo, Daniel Blake (2016), tras descubrir que la mayoría de los asistentes a los bancos de alimentos tenían empleo, pero los salarios (gastados en impuestos o deudas) eran insuficientes para comprar la canasta básica.

El realizador británico bosqueja un panorama sobre los problemas surgidos a partir del comercio digital. La actualidad online ha justificado el falso mito del hombre multitask, un colaborador orquesta sin horarios fijos, quien puede (en teoría) compaginar el trabajo con la vida personal. Según el filme, a las organizaciones emergentes sólo les importa el cumplimiento de metas, sacrificando el bienestar del subcontratado; como consecuencia, dichos esquemas ocasionan irregulares jornadas laborales y el engañoso espejismo de ascenso meritocrático

Los nuevos corporativos exigen robotizado servicio al cliente, el cual anula la personalidad y opinión del contratado. Por su parte, los consumidores han asimilado la inhumana cultura organizacional de tales empresas y al trabajador lo consideran un peón más, a quien pueden humillar o reportar sin causa justificada. Similar a los Dardenne en Dos días, una noche (2014), Loach también critica la falta de solidaridad entre los colegas no asalariados, como resultado de la promoción del individualismo y la falta de sindicalización. El propio Ricky termina aceptando “la ruta” de otro mensajero, injustamente “degradado”, para después verse en la misma situación, conformando un círculo vicioso que exprime hasta la última gota de voluntad del empleado.

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La película inicia con un optimismo sobre el nuevo trabajo, pero (poco a poco) el protagonista es sepultado por el salvaje sistema de bienestar. En ese sentido, nos encontramos en la etapa más pesimista del director y Paul Laverty (guionista habitual). Ya sea por deus ex machina o gracias a la solidaridad de amigos, los protagonistas de Ken Loach siempre encontraban un rayo de luz al final del túnel; en cambio, los personajes de sus últimos filmes (ambientados en Newcastle) terminan precipitándose en el abismo. Tal falta de misericordia en la ficción se podría entender como protesta contra las políticas neoliberales, (hoy) dominadas por la agenda conservadora de Boris Johnson.

Puede resultar curioso para los espectadores de naciones “subdesarrolladas” ver cómo la pobreza del primer mundo no dista del marginal  panorama latinoamericano. Jefes inhumanos, jornadas extremas, sistemas burocráticos y familias fragmentadas por el hambre son algunos de los aspectos denunciados. El hijo de Ricky (joven grafitero, inspirado por Banksy) reconoce en su padre el inminente futuro que le espera: un profesionista sobrecalificado trabajando como chófer de Uber, repartidor de paquetería o cualquier oficio sin esperanza de salario fijo. Con muy mala leche, el director intenta advertir a los centennials –siguiente guarnición de mano de obra barata– acerca del negro futuro, motivando su espíritu de rebelión contra el sistema.

Es imposible tener un comentario negativo sobre las películas de Ken Loach, pues su mirada es un recordatorio constante sobre “la cruda realidad”; no obstante, es bastante notoria la falta de evolución en su lenguaje. Con El viento que agita la cebada (2006) y Jimmy’s Hall (2014), ha demostrado variaciones de su registro hacia relatos más complejos y potentes. El ejemplo de la familia tradicional en crisis no es ingenioso, debido a la repetición de lugares comunes en este tipo de cine. A diferencia de Yo, Daniel Blake, carece de esa perspectiva incómoda conformada por múltiples problemas, como la prostitución, el comercio clandestino o el desempleo; además, los personajes secundarios son bastantes planos y restan tiempo al debacle emocional del padre de familia.

Como en el resto de proyectos, el filme sobrevive gracias a la simpatía del actor principal. El desconocido Kris Hitchen inyecta verosimilitud a la trama, haciéndonos partícipes y empáticos con su grito desesperado y agónico. La dupla Loach-Laverty continúa regalándonos excelentes cartas contra el sistema, despertándonos de la falsa ilusión de progresismo y estabilidad económica. Sorry We Missed You es una pesadilla fílmica de la que todos deberíamos estar hablando.

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