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El Hoyo: símbolos de una sociedad bestial

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Por: Fernando Lucio Escalera

(@nando_lucio)

Este texto contiene spoilers

El Hoyo (2019) es la ópera prima del director español Galder Gaztelu-Urrutia. Desde su llegada a Netflix hace pocas semanas, ha causado revuelo por dos asuntos: los momentos en que se difunde son de incertidumbre mundial debido a la pandemia del coronavirus y, segundo, su mordaz crítica hacia capitalismo y a la sociedad actual. Obvio.

Similar en cuanto a ambientes claustrofóbicos a Cube (Vincenzo Natali, 1997) así como a Snowpiercer (Bong Joon Ho, 2013) en lo que a crítica social y hacia las élites que gobiernan el mundo se refiere, el trabajo de Gaztelu-Urrutia nos sumerge en un sistema vertical parecido a una prisión, donde dos personas por nivel conviven en completo aislamiento. Cada mes se cambia de nivel y lo único que se permite comer son las sobras de los peldaños superiores. Alimento servido cual buffet suministrado a través de una plataforma que va bajando. Un gran banquete que contiene la comida favorita de todos los encerrados en el hoyo; los de arriba se alimentan hasta hartarse, los de enmedio comen migajas (si bien les va) y los de abajo se matan entre sí por hambre y desesperación.

Goreng, el protagonista, despierta en el nivel 48 junto a Trimagasi, su primer compañero, acostumbrado al sistema y quien lo trata con soberbia. Con una idea de racionamiento, sugiriendo la bondad de las personas, el recién llegado pretende crear conciencia entre las personas de los demás pisos. Qué equivocado está.

La película aborda al sistema en el que estamos inmersos, echando mano de numerología —como con el número 33 en el Cábala y en la masonería, donde los pertenecientes a este grado más alto son ya los Iluminados— y mensajes oscuros como el canibalismo, el egoísmo y el miedo como forma de vida. De igual manera, muestra el fanatismo religioso; cómo la religión se usa a conveniencia de los creyentes por y para su beneficio, como lo vemos con el personaje de Baharat. Ejemplo de ello es cuando desea que lo ayuden a subir niveles apelando a una “revelación divina”.

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Son 333 pisos los que deben descender Goreng y Baharat una vez que resuelven dar un mensaje contundente, tanto a las personas dentro del hoyo como a la administración, para demostrar las condiciones infrahumanas. Esto luego de que Goreng compartió nivel con Imoguiri, una mujer que era parte del personal de reclutamiento de ‘El Hoyo’, y quien confiaba ciegamente en quienes lo manejan, lo cual manifiesta que incluso personas al mando creen que el sistema implantado funciona y que la gente vive bien así. Con esto, filme también implanta la idea de la debilidad de rebeliones contra la administración de sistemas arraigados: de nada servirán para lograr cambios significativos. Un guiño a las revoluciones y levantamientos contra los gobiernos.

Si consideramos que por nivel hay dos personas, son 666 almas dentro de esa prisión. Un clarísimo descenso al infierno es lo que los personajes experimentan y lo que como espectadores avispados podremos inferir una vez que inician los créditos finales. Un descenso que en esencia quiere exhibir, desde las clases más bajas, el fallo de todo sistema. Hay dos lecturas posibles como respuesta a tal deficiencia: la naturaleza del sistema implantado o el egoísmo y ambición de las personas.

En el primer caso, la niña vista en los últimos minutos es la muestra de que la responsabilidad recae en los administradores que mienten. Es decir, apelaban a un sistema infalible, seguro y riguroso al respecto de no dejar entrar a menores de 16 años y, al hacer subir a este personaje hasta el nivel donde se prepara la comida, se demuestra a un sistema fracasado; una alegoría al capitalismo.

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Por el contrario, en el escenario dos, si la sociedad consumiera sólo lo necesario, si los ricos —y hablo de los ricos como parte también de la sociedad, porque las élites ocultas que controlan el mundo ni siquiera las conocemos— generaran realmente una empatía como humanidad, todos en el hoyo (en el planeta tierra) comerían su platillo favorito todos los días sin ningún problema.

Ganadora de múltiples premios el año de su estreno, como Mejor Director Revelación, Mejores Efectos Especiales y premio del público en el Festival de Cine de Sitges, entre otros, El Hoyo es un reflejo de nuestra sociedad, de la condición humana y de lo bajo que puede llegar una persona con miedo y con hambre; y quien, a pesar de sus circunstancias, siempre tiene la capacidad de elegir cómo actuar.

“Los cambios nunca se producen de manera espontánea”, comenta Goreng durante la película. Si la trasladamos al día a día, la afirmación manifiesta: para que una sociedad empática, libre de avaricia e individualismo sea una realidad, nos faltan millones de años. Ni en una pandemia se mueven conciencias ante la salud del otro: México es el país de América Latina que registra menos reducción de movilidad ante la emergencia del coronavirus. Si bien la necesidad apremia, las simples medidas sanitarias son tomadas poco en cuenta a la hora de salir a la calle. Todos vivimos en ese hoyo egoísta; en efecto, “los cambios nunca se producen de manera espontánea” y en una sociedad como la nuestra, lamentablemente ni a golpes de muerte.

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