11 películas no aptas para claustrofóbicos

Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
Cuatro paredes y un techo pueden ser más que una locación. El cine es capaz de crear experiencias esquizofrénicas que lleven a la audiencia a compartir la angustia de los personajes. La incomodidad ocasionada por los espacios cerrados no es exclusivo del terror; el drama, el suspenso y la comedia han echado mano del recurso. Según Phil Hoad de The Guardian, la claustrofobia es una característica “intrínseca al drama”, debido a la afición de los guionistas por reducir las opciones del juego al final de una trama (y así demostrar su pericia en la ficción).
La ansiedad por el encierro depende de un contexto y la excelente dirección de los actores. En la década pasada vimos finos trabajos “a una sola voz”, por ejemplo Enterrado (Rodrigo Cortés, 2010) o Locke (Steven Knight, 2013); experimentos que van un paso adelante de fórmulas convencionales como habitaciones del pánico o secuestros en transporte público. No obstante, quizás la película más importante de este género temático sea El resplandor (1980), donde Stanley Kubrick logró ambientar el escenario más espeluznante para pasar una noche enclaustrado.
A continuación, presentamos un listado de 11 títulos con desesperantes experiencias a puerta cerrada.
El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962)
Un grupo de aristócratas se quedan atrapados en una mansión. ¿Por qué? Nunca se explica, pero existe un espíritu omnipresente que se los impide. A partir de entonces, comienza una debacle social hasta llegar a las formas más primitivas de la humanidad. Este filme no es de los más queridos por su autor. Tras el triunfo de Viridiana (1961) en Cannes, Luis Buñuel esperaba una costosa producción que imitara el lujo de los palacios europeos, lo cual no fue financiado. No obstante, con mínimos recursos logró dirigir uno de los títulos más desconcertantes en la historia del cine.
The Haunting (Robert Wise, 1963)
Cuatro personas se hospedan en una casa “embrujada” para investigar fenómenos paranormales. Esta adaptación de la novela de Shirley Jackson es una obra maestra del cine de terror y antecedente directo de La maldición de Hill House. No existe relato más claustrofóbico, ya que la mansión es la artífice misma del terror. Muchos años antes del fetichismo de Cronenberg, las paredes y puertas adquieren vida propia, respiran y hablan, dando aspecto perturbador y retorcido a las escenas. Sin embargo, el ente maligno de la casa sólo es una extensión de Nell (Julie Harris), mujer afectada por la reciente muerte de su madre y la difícil vida a su lado. De aparente simpleza, The Haunting oculta varias capas de surrealismo sofisticado que siembran el desconcierto en el espectador.
Repulsión (Roman Polanski, 1965)
Después de explorar la agorafobia en Cuchillo en el agua (1962), Polanski se vuelve claustrofóbico para crear un drama opresivo con pocos diálogos (Deneuve, Polanski y Gérard Brach no hablaban inglés) y “amenizada” por intrusiva música jazz. En el filme, la introvertida protagonista (con repulsión a los hombres) sufre un alucine psicológico durante el fin de semana que se queda sola en casa. La ansiedad producida por los espacios cerrados es un distintivo en la filmografía del polaco, pero en Repulsión (la primera de la Trilogía de los apartamentos) hay una exploración más explícita del delirio provocado por el encierro. En la cabeza perturbada de la joven, la sensación de “acoso” se entremezcla con la casa viviente; un vanguardista terror psicológico para su época.
El coleccionista (William Wyler, 1965)
Adaptación de la novela homónima de John Fowles y uno de los últimos trabajos del gran William Wyler (quizás, el más raro en su monumental filmografía). Terence Stamp interpreta a Freddie, un introvertido coleccionista de mariposas, que secuestra a Miranda (Samantha Eggar) y la mantiene cautiva en un sótano. La chica debe emplear una estrategia de persuasión y seducción para lograr escapar. De trama pesimista, el filme es un sesudo tratado sobre la belleza y el cautiverio de la misma, en pro de “conservarla”. Como dato relevante, el director hostigó durante la filmación a Eggar, con el fin de obtener una interpretación realista (innecesaria técnica muy usual en el viejo Hollywood).
Alien (Ridley Scott, 1979)
Qué se puede decir de Alien que no se haya dicho ya. Junto a Kubrick, Ridley Scott le enseñó al mundo a temer al espacio y sus desconocidos huéspedes. La narrativa del filme lleva el terror de la ciencia ficción de la serie B a un lenguaje mainstream dotado de mitología propia (tan jugosa que aún se insiste en producir innecesarias precuelas). La lucha final de Ripley por sobrevivir dio un nuevo significado combativo a las “final girls”, convirtiendo a Sigourney Weaver en pionera del cine de acción.
El Cubo (Vincenzo Natali, 1997)
Cuando esta película se estrenó, por allá de los 90, voló la cabeza de la audiencia y sentó cátedra en el cine de terror. Aprovechando lo mejor del horror japonés y el suspenso sensorial de Cronenberg (en boga), Natali dirigió esta obra de culto con presupuesto ínfimo. Sin explicaciones ni contexto, la película desarrolla la tensión de un grupo de personas secuestradas, quienes intentan huir de un laberinto de cubos sobrepuestos. Antecedente directo de franquicias como Saw, la trama de El Cubo tiene complejidad social y matemática (más allá del simple sadismo), lo que hacía del escape una experiencia con aparente exigencia de “intelecto”; apta para enseñar a niños de primaria el significado de los números primos (seguro no lo olvidan jamás).
Funny Games (Michael Haneke, 1997)
Una familia es secuestrada y torturada en su propia casa de verano por dos desconocidos. La mala leche en espacios cerrados es un sello autoral en el cine de Haneke; no obstante, Funny Games es la más significativa por su sadismo psicológico. Es un ensayo sobre los límites de la ficción (según el autor, para cuestionar la violencia explícita en los medios de comunicación). El psicópata líder (como alter ego de Haneke) interactúa con la audiencia, rompiendo la cuarta pared o rebobinando el filme (un claro homenaje a Persona de Bergman); ejercicios narrativos que impactaron en los 90 y dieron al austríaco la fama de enfant terrible.
Home (Ursula Meier, 2008)
El perfecto ejemplo de que el drama puede ser aun más asfixiante que el terror: la fobia a la urbanización es el principal motor de esta producción europea. La familia protagonista comienza a ver amenazada su paz cotidiana con la apertura de la nueva carretera frente a su casa. El insoportable tráfico y la contaminación van orillando a la familia al paranoico enclaustramiento. Ursula Meier explora hasta dónde el ser humano puede evadir el contacto con la sociedad y sus malas prácticas. Al final, el aislamiento se vuelve tan tóxico que los personajes deben regresar al exterior para sobrevivir. Una bonita representación simbólica de los estilos de vida radicales.
Avenida Cloverfield 10 (Dan Trachtenberg, 2016)
Antes del boom de Whiplash (2014), Damien Chazelle corrigió el guion (y casi dirigió) de este bestial thriller de ciencia ficción; película incluida en la improvisada franquicia Cloverfield. El largometraje tiene doble suspenso: el secuestro de Michelle (Mary Elizabeth Winstead) y la presunta invasión alienígena anunciada por su raptor (John Goodman). Como parte de una estrategia para producir proyectos de bajo presupuesto, esta entrega sorprendió por su frenética trama sostenida por el trío de actores intentando sobrevivir al aislamiento bajo tierra. J.J. Abrams tenía pensado replicar una versión contemporánea de Ripley vs extraterrestres, ¿lo logró? Claro que sí.
¡Madre! (Darren Aronofsky, 2017)
El matrimonio conformado por un artista y una decoradora de interiores (o eso parece) se enfrenta a una horda de enardecidos fanáticos. Con mensaje más o menos ecológico, esta obra de Aronofsky no es de las más queridas por la audiencia, a causa de la histérica puesta en escena atiborrada de alegorías católicas. Con reminiscencias a El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968), la casa del filme sirve de escenario para una carnicería de grandes proporciones, en la que el personaje de Jennifer Lawrence termina siendo el receptor de múltiples vejaciones y ultrajes. Un viaje demencial a través de las peores manifestaciones de la naturaleza humana.
Clímax (Gaspar Noé, 2018)
Este largometraje llegó a Cannes sin sinopsis clara, sólo que era una fiesta de adolescentes con mucha sangría. Después de la primera parte, llena de bastantes diálogos y el par de maravillosas coreografías, se nos viene un sofocante cierre con un grupo de bailarines enloquecidos por el LSD (¡sorpresa, la bebida traía más que azúcar!). Cuando ya nadie esperaba algo superior a Irreversible (2002), Gaspar Noé nos trae la versión rejuvenecida de su universo, donde la euforia de la juventud se confunde con un viaje psicotrópico autodestructivo.
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