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El pájaro pintado: una atmósfera sofocante y sublime

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Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz) 

El pequeño Joska (Petr Kotlár) pasa los días en la granja de una anciana. Cuando la mujer fallece, el chico comienza a deambular por las aldeas de Europa del Este, devastadas por la Segunda Guerra Mundial. Debido a su ascendencia judía, Joska sufrirá humillaciones y maltratos durante la odisea que destruirá su infancia. 

¿Alguna vez tus abuelos o padres te dijeron “esto no pasaba en mis tiempos”? Pues El pájaro pintado es una historia que cuestiona la visión idealizada del pasado, cuando los Derechos Humanos no eran el pilar central en la convivencia social. Los nueve episodios de la película dirigida por Václav Marhoul muestran el siniestro lado B de Europa: aquel que incluye fanatismo religioso, superstición, xenofobia, misoginia, pederastia y otros crímenes comunes en el “civilizado” mundo occidental.

No obstante, a pesar de las críticas de la audiencia escandalizada en Venecia y Toronto, la obra está muy lejos del voyeurismo de tortura infantil que podría esperarse de una adaptación del libro homónimo de Jerzy Kosiński. A diferencia de otras películas sobre la maldad provinciana (el referente más famoso es La cinta blanca de Haneke), el coro se integra por una heterogénea cantidad de personajes perversos y bondadosos. Marhoul no se obsesiona con la violencia explícita y da prioridad a la compleja transformación del protagonista.

Joska no es una “bola de sebo” cualquiera, el héroe tiene claroscuros que toman fuerza mientras avanza el filme (en tono más picaresco). Durante los últimos episodios, el chico es aleccionado sobre un valor específico: la justicia. El “ojo por ojo” y los actos de venganza se transforman en resistencia contra la hostilidad del mundo. Casi en el desenlace, el joven Joska comete un “crimen” tremendo, pero el buen manejo de la trama nos hace entender el hecho como consecuencia razonable de la impunidad acumulada (la historia entera está estructurada para llegar a ese punto); una experiencia cercana a la revancha final de Dogville (Lars von Trier, 2003), pero sin el moralismo ni la indulgencia del danés.

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Marhoul rescata de la novela la perspectiva imparcial de Kosiński sobre la Segunda Guerra Mundial, ya que no existen juicios contra ningún  bando. Los personajes de Stellan Skarsgård y Barry Pepper (uno nazi y el otro soviético) protagonizan dos bellísimos giros de tuerca en el infernal viaje de Joska, representando los últimos restos de filantropía en plena masacre. En contrapunto, los momentos de áspero sadismo tienen guiños a la tradición del cine europeo de los 60 y 70 (y no sólo son la gratuita filmación de violencia gráfica). Como lo hacían en el pasado Andréi Tarkovski y František Vláčil (de quien homenajea varios planos de la extraordinaria Marketa Lazarovà), el director crea una rústica atmósfera sofocante y sublime al mismo tiempo, gracias a que las escenas poseen un orgánico significado metafórico, nada impostado (como sí sucede en algunas producciones del mal nombrado “elevated horror”). El capítulo Lekh y Ludmila es el mejor ejemplo de esa riqueza poética.  

La lucidez narrativa del largometraje se debe al oportuno trabajo de adaptación. De acuerdo con entrevistas, Marhoul realizó una depuración de la novela, eliminando toda la paja redundante y partiendo sólo de la experiencia general de la lectura. Aunque la historia es casi costumbrista, el relato coquetea más con la fantasía y la ciencia ficción. En la dirección de Qué difícil es ser un dios (Aleksei German, 2013) y November (Rainer Sarnet, 2017), los departamentos técnicos produjeron una singular ambientación entre el medievo y la Segunda Guerra Mundial, un universo alterno donde la magia negra y lo sobrenatural son posibles (pero no visibles). Tal ambigüedad da mayor oscuridad a El pájaro pintado y un aire de siniestro Apocalipsis atemporal.

En el montaje está el resto de logros. Las escenas con poca acción están conformadas por varias tomas, lo que produce un aparente letargo bergmaniano con ritmo de cine comercial. La soltura en la edición hace prescindibles a los diálogos; una mirada o un silencio son suficientes para vislumbrar las emociones de los personajes. El lenguaje cinematográfico usado tiene personalidad propia y mantiene su alta calidad durante las tres horas de metraje. Probablemente, El pájaro pintado será más recordada por su contenido explícito que por la brillantez autoral de Marhoul; una osadía artística que se agradece.

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