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Mano de obra: conversaciones con el entorno

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pleca mauricio

El cine mexicano está en un momento singular. En un extremo tenemos que, como desde hace mucho no se veía, las entradas a películas nacionales están registrando un nivel alto. Afortunada o desafortunadamente —dependiendo de la óptica personal—, estos productos vienen casi exclusivamente de la comedia/comedia romántica. En contraparte, está el gran momento expresivo —en palabras del propio Jorge Ayala Blanco— que vive nuestra (no) industria cinematográfica. Cada vez es más común que los cineastas mexicanos hagan ruido en festivales internacionales con propuestas muy completas y hasta frescas.

Mano de obra, ópera prima de David Zonana, comienza fuerte. El hermano de Francisco (Luis Alberti), el protagonista, cae del techo de una casa que están construyendo en compañía de otros albañiles. Desde ahí, se elabora alrededor de la injusticia que combate el trabajador por la falta de compensación a la viuda y en torno a la técnica okupación de la casa en la que trabajaban tras la muerte del dueño.

En palabras del propio director, este es un relato sobre la dignidad y su importancia. Tal como refleja la trama, sus salarios no son buenos, suelen ser ignorados por los patrones e incluso por los propios compañeros sindicales; prácticamente, edifican una vida ajena… viviendo en ella.

Esta existencia itinerante queda expuesta con gran virtud en la delimitación de los personajes, lo que denota un trabajo de investigación considerable. Usualmente estas personas tienen un segundo trabajo para mantenerse, sus hogares no son tan bellos como los que crean y tienen una idiosincrasia peculiar, producto de su común falta de educación formal y experiencias vivenciales. Se ríen de cosas específicas que rodean a su labor, su vocabulario es florido -por decirlo de alguna manera-  y tienen un sentido de unión fraternal muy fuerte. La pertenencia también es producida y no obedece a espacios físicos, pues ellos regularmente habitan diferentes sitios. Este perfil psicológico queda bien representado debido, en parte, a que albañiles reales fueron parte del elenco.

Las conversaciones de la pantalla con su exterior son otro punto provechoso. Es decir, si bien cada vez proliferan más producciones nacionales de gran entereza técnica y narrativa, no me parecen abundantes las que se involucran con su entorno, con el contexto de donde emergieron; en este caso, el carácter de un barrio bajo que se inserta en una propiedad rica y se apodera de ella. Dada la verosímil imagen que plasmó el largometraje de seres mundanos en un monstruo pomposo de concreto y adaptado a su estilo de vida; de sus colonias populares; de sus carencias, pensamientos y aspiraciones. Con tal fidelidad, considero a estos diálogos el matiz fílmico y extrafílmico más virtuoso de la película.

En cuanto a realización, no se perciben aspectos onerosos, sino precisos. Suficiencia técnica, particularmente en el departamento de fotografía que opta por una cámara fija y maniobrar con el encuadre para capturar generales o los detalles necesarios. El primer plano es especial y potente. Las acciones se ubican en diagonal y sólo vemos al sujeto caer. El ojo permanece estático. Este tipo de trazos abundan y, aún sobrios, son adecuados para la acción y las sensaciones pretendidas.

Leí muchos comentarios que hacían comparaciones muy osadas entre Parásitos, obra maestra contemporánea de Bong Joon-Ho, y este filme. Me parece un símil desorbitado. Aunque ambas giran alrededor de la desigualdad y maneras de “contrarrestarla”, los contextos y meollos son sumamente diferentes. Y eso tampoco es algo negativo. Mano de obra es un debut que aunque posee flaquezas narrativas especialmente en el ritmo y la concatenación de escenas, es por demás competente y demuestra oficio en la dirección. Será pertinente continuar revisando la obra de Zonana. Insisto en el mérito de establecer contacto con sus marcos, una cualidad que no muchas películas mexicanas actuales tienen.

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