Los rostros de la culpa en el cine de Lynne Ramsay

Por: Angélica Mejía
La estrecha relación con la muerte, la culpa y las autolesiones son algunos de los temas en el cine de la escocesa Lynne Ramsay. Sus nueve títulos cuentan con la particularidad de desarrollar estos temas desde la perspectiva de una única persona (la protagonista), de quien paulatinamente descubrimos sus motivaciones, traumas y sentimientos. Para transmitir esto, la cineasta antepone al diálogo tanto las dimensiones del plano como los movimientos de cámara y la música.
Lynne Ramsay ha dirigido cinco cortometrajes y cuatro largometrajes. La cineasta nacida en Escocia en 1969 es graduada de la Escuela Nacional de Cine y Televisión del Reino Unido. A sus 27 años ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cine Cannes por el cortometraje Small Deaths, proyecto final de su carrera universitaria. El título muestra tres eventos en la infancia, adolescencia y adultez de (probablemente) la misma Lynne, los cuales dejan ver las dificultades que debió enfrentar al crecer en la clase trabajadora de Escocia. Desde este material ya se observa el estilo de Ramsay, quien opta por movimientos bruscos de cámara para crear un ambiente turbio.
El primero de sus largometrajes, Ratcatcher (1999), es posiblemente el más personal de los cuatro, pues es el único escrito por ella, e incluso está ambientado en su ciudad natal. En esta película seguimos a James, quien durante un juego es testigo de la muerte de su vecino, Ryan; al no dar aviso a nadie, este niño de unos 10 años huye y tiene que vivir con la culpa.
Al mismo tiempo vemos su desesperación por vivir en un sitio pobre donde no hay servicios básicos y donde la basura se desborda. Pronto encuentra un “limbo”; llega el momento en el que no puede ver ni a la mamá de Ryan llorar la muerte de su hijo ni la deplorable situación en la que vive.
La asfixia es clave en Ratcatcher. Desde la secuencia de apertura donde vemos a Ryan taparse el rostro con las cortinas de su casa a modo de juego, hasta su propia muerte por ahogamiento. Se trata de un elemento que veremos en entregas posteriores.
Ramsay obtuvo varios premios por esta producción, entre los que destacan el BAFTA al debut de un director británico y BIFA por la categoría equivalente.
En 2002 dirigió Morvern Callar, basada en la novela homónima de Alan Warner. En ella vemos a Morvern, una joven cuyo novio se suicidó, dejando una nota con una serie de instrucciones: publicar el libro que escribió y usar el dinero de su cuenta para organizar el funeral. La chica decide borrar el nombre de su novio del manuscrito y poner el suyo, e irse de vacaciones con el dinero sin dar aviso de la muerte del muchacho.
De este proyecto destacan las escenas, nuevamente, sin muchos diálogos. Ramsay usa el sonido incidental, el silencio, la música, el color y los movimientos de cámara para sumergirnos en los diversos escenarios: un bar, una fiesta, la calle, etcétera. En esta historia la culpa sobresale por su ausencia en la protagonista, quien actúa, en un principio, sin obviar sus intenciones.
Fue hasta el 2011 cuando la cineasta regresó a los largometrajes con la que es, probablemente, su producción más conocida: Tenemos que hablar de Kevin. En ella conocemos a Eva, interpretada por Tilda Swinton, quien carga con el estrés postraumático y la culpa por lo que hizo su hijo Kevin (Ezra Miller). Hecho que no descubrimos con certeza sino hasta los últimos 20 minutos de la película.
Este filme, de ritmo lento y de nuevamente pocos diálogos, se dirige a través de flashbacks de la juventud de Eva y la infancia y adolescencia de Kevin, lo cual poco a poco revela la mente de ambos personajes. Brevemente se hace notar la asfixia, como en las escenas donde tanto Kevin como Eva mantienen la cabeza dentro del agua.
Tenemos que hablar de Kevin es un excelente retrato de una maternidad abnegada, en este caso, a raíz de la carga emocional ocasionada por las acciones de un hijo sin culpas. Por este título, Ramsay estuvo nominada a Mejor Directora en los premios BAFTA, ganó un BIFA (Premios del Cine Independiente Británico) y compitió por la Palma de Oro en Cannes.
La película fue ampliamente comentada por la crítica. Plumas como la de Fernanda Solórzano la destacaron como modelo de narrativa visual: “Lejos del realismo social que se esperaría de una producción británica sobre jóvenes criminales, la cinta evoca los mundos raros de quienes Ramsay considera sus tutores creativos: Tarkovski, Fassbinder y, por supuesto, Lynch”.
El último largometraje que hemos visto de esta directora es You were never really here (2017), protagonizado por Joaquin Phoenix, quien interpreta a Joe, un exmilitar con estrés postraumático que se dedica a rescatar mujeres víctimas de trata con métodos violentos.
La película se inclina hacia un drama sobre los problemas internos del protagonista. Tales conflictos provienen tanto de su pasado violento como participante en la guerra, como de sus relaciones familiares y por supuesto, su trabajo actual. El uso de la música genera un ambiente tenso, casi enfermizo. De nuevo, la asfixia se hace anuncia tal como lo vimos con Ratcatcher; la película abre con una escena de Joe cubriéndose el rostro.
La culpa también caracteriza a Joe, aunque no de forma tan visible como en los protagonistas de otras obras precedentes de Ramsay.
Una trayectoria de poco más de dos décadas hace de Lynne Ramsay una de las cineastas contemporáneas más potentes en transmitir emociones. Lo versado de su cine se nota en la forma peculiar (y muy efectiva) de retratar problemas mentales: estrés postraumático, depresión, narcisismo, entre otros. Lejos de romantizarlos, nos lleva a advertencias casi devastadoras. Su filmografía debe verse con cuidado y más de una vez para comprender la psicología que tienen todos sus argumentos detrás de cada diálogo o toma.
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