El reflejo de Sibyl: mediocre cine francés

Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
Sibyl (Virginie Efira) es una psicoanalista que decide darle break a su profesión para comenzar a escribir una novela. Seca de ideas, la narradora se topa con Margot (Adèle Exarchopoulos), joven actriz en crisis emocional. La historia amorosa de Margot le parece a Sibyl tan atractiva que viaja al set de filmación en Estrómboli para investigar e incluirla en su libro. La intromisión de la terapeuta en la vida de la paciente desatará una disparatada y patética dramedia con reminiscencias a Delphine de Vigan.
En la cuota francesa de Cannes siempre hay una película mediocre sin ninguna razón para estar en la Selección Oficial. La de este año es El reflejo de Sibyl (2019), la nueva película de Justine Triet, directora con un par de comedias muy bien recibidas por el sector pseudo-cultureta de la cinefilia (esos que van al Tour de Cine Francés para ver “cine de arte”). Hay dos elementos exasperantes en este mojón: su estructura narrativa sin pies ni cabeza y la aspiración a sensual suspenso psicológico.
La principal propuesta de Triet son las elipsis desmedidas con transiciones abruptas; por tal razón, la película parece “DVD rayado” que brinca de una acción a otra –como los cierres de capítulo en The Meyerowitz Stories (2017), pero todo el rato y sin descanso–. El filme pretende ser una “historia río” entre la realidad y los recuerdos de Sibyl; no obstante, el atasque de aleatorios paréntesis visuales afecta a la empatía del espectador con la protagonista. Lo anterior sucede con otros cineastas “veteranos” como Gaspar Noé, cuyo caos narrativo sí es efectivo en tramas ligeras (Clímax, 2018), pero un engorro en dramas densos (Love 3D, 2015). El filme de Triet es parecido al segundo ejemplo.
El reflejo de Sibyl está repleta de ideas sueltas como la pelea con la hermana (Laure Calamy), el niño arrogante de los juegos de mesa (Adrien Bellemare) y el romance imposible con un viejo amante (Niels Schneider) –inconclusos hilos narrativos sin atar a la trama principal de Margot–. ¿Por qué todas esas relaciones familiares, profesionales y amorosas deberían interesarnos? Se podría interpretar que es una reflexión sobre la relación terapéutica entre psicólogo y paciente, pero es mera especulación (la trama no da las herramientas para entender un tema específico).
Pasados los 40 minutos de aburrida introducción, ahora sí arranca el dramón prometido; sólo que el fuego es apagado por los mal ejecutados convencionalismos del thriller psicológico francés. El viaje de la psicóloga al set de filmación es una mezcla entre Sex is Comedy (Catherine Breillat, 2002) y Swimming Pool (François Ozon, 2003), con el agregado cliché del psicólogo “locochón” que experimenta con los juegos de rol. La fórmula funcionaba a inicios de siglo, pero hoy se siente un tanto vieja e ingenua.
Lo que hace aún más ridícula a esta película es su intención de crear suspense erótico, cuando la trama no da para mucho. Imita elementos de Paul Verhoeven (música solemne, elegantes femme fatales y deconstrucción del film noir), pero todo sale mal. En lugar de llegar a un concepto más complejo como en Elle (2016), por poner un ejemplo, el desdoblamiento de personalidad que experimenta Sibyl es resuelto como un asunto de alcoholismo y mal de amores (vamos, algo que unas visitas a Alcohólicos Anónimos puede solucionar).
Todos los personajes están fuera de tono, estando por arriba o debajo del registro necesario (algo cada vez más recurrente en el cine francés). Similar al caso de Los abrazos rotos (Pedro Almodóvar, 2009), el metacine ramplón aniquila lo poco verosímil del relato. La filmación dentro de la película tiene la calidad de Televicine y las actuaciones no se quedan atrás: Gaspard Ulliel y Sandra Hüller no dejan su cara de “¡sólo estoy por el cheque!” y, en el otro extremo, Efira y Exarchopoulos (con su rinitis eterna) tienen la misma intensidad exagerada de Anne Hathaway imitando a Claire Danes.
Para el desenlace, Triet nos prepara un clímax de telenovela, en el que se descubre una infidelidad a través de un micrófono oculto (¡un micrófono!) y Virginie Efira protagoniza un bochornoso (y, por supuesto, sobreactuado) momento musical. Según la directora, The Player (Robert Altman, 1992) fue inspiración al escribir este despropósito. Largometraje engaña tontos y frívola pasarela para celebridades. Si hubiera sido estadounidense la producción, le habría ido peor con los críticos. Entre las películas más decepcionantes del año.
RECOMENDACIÓN: El reflejo de Sibyl me recordó a She’s Lost Control (Anja Marquardt, 2014), una excelente película sobre los límites de la psicología y la imposibilidad del terapeuta de mantenerse al margen en la relación interpersonal con el paciente. Les recomiendo ver ambas.
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