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Atlantique: amar en el tercer mundo

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Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)

En un suburbio costero de Senegal, Ada (Mame Bineta Sane) y Souleiman (Traore) se aman pero no pueden estar juntos; ella es obligada a casarse con un magnate y él es un obrero explotado por su patrón. Debido a la falta de oportunidades, Souleiman y sus compañeros de trabajo deciden cruzar el atlántico sin avisar a sus novias y esposas. Tras un largo silencio sin noticias, las mujeres de la comunidad comienzan a padecer un extraño sonambulismo por las noches.

La crítica social en el séptimo arte tiene dos caras. La primera –y que fascina al crítico de festival– es la cruda exaltación de lo marginal: La Camarista (Lila Avilés, 2018) o Capernaum (Nadine Labaki, 2018) son miradas esnobs y pesimistas que presumen su “preocupación” por el sufrimiento de los sectores pobres. Atlantique es todo lo opuesto, pertenece a otro tipo de cine; transforma la injusticia social en una trama que da al espectador experiencias más trascendentes.

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De acuerdo con una entrevista en The Guardian, la idea nació en 2008, cuando la directora viajó a Senegal para realizar un cortometraje. Un chico le dijo: “cuando decides cruzar el océano, significa que ya estás muerto”. Mati Diop (sobrina del mítico Djibril Diop Mambéty) decidió convertir la idea del mar como una gran tumba en una ficción sobre los amores perdidos y la deseo de venganza desde el más allá.

Aun con ello, la película no se detiene en los problemas del tercer mundo (que, sin embargo, determinan el nudo dramático). La migración sólo sirve de telón a un romance adolescente con dejos de realismo mágico. Este ligero cuento fantástico tiene múltiples lecturas, debido a los diferentes hilos temáticos y al buen manejo del suspenso. Mientras avanza el drama de boda forzada y la investigación por un crimen, los inesperados eventos sobrenaturales comienzan a balancear la trama entre la pesadilla y el sueño idílico.

Si bien las historias de “retornados” tienen un canon muy específico (teniendo su epítome  en la serie francesa Les Revenants), Mati Diop logra aportar varios elementos al género. El regreso de los muertos se manifiesta como enfermedad, jugando con el miedo de una epidemia silenciosa que poco a poco se trasmite entre las mujeres. Aunque no hay una intención de coquetear con el cine de terror, la producción posee un aire siniestro e inquietante, muy bien conjugada con el reglamentado entorno de los personajes.

Las coproducciones francesas en el extranjero tienen un especial interés en confrontar al mundo musulmán y Atlantique no es la excepción. No obstante, la crítica al fundamentalismo y tradiciones islámicas no es tan radical como en Mustang (Deniz Gamze Ergüven, 2015); Mati Diop intenta llevarla más a una discusión sobre la identidad. El coro de amigas de la protagonista establece una gama de comportamientos femeninos frente a las normas religiosas, que va desde la mojigatería de Mariamma hasta la extroversión de Fanta. Al final, Ada se reconoce frente al espejo como “dueña de su futuro”, una promesa a sí misma de resistir contra toda imposición social.

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La película tiene un estilo melancólico que utiliza al inconcluso paisaje urbano para crear composiciones simples, pero emotiva y poéticamente potentes (recuerda un poco a la Claire Denis de Beau Travail o Chocolat). El detalle más sublime es la existencia de un bar costero que sirve de Ítaca para las sonámbulas mujeres del barrio (como presagio, la mesera del local dice: “las chicas vienen por los muchachos, no para bailar solas delante del espejo”). La película es un onírico viaje seductor, ya sea por su fotografía o música (puro talento femenino de alto perfil).

Atlantique se distancia de la falsa empatía y mirada culpable de los realizadores europeos, otorgando a los naufragados una oportunidad de venganza contra la élite que ocasiona la desventaja económica en sus países. El filme no busca las lágrimas de la audiencia, la autora se conforma con narrar una historia devastadora (sin tremendismos) con la riqueza visual que posee Senegal. Eso demuestra la gran madurez de una directora novel con un porvenir artístico prometedor. Otra de las grandes películas de la pasada edición del Festival de Cannes. 

Nota: Para acompañar a Atlantique, te recomiendo darle un vistazo a Una larga ausencia (Henri Colpi, 1961), Contracorriente (Javier Fuentes-León, 2010), Viaje hacia la orilla (Kiyoshi Kurosawa, 2015) o Los retornados (Robin Campillo, 2004). 

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Crítica

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