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A Hidden Life: el regreso de Malick a lo convencional

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Por: Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)

En plena Segunda Guerra Mundial, Franz (August Diehl) es un agricultor que vive en la campiña austriaca con Franziska (Valerie Pachner) y sus tres hijas. Cuando el invasor régimen nazi lo obliga a unirse a sus filas, él se niega a combatir y se declara “objetor de conciencia”. En represalia, será arrestado y enjuiciado como traidor, mientras su esposa sufre el ostracismo en el pueblo.

Lo sorprendente de la nueva película de Terrence Malick es la existencia de un hilo narrativo (con inicio, desarrollo y final), en un intento por recuperar a la audiencia comercial que perdió con sus tres películas anteriores. A Hidden Life (2019) parte de la idea de insurgencia como acto espiritual (con la cosmovisión sacralizada de El árbol de la vida). La condición de Franz como beato no es con relación a su fe católica sino a la lealtad al movimiento antibélico.

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Malick tira alto con su reflexión sobre los límites de la bondad y el resultado es aceptable. Caso contrario a otros colegas –como Scorsese en Silencio– matiza el sentido teológico y lo difumina con una buena carga de moralismo contemporáneo. Además, la película tiene un enfoque biográfico muy concreto, sin divagar en los caminos de la existencia y la metafísica (como lo hizo en El árbol de la vida, el pináculo de su filmografía).

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El centro es la fragmentación del héroe-santo entre el deber (el desacato al Tercer Reich) y el deseo (proteger a su familia). Los intercambios de cuitas entre Franz y su esposa permiten al director acotar los límites de la bondad en el “nuevo mundo” que se aproxima (similar a la propuesta de László Nemes en Atardecer): el pronóstico de una era de luchadores sociales bajo la amenaza de convertirse en “el enemigo del pueblo”. 

La reclusión por transgredir las normas es sufrida, en igual medida, por Franz y su esposa (tanto prisionero se es en cuatro paredes como en “libertad”). La tesis que los lleva a la insurrección es universal: “matamos inocentes, arrasamos ciudades por la noche y rezamos los domingos, ¿qué pasa con nuestro país?”. El código de Franz viola hasta su propio credo, en defensa de la justicia y la corrección moral (en un excelente desarrollo argumental de los altos valores de la revolución).

La figura del “héroe anónimo” e incorrupto es lo más atractivo y conmovedor de la película (coronado con la cita final de George Eliot). El director se toma muy en serio la buena voluntad de Franz y enaltece sus virtudes a niveles mesiánicos (aspecto que puede generar empatía o rechazo en los espectadores políticamente más radicales).

A diferencia de largometrajes anteriores (ambientados en la “actualidad millennial” desde la perspectiva baby boomer), el realizador se siente temáticamente “más cómodo” y desarrolla un ensayo introspectivo sobre la espiritualidad y la ideología política; aspectos que se sentían impostados y desfasados en la infame etapa prolífica de Malick.

La ambientación en el siglo XX hace que la película funcione con la crítica, debido a la distancia con el “estilo publicitario” del realizador (preciosista y analítico). Como lo mencionó en 2017 durante el SXSW, Malick es consciente de la similitud de sus imágenes con el marketing actual; sin embargo, nada ha cambiado en el rumbo de su filmografía –más allá de retornar al revisionismo histórico de Días de Gloria  o La delgada línea roja– ya que, visualmente, A Hidden Life es igual de plástica y cansina que Song to Song.

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La seriedad discursiva es inverosímil cuando el “estilo Malick” es innecesario en las tomas y pareciera que (literalmente) la cámara golpeará al actor. Mientras Yorgos Lanthimos, por poner un ejemplo, curva la imagen sin hacer el mínimo ruido, Malick hace todo lo posible para que notes sus experimentos visuales –y para lograrlo repite composiciones una y otra vez–.   

Como en la mayoría de sus películas, existe un exceso de metraje y monólogos redundantes, ocasionando que los puntos fundamentales del discurso se pierdan entre tanta “voz en off ilustrada” (un estilo sobrecargado que debe ser dosificado para no terminar en el empalagamiento). A Hidden Life parece ser un ejercicio edificante previo a The Last Planet, su próxima película sobre (¡qué novedad!) Jesucristo (donde, seguramente, habrá bastantes soliloquios aún más densos).

En una década, Malick nos ha confirmado que no planea abandonar su zona de confort reflexiva. Está de más encontrar contras, A Hidden Life es la película de un artista con ideas arraigadas y sin hambre por explorar lo que está fuera de su pensamiento. El largometraje es un placebo para los fans y una obra accesible para quienes inician en el sesudo universo del realizador. 

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