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Pájaros de verano: la otra historia del narcotráfico

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“El pájaro vino aquí para vengar un ofensa” 

Atentos y observadores, con miradas estoicas, vigilantes de lo más minúsculo y jueces del destino, símbolos del mal augurio, y muy presentes sobre todo en los vientos del verano cuando los cultivos dan todo y proliferan.

La nueva película del talentoso Ciro Guerra y Cristina Gallegos habla de la llegada del capitalismo en su forma más pura, así como de la transformación que sentó las bases de lo que después fue el tráfico de drogas. La Mombanza Marimbera sucedió en los años 70 y 80 en la zona de la guajira colombiana; en el epicentro está la etnia indígena wayúu, que no reconoce la autoridad y el gobierno, no obstante una tormenta casi como elemento antagonista se avecina en el horizonte.

El director colombiano, amante de las atmósferas naturales, nos trae nuevamente una tragedia épica que contrasta el ambiente de las culturas latinoamericanas que no viven bajo normas occidentales, contra la influencia que reciben del mundo exterior y la cual poco a poco va modificando sus complejas y profundas costumbres.

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En codirección de la productora de sus anteriores proyectos, Cristina Gallego, la película se adentra en una comunidad y en sus temas de rol. Una sociedad meramente matriarcal, donde debido a la tradición de comercio, la necesidad de la supervivencia y la curiosidad de los extranjeros que pregonaban amor y rechazo por el comunismo, la marihuana se vuelve el negocio. Con la influencia del nuevo cine colombiano como Victor Gaviria, Guerra hecha mano de personajes familiarizados con esos entornos, haciendo una mezcla de no actores con actores, creando interpretaciones muy fieles y sumamente realistas.

Con la ayuda de su compañero arijuna, Moisés (John Narváez), el protagonista Rafayet (José Acosta) contacta con norteamericanos que buscan la compra de marihuana, marimba. Después de un giro imprevisto y de la presión que ejercían los núcleos matriarcales de los wayuunaiki, los personajes comienzan a tener dificultades.

Aquí los integrantes de la comunidad tienen un cierto recelo por los arijunas o gente común de la guajira colombiana, con los que prefieren no tener ningún tipo de relación de negocios. Sin embargo, la codicia, la venganza y la rivalidad llevan la trama a momentos en los que las voluntades conscientes ya no son suficientes para proteger a los suyos de los entornos violentos.

Quizá esta película es una de las más narrativas de Ciro Guerra. Dicha característica se basa en las palabras de las misma Cristina Gallego, “Pájaros de verano fue con la intención de poder llegar a más público y al mismo tiempo no contar la típica historia del narcotráfico colombiano”, citando a figuras como Pablo Escobar y los cárteles entorno al tráfico de cocaína, sino que le da un matiz más profundo con un estilo documental que vuelve a la historia más auténtica.

Los momentos de cantos wayuunaiki  sumergen al espectador en una especie de fábula de la sociedad en general, deparando los actos y sobre todo entablando una profunda conversación con la naturaleza ancestral, así como sus creencias de la vida y la muerte. Al igual que el Abrazo de la Serpiente (2015), esto le da una sensación al filme de un trascendentalismo panteísta en el cual los individuos basan su dignidad. 

A diferencia de su anterior filme con un elegante blanco y negro, esta vez la fotógrafa María Arias, en colaboración con Guerra y Gallegos, resalta la paleta de color con rojo, amarillo y esos atardeceres naranjas en el desierto árido, recordando otros tratamientos como Baraka de Ron Fricke (2003). 

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El sonido está pulcramente diseñado a partir de los eventos naturales del entorno, como las tormentas y demás fenómenos que refuerzan la atmósfera de realismo mágico. Las influencias de la literatura de Gabriel García Márquez con relación a las etnias wayúu son notables, ya que ayudan a contar el relato desde su cosmovisión humana y mágica.

A los directores colombianos les interesa involucrarse con la naturaleza para mostrar sus inquebrantables entornos. El cine de Guerra siempre ha evitado centrarse demasiado en las condiciones de subdesarrollo, marginalidad, historias de cine urbano y locaciones reducidas para contar con filmes de gran producción que son al mismo tiempo artesanales, y que ofrecen toda una experiencia sobre la cultura y sus códigos de honor en un ambiente dominado por la naturaleza.

Luis Zenil Castro 

Productor audiovisual y dibujante.

 

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Crítica

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