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Luz de luna: El blues que nos acompaña todavía

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Por: Rodrigo Garay Ysita

El blues nació en las peores circunstancias. Allá, en el siglo XIX, fue la canción de los oprimidos y un producto de la más violenta incomprensión. De los dolientes que le dieron vida, ya no queda ninguno; de las cantinas marginadas por los Códigos negros después de la Emancipación, en realidad, tampoco. Lo que sí queda luego de más de cien años es el alma azul: la melancolía del esclavo y del eterno perdedor, el miedo a que la rabia que lo subyugó en un principio esté latente. Y lo está.

Chiron es uno de esos con el alma azul. De niño le apodaron “Little” para apuntar a su insignificancia y tuvo que arrastrar la carga del mote durante su adolescencia y hasta su adultez, en donde ya supo con qué disfraces borrarle el rastro a la debilidad de la que nunca podrá desprenderse. Los tres vistazos que damos a su vida en Luz de luna (Moonlight, 2016) —el segundo largometraje del director estadounidense Barry Jenkins— capturan delicadamente, si no el blues de Ma Rainey y Robert Johnson, sí el blues de los cabizbajos.

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Jenkins (que con esta película ya tiene más de 150 premios en su estante) adaptó una obra de teatro escolar escrita por un hombre que vivió una niñez similar a la suya. Tanto él como Tarell Alvin McCraney, autor de In Moonlight Black Boys Look Blue, crecieron en la parte turbia de Miami y bajo el brazo de una madre drogadicta. La intención del libreto original y de la adaptación cinematográfica era permear la puesta en escena con la vibra costera de Liberty City, sector que, a pesar de estar situado entre la pobreza y el narcotráfico, estaba bañado de dulzura erótica.

Para lograrlo, el director se alejó de los trazos de urbanidad folclorista que siempre se utilizan para pintar el gueto en el cine. El barrio que retrata la cámara de James Laxton no es ni la Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002) ni La calle de la amargura (2015) de los Amores perros (2000), sino una comunidad que crece a la par del protagonista y que luce las temperaturas fílmicas de tres décadas por igual sin tener que recurrir a detalles pintorescos que resalten su regionalismo. Es un tríptico de texturas azuladas y tiros circulares que describen el mar permanente, la arena y la noche, los cofres relucientes de los coches y la piel mojada por el hielo ensangrentado. Luz de luna intenta poner color sobre una humanidad universal sin sacrificar las raíces tropicales de su contexto geopolítico.

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La contradicción que se respira en el ambiente es también la contradicción anímica de Little. Su historia de crecimiento va latiendo entre la agresión y la ternura, entre el aullido de la turba y la sexualidad inherente a la playa. Es complicado para un niño sin padre definir su hombría cuando su entorno social le responde de manera hostil (es por eso que las escenas con el paterno narcotraficante Juan tienen un peso emotivo brutal) y cuando los únicos estímulos vitales vienen de algo tan abstracto como la naturaleza. El vínculo sexual con el mar tiene toda la nostalgia de Reinaldo Arenas contenida en elegante silencio; al lector curioso le bastarán unas cuantas páginas de Antes que anochezca (1992) para el hallazgo de un libido acuático que, a la par de Luz de luna, demuestra que Florida y Cuba estaban a sólo un paso. Además, como a nuestro protagonista, al escritor también le dictaron sentencia desde muy niño: “Pájaro; eso es lo que tú eres”.

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De vuelta a la analogía musical, la tristeza que acompaña a Chiron se describe de manera cíclica como la estructura reiterativa del blues. Tres veces está obligado a doblegarse ante las fuerzas del exterior desconocido y del interior por conocer: el exterior desconocido está en los compañeritos gandallas en el juego de pelota, que por naturaleza deben deshacerse de los más débiles; en el abusivo Terrel, que lo acosa sin descanso (en una fijación que de seguro está castigando la fragilidad de ambas partes), y, finalmente, en el regreso al primer amor, tan cambiado con el paso de los años pero conservando la fuerza de todos los días que estuvo lejos, suficiente para romperle a nuestro héroe (ahora convertido en el férreo Black) la fachada en un instante de sonrisa.

El interior por conocer es, por supuesto, el meollo del asunto. La derrota melancólica de Chiron no es precisamente por ser negro, por ser criminal ni por ser homosexual, sino por ser guardián de un oleaje intempestivo en sus entrañas: una masculinidad que le robó la luna a las mujeres y que día tras día será castigada —sea bajo el puño colectivo de las normas civiles o la agresiva defensa de la autocensura— por su crimen secreto e imperdonable.

Trailer:

Ficha técnica:

Dirección: Barry Jenkins

Guión: Barry Jenkins, basado en una historia de Tarell Alvin McCraney

Producción: Dede Gardner, Jeremy Kleiner, Adele Romanski

Reparto: Mahershala Ali, Alex R. Hibbert, Ashton Sanders, Trevante Rhodes, Janelle Monáe, Naomie Harris

Dirección de fotografía: James Laxton

Edición: Joi McMillon, Nat Sanders

Música: Nicholas Britell

País: Estados Unidos

Año: 2016

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