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Jackie: Una dama de primera

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Que nunca se olvide,

que hubo un lugar,

en un breve y resplandeciente momento,

que se llamó Camelot.

Jackie Kennedy

Pablo Larraín es un director nostálgico. Recientemente amenazó con filmar al menos una cinta al año hasta su muerte y en 2016 cumplió con dos entregas que nos hablan de un pasado extinto, casi olvidado. Neruda retrata la persecución del poeta; Jackie retoma la tragedia de los Kennedy a través de la mirada de la viuda del legendario presidente estadounidense. La película se sustenta en la maravillosa interpretación de Natalie Portman.

 Al director chileno le fascinan los formatos de video y filmación, goza de mezclarlos para sumergir al espectador en el universo casi documental de sus protagonistas. Logró con maestría representar la “Campaña del No” en 1988 en su filme No (2012) a través del rodaje de las escenas con cámaras de video de la época, que le sirvieron para afirmar el punto de vista de René Saavedra –interpretado por Gael García Bernal–, en Jackie vuelve al mismo recurso y lo usa específicamente para denotar esa aura cuasi celestial que posee la Casa Blanca. La evolución de Larraín es notable, el recurso ya no sólo se emplea para denotar tiempo y espacio, hay un agregado narrativo y emocional, a Portman le sobran los motivos para llenar de aparente encanto el encuadre televisivo que invade el espacio personal del personaje al que representa.

La estructura se basa en el clásico relato motivado por una entrevista, que la ex primera dama otorgó a la revista Life. La historia se ha mirado cientos de veces, la dama refiere sus vivencias a partir del temible asesinato de J.F.K. y la narración es el pretexto para el ir y venir a través del tiempo; así, el espectador observa la inevitable sucesión presidencial, el atentado y lo ocurrido tras bastidores. En el guión la cinta peca de predecible, sin embargo no pierde la oportunidad de indagar en temas como la fama o peor aún, aquello que subyace bajo las apariencias. Cada conflicto es una oportunidad para desprender a la Sra. Kennedy del aura de glamour que posee, para sumergirla literal y metafóricamente en la víscera que oculta la máxima figura de autoridad del orbe. Jackie pasa de acompañar al foco de atención a serlo por sí misma.

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 El principal acierto dramático es ese: desprender lentamente a su protagonista de humanidad para mostrar cómo la muerte es un pretexto ideal para brillar. Natalie     Portman demuestra por qué es la mejor actriz de su generación, ofrece a un ser acosado por las cámaras pero sediento de atención. Se contiene pero su mirada explota con cada close up que le otorga Larraín. No desaprovecha ninguna imagen, su cuerpo responde ante los planos abiertos, y su gesto invade los planos cerrados. Es ella quien definitivamente mantiene al público inmerso en la historia, se trata de una interpretación para el recuerdo.

Reconstruir una época es una tarea titánica, en el apartado artístico sobran los elogios y la fotografía constantemente juega con diferentes formatos para aligerar el peso de los flashbacks. La convención visual es necesaria para congeniar con los espectadores. Es sencillo seguir los tiempos en que está contada la historia, aunque suene sencillo a varios realizadores les cuesta cielo, mar y tierra dejar en claro a qué tiempo corresponde cada escena, el chileno domina su narrativa fragmentada.

 A Jackie le duele el ritmo. Después de una introducción brutal se debate entre la estética norteamericana y la métrica europea. Su arritmia es resultado precisamente de los juegos temporales. Al ser una cinta fragmentada sus posibilidades son ilimitadas, sin embargo Larraín opta lo mismo por acumular secuencias climáticas que por hacer un pegote de tiempos muertos y es aquí donde a los asistentes a la sala les costará seguir el paso, no por ágil, sino por lento.

La película es un clavo más en el ataúd de uno de los presidentes más venerados pero ineficaces en la historia de los Estados Unidos, su leyenda palidece conforme avanzan los años, sus acciones se minimizan ante el análisis objetivo. Jackie demuestra cómo una inteligente campaña de publicidad –en este caso post mortem– puede materializar un ideal jamás logrado.

Gerardo Herrera

Guionista, cofundador y editor de Zoom F7

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