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Dulzura americana, el agridulce roadtrip

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dulzura-americana-pelicula Andrea Arnold

Por: Miguel J. Crespo

Escapar de la rutina citadina se ha vuelto una aspiración millennial, que aunque tentadora, termina por ser una efímera neblina de un roadtrip eterno. Dulzura americana (American Honey, 2016) de la directora británica Andrea Arnold, nos sumerge en un retrato vehemente de Star (Sasha Lane), una dieciochoañera de piel canela y rastas despeinadas que pepena comida, sobrevive y juega en cuartos sucios y desordenados, junto a sus dos hermanos y su padre (Jhony PearceII) quien abusa de ella; la miseria americana —paralelismo intencional de Arnold— en la que vive Star la desbordan a la huida para dejarlo todo.

La trama de Dulzura americana podría definirse como simple. Una adolescente proveniente de una familia disfuncional huye de los toqueteos de su cretino padre para abordar una camioneta que huele a mota y suena a trap y rap, persuadida por un seductor y valemadre veinteañero del que se enamora y con quien comienza una historia de amor. Pero la inigualable visión de Andrea Arnold nos lo hace más complejo. Va a la intimidad de Star y nos pone frente a la incertidumbre de un futuro.

Dice Vargas Llosa que en el amor es el juego de sombras lo que te atrae: “amagarlo, no concretarlo”. Así, Star se deja cautivar por la vestimenta gangsteril de Jake (Shia LeBoeuf) que la mira por primera vez mientras baila We Found Love de Rihana encima de una caja registradora de un Walmart. Después de los amagues lascivos de Jake, éste la invita a unirse a un grupo de jóvenes vendedores de revistas que recorren Estados Unidos, trepados en una camioneta blanca, enfiestando, embriagándose y fumando marihuana insaciablemente, al tiempo que sirven a una sensual y siempre iracunda Krystal (Riley Keough) patrona del negocio andante.

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Durante casi tres horas, el filme —que a lapsos es en demasía lento y claustrofóbico al interior de la camioneta— explora los pensamientos y emociones de Star, su desapego por el compromiso y por la pertenencia a un lugar, su carencia de cariño familiar y su pasional forma de besar, la nula sobriedad y el dinero proveniente de donde sea, el amor y su trivial desamor, su poder y sumisión.

En una entrevista, Andrea Arnold expresó “La mitad de la razón por la que hice esta película es porque yo soy un vagabundo natural” (Nytimes) así Arnold logró plasmar las historias, aumentadas y corregidas, de su juventud en ruedas y carretera.

La siempre tenue y natural fotografía de Robbie Ryan, nos proporciona una mirada cercana del personaje. El recurso de la cámara en mano da la sensación de estar viendo un documental. En el formato 4:3, que también Andrea Arnold ha utilizado en otras películas como Red Road (2006), Fish Tank (2009) y Cumbres borrascosas (2011), la fotografía sigue la misma línea: primeros planos de los protagonistas y algunos planos generales para dar ubicación y puentes temporales.

dulzura_americana_pelicula Andrea ArnoldTanto Dulzura americana como Fish tank, comparten en la trama, la esencia de mujeres jóvenes que intentan superar un aislamiento. Mia Williams (Katie Jarvis) en Fish tank es una adolescente inglesa con carácter agresivo que tiene el sueño de convertirse en bailarina, mientras es destruida por el enamoramiento pasajero del novio de su madre. Mía comparte algunas de las virtudes y defectos de Star, pero sobre todo comparte la búsqueda de su identidad.

Para algunos, las historias de miseria y depresión son las más difíciles de contar, pues se está en riesgo de caer fácilmente en un maniqueísmo y falsa lastima. Para otros es una oportunidad para prostituir y explotar a los personajes de la historia. El caso de la directora de 55 años es que ha logrado un respeto por sus personajes, no intenta juzgarlos ni etiquetarlos; propone entenderlos a fondo, nos ilustra lo complejo de sus personalidades, nos permite asomarnos a su vida cotidiana a través de la sutil y poderosa ventana cuadrada en la que se convierte la cámara en manos del fotógrafo Robbie Ryan.

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Aunque el ambiente optimista y neohippie en el que se desarrolla Dulzura americana es verosímil, no va más allá de una historia de enamoramiento fugaz, alcohol, desmadre y drogas. Critica la falsa libertad de un grupo de jóvenes que terminan trabajando para una refonfuñona —portadora de diminutos bikinis, quien los convierte en sus obedientes empleados.

Dulzura americana es la suspensión en el tiempo de una etapa loca de la que algunos infelices logran salir y en la que los siempre felices continúan rolando. «No hay escape, allí donde vayamos nos persigue todo lo que somos,” dice Leila Guerriero.

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